Casty era una chica normal en el último año de secundaria que llevaba una vida de lo más normal.

Por las mañanas iba al instituto con sus amigas con media hora de antelación, todas mirando el móvil y riéndose nerviosamente de la “Pechitos Chocolate”, la nueva de la clase a la que una compañera había pillado en el baño cambiándose de camiseta. El sujetador se deslizó hacia arriba en un descuido y mostró momentáneamente unos pezones oscuros que pronto se difundirían en la red irremediablemente. Casty estaba cansada porque ella y sus amigas ya llevaban dos días riéndose de lo mismo y, sinceramente, le daba igual la vida de la nueva pero se seguía riendo por complacer a sus amigas.

Luego en clase pasaba toda la mañana mirándose las uñas y rascándose el esmalte. No podía dejar de pensar en las compras de ropa que iba a hacer esa tarde. La verdad es que a Casty le encantaba ir de compras: le hacían sentir muy bien. Al principio solía ir dos días a la semana con sus amigas pero en un tiempo se convirtió en una rutina diaria, así que muchos días tenía que ir sola porque sus amigas no podían. El dinero no era un problema, pues se llevaba la tarjeta de crédito de reserva de su madre y hacía compras pequeñas para no tener que introducir el pin.

Cuando llegaba a casa, ya tarde, se apresuraba en sacar la ropa comprada de la mochila y meterla en el armario ya a rebosar, y sus padres llegaban a casa de trabajar unos minutos después. Casi todos los días antes de cenar, la madre de Casty tenía una fuerte discusión con el padre por el dinero que perdía todos los días de su cuenta bancaria, lo que le condujo a culpar a su marido.

Luego cenaban.

-¿Qué tal las clases de tarde, cariño? -preguntaba su madre

-Bien mamá.

Y antes de dormir, Casty se quedaba en la cama con el móvil viendo los perfiles de las redes sociales del chico que le gusta, al que aún no se atrevía hablar. Matt era un año mayor que ella, guapo, alto y delgado, con una fijación por el fútbol y el snowboarding. La última vez que le vio fue hace un par de días con sus colegas por un pasillo del instituto. Siempre que Casty pasaba al lado, la mente y la respiración se detenían y le fallaban las rodillas. Cuando se giró para verle por detrás, vio como Matt señalaba con sonrisa acusadora a la «Pechitos Chocolate», que pasaba con la mirada fija al suelo.

Todos los días de diario eran iguales y los fines de semana se escapaba por la noche de casa para salir con sus amigas. A Casty le resultaba cómoda su forma de vida y con el tiempo esa necesidad de comodidad fue creciendo: empezó a faltar al instituto ya que sólo perdía el tiempo allí, dormía mucho y comenzó a cansarse de las salidas nocturnas con sus amigas. Empezó a darse por vencida con el chico que le gustaba. A Casty se le estaba haciendo la rutina monótona y a veces se saltaba actividades repetitivas, como ducharse. El único momento del día en el que era feliz era cuando salía de compras.

Cierto día, Casty se despertó aún más cansada de lo habitual. Ese día decidió ir al instituto por un examen de recuperación importante así que se levantó a vestirse. Se aproximó al armario de caoba y notó un temblor en la madera. En cuanto lo abrió, una cascada de ropa la arrolló dejándola totalmente enterrada en algodón, poliester y licra. Casty no lo podía creer: ¡había llegado al paraíso! Un baile de telas acariciaba mimosamente su piel haciéndola sumirse en un cálido y reconfortante edén. De un momento para otro, un grito tornó su sueño en pesadilla; las mangas de las prendas rodeaban su cuerpo hasta ahogarla, no podía respirar. Como pudo, nadó temerosa hasta la superficie.

-¡Casty! ¡Estamos muy disgustados contigo! -gritó su madre. Casty miró alrededor. No sabía cuánto tiempo había pasado ni qué hora era. Vio toda la montaña de ropa traicionera a su alrededor: los secretos más ocultos de Casty abiertos y a la luz, como todo un diario privado hecho de tejidos y etiquetas con la fecha de compra y tarjeta usada que revelaban su expediente.

-Eras nuestra niña perfecta, Casty. -dijo su padre

-¿No te da vergüenza? ¿¡Sabes lo mal que estábamos tu padre y yo por tu culpa!? ¿Y lo de las clases de tarde? No existen esas clases, ¿verdad?

Casty era un monstruo y sus padres estaban aterrorizados. No podía seguir así y querían que cambiase. Ésto llegó a oídos de un buen amigo de su padre del trabajo, quien estaba empezando a tener mucho éxito en las charlas motivacionales que organizaba. Incluso había escrito un libro.

-Ciertamente ella tiene que volver a ser feliz. Tiene que fijarse unos objetivos y luchar por ellos sin descanso hasta conseguirlos y si queréis os puedo ayudar un poco. -dijo él

-En efecto.

-Tiene que aprender que lo único que importa ahora es centrarse en sus estudios por su futuro.

Y así, empezaron a corregir a Casty, que sufrió bastante en el proceso: le arrebataron la ropa nueva comprada para devolverla, recibía innumerables castigos cada vez que no obedecía, o no la dejaban salir de su habitación hasta que no terminara de estudiar.

Tras un tiempo, Casty experimentó un cambio asombroso: delante de los ojos de sus padres se halla una chica sonriente y educada. Ahora Casty vive por y para sus estudios, es siempre obediente con sus padres y profesores, nunca se pone triste, nunca deja de esforzarse.

Ya no compra casi ropa y mucho menos las minifaldas que tanto le gustaban.

Ya no sale con sus amigas de noche hasta las tantas, ni organiza aquellas fiestas de pijama, ni come con ellas comida chatarra.

Ya no discute con sus padres por tener una opinión y una forma de pensar distinta a la de ellos.

Ya no piensa en chicos, no se enamora, no se pone guapa para Matt.

Casty ya es una chica perfecta.

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