Mi calle angosta y empedrada, que soportó el paso del tiempo y el andar de personajes peculiares y personajes comunes.

Ahí… Está mi calle, con sus fachadas de estuco deteriorado dejando entrever el adobe de los muros, y sus casas con las puertas abiertas de par en par.

Muy de mañana pasó el vendedor de camote y calabaza en dulce, más tarde lo disfruté en un vaso con leche, sabor que grabaré por siempre en mi memoria.

Es domingo y mi madre nos prepara para asistir a la misa de las nueve, ya se oyen las campanadas, habrá que apresurarse, mis hermanos y yo vamos con mi padre; mi madre no nos acompaña, ella dice que de nada sirve darse de golpes en el pecho dentro del templo, y fuera de él… Seguir haciendo barbaridades. Bajamos por la cuesta empedrada seis calles a lo mucho, asistir a misa resulta un evento más social que de culto, pues al término de la misa, en el atrio, el propio cura (el padre Felipe), y sus feligreses se quedan un rato, intercambiando saludos y pormenores de los acontecimientos de la semana.

Regresamos a casa y tenemos permiso de jugar un rato en la calle, ahí están mis dos inseparables amigos, Jorge y Florentino, sin preámbulos sacamos nuestras canicas para ponernos a jugar, siempre muy cerca de la casa, nunca nos alejamos más de media cuadra.

En la esquina cercana está la tienda de abarrotes de doña Chuy, construcción que a la fecha conserva la misma fachada a 60 años de distancia; doña Chuy a quien mis amigos llaman doña Diabla por su carácter, me parece injusto el apelativo, la verdad la señora ya es persona mayor y los chamacos la desquician con su indecisión cuando quieren comprar alguna golosina. El mote me causa risa, pero no lo comparto, conmigo es suficientemente amable; tentador resulta visitar su establecimiento pues sobre ese gran mostrador; predominan los vitroleros de vidrio con dulces de apetitosos colores, la gran mayoría tienen un costo de 5 centavos, uno solo de esos caramelos te hacen una gran bola en el cachete y te dura una infinidad la felicidad.

A media mañana pasa don Panchito, viste un traje tan viejo como él, lleva un saco a cuadros gris con blanco, corbata de moño, y sombrero del que sobresale su cabello, el bigote puntiagudo en sus extremos y abundante barba totalmente blanca; en su piel se nota el vitíligo, su mirada no dice nada, su caminar es en pequeños pasos, asemeja un robot; siempre, va inclinándose y toca los arbustos o cuanta planta se encuentra en su camino, solo extiende su brazo y con la mano ligeramente enconchada, apenas las roza, cuando pasa cerca de tí, también toca tu ropa apenas con las yemas de sus dedos, me recuerda la mano del cura cuando da la bendición; nunca habla, solamente murmura algo con sus plantas y continúa su camino; un día detendrá su deambular por ese empedrado sin que yo me enteré del final de su destino.

Hoy también coincidió la aparición del comunista, los chamacos nos mantenemos a distancia cuando lo vemos venir, nos causa temor; aunque sabemos que no hace daño a nadie. Vestido con su overol de mezclilla y… A manera de jorongo sus pancartas con demandas; a diferencia de don Panchito, el comunista da pasos exageradamente largos, parece como si estuviera midiendo la distancia que recorre y voltea su cabeza a un lado y otro como si pasara lista de asistencia revisando quien se encuentra y quién no, al llegar a la esquina se detiene y con voz muy fuerte, casi a gritos empieza a pregonar su manifiesto, siempre mueve mucho los brazos, habla de los derechos de los obreros y de los malos gobiernos; cuenta la gente que de joven era un brillante estudiante de medicina y que la falta de alimento y exceso de estudio lo habían enloquecido, su discurso dura no más de 10 o 15 minutos y aun hablando, reanuda su peregrinar a otra esquina, la gente pasa frente a él sin ni siquiera voltear a verlo, todos lo conocemos y aun con su locura es parte de nosotros, quién iba a decir que años más tarde, lamentablemente se toparía con una persona de las que consideramos «normales»; este sí era un demente; lo apuñaló terminando con su vida súbitamente. Nuestro comunista…Hombre trastornado, pero vulnerable a la agresión, no pudo defenderse.

Mi calle… Quizá fea y descuidada ante ojos que no saborearon las vivencias que a mí me permiten valorarla y verla hermosa.

Me lleno de añoranza y me doy cuenta de que yo también soy un personaje más.

Soy parte de mi calle empedrada.

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