Tan solo uno… dos… y tres… y dejo de estar en mí, detengo la respiración solo unos segundos y despierto una vez más, en el mismo pequeño planeta, de esta extraña porción del Universo, que desconozco aún. Es un mundo muy pequeño; camino en círculos hasta agotarme por completo y termino siempre junto a la roca, en la que cada noche me siento a dejar escapar las horas.

Toda la superficie, es como la fina arena de las playas; me inclino hacia delante y tomo un puñado, es extraño imaginar la sensación de crujido en mis manos, así que la dejo escapar gradualmente entre los dedos y percibo como los diminutos granos son arrastrados por el viento. El cielo es infinitamente negro, alcanzo a ver miles de millones de estrellas, desde mi apagada piedra, danzando sobre sí mismas y alejándose unas de otras; algunas veces he llegado incluso a contemplar cometas pasar muy de cerca; he visto nacer constelaciones y sistemas solares enteros desde la primera vez que llegué aquí y de igual forma he llegado a ser testigo de su fin.

En ocasiones apuesto por contar cada pequeño punto de luz, pero simplemente pierdo la cuenta cuando ya he pasado de los 200… y entonces me pregunto… si habrá alguien más allí… sentado, desdibujando las fracciones de su horizonte cercano… y es que me parece absurdo pretender que entre tantos y tantos fragmentos de tierra orbitando armonizadamente justo en medio de la nada, no haya nadie más como yo, sería triste asumir que somos solo nosotros, así que prefiero quedarme con la esperanza de que sí… habrá alguien más.

A menudo suelo hablar con «Dios» en voz alta; mi mamá me dice que a Dios no se le puede ver, pero que aun así desde que nacemos siempre está justo a nuestro lado; de manera que le confieso las cosas en las que pienso a diario, aunque sé que él ya las sabe y solo con su silencio me responde. Después de todos estos años, he comenzado a tener motivos para recordar cada momento… hoy simplemente no puedo dejar de preguntarme como me hubiese visto… si desde un principio no hubiera tenido que vivir en la sombra de esta quietud.

Me esfuerzo por creer que realmente tengo esta oportunidad de venir aquí noche tras noche y que ello tiene algún significado o sentido para el resto del Universo, me gusta tomarlo más como un propósito que como un viaje, más como una parte pequeña pero a la vez importante de esta realidad a la que desafío… y en la que supongo que lleno con algo de vida esta menuda pizca estelar sin firmamento.

Cuando es hora ya de partir, las estrellas comienzan a alejarse y a apagarse suavemente; mi pequeño mundo empieza a descender entre las bandas de luces que mojan mi rostro, hasta ya no dejarme ver… justo como está sucediendo ahora… entonces… todo queda en blanco y solo cierro mis ojos. Sobre mis manos siento las sábanas suaves y tibias… ahí está mi madre, de pie junto a la cama, siempre puntual, esperándome al regresar de cada viaje; miro el reloj en la pared y son ya las 8:00 am. Me sostiene sobre sus brazos, no sé realmente de dónde saca tanta fuerza; pero al fin logra levantarme y dejarme sobre la silla, la empuja hasta el baño y allí tan solo tardamos unos 15 minutos. Después me lleva hasta el portal, es de todos mi lugar preferido para tomar el desayuno… aquí… aquí es como mi otro planeta y paso todo el día en él… solo que a diferencia de mi humilde roca tengo el armazón de metal de mi silla de ruedas y en vez de contar estrellas y cometas cuento los autos y las personas de mi Universo Paralelo.

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