Abro los ojos y miro la hora en el móvil, son las seis y media de la mañana y tengo que levantarme, no tengo ninguna notificación. Echo una mirada al otro lado de la cama y no veo a nadie, solo la sombra que crea la pantalla de mi móvil al estar encendida.

Casi como una especie de máquina y casi sin pensar me voy al cuarto de baño y orino oscuro, pienso que tengo que beber más agua. Me acuerdo de que tengo que coger la ropa. Voy a por ella y me desnudo para meterme en la ducha, hace frío y mi piel se eriza. El agua ya está caliente y entro a ducharme. Me relajo mientras siento como el agua está en la temperatura perfecta y empiezo a imaginar cómo podría ser todo distinto. Sin pensar comienzo a dibujar con el dedo en el cristal empañado, a veces escribo algún nombre y otras veces simplemente esbozo un dibujo sin sentido.

Ya duchado me visto y me preparo un café. Quisiera desayunar algo más pero casi no tengo tiempo, he estado demasiado tiempo soñando despierto y me he quedado sin poder hacer lo que verdaderamente es importante.

Son las siete y media y tengo que coger el metro, lo tengo cerca de casa y es cómodo.

Llegado a la parada del metro bajo las escaleras y puedo ver cómo hay gente agitada bajando las escaleras, ha llegado el tren y tengo que correr para llegar a alcanzarlo aunque siendo sincero no me importaría perderlo. Medio acelerado e intentando no chocar demasiado con la multitud paso la tarjeta del metro y sigo esquivando a personas hasta llegar a las escaleras mecánicas. Observo como empieza a pitar y cerrar las puertas mientras aún estoy bajando, lo he perdido.

Al principio cuando llegué a esta ciudad me enfadaba si esto ocurría, ahora ya no importa.

Parece que por mucho que hago no avanzo y me siento impotente. Vuelco mi frustración en coger el móvil y ver si alguien ha subido algo a photogram. Miro de soslayo en la pantalla de los avisos que quedan tres minutos para que llegue el próximo metro y guardo el móvil en el bolsillo de mi pantalón, me pongo los cascos sin música y empiezo a pensar. ¿Todo puede ser diferente?

Alzo la mirada y es extraño, jamás me había parado a observar a las personas de mi alrededor. ¿Se sentirán igual?
Puedo ver las luces que emiten los reflectores del metro y me pongo en un sitio que estará cerca de las escaleras de mi parada para ahorrar algunos segundos. Siempre piso la línea amarilla que advierte de una distancia mínima de seguridad, me hace sentir una brisa mientras va parando que me relaja. Entro en el vagón y miro si hay algún asiento libre aunque prefiero dejárselo a otro hombre que se ve más cansado y mayor.

Otra vez aquí… me aburre esta vida, ¿Por qué hago lo que hace todo el mundo si siempre me sentí diferente?

Mi parada está cerca pero me pregunto ¿Esa es mi auténtica parada?

Siempre tengo una negativa para todo y me pregunto cosas pero no me respondo ¿Será por miedo a darme cuenta de que me equivoqué? ¿Y si trato de buscar respuestas? ¿Podría llegar a ser feliz sin saber a dónde ir? ¿Será más importante entonces el camino que siga que la meta?

Mi espíritu se siente en sinergia con mí alrededor y empiezo a mirar todo de manera diferente. De alguna manera me enseñaron a vivir sin conocerme y siento que ha llegado el momento de aprender quien soy y a dónde debo ir.

¿Estudié lo que quise?, ¿a qué me habría dedicado?, ¿puedo llegar a crear valor para los demás con ello? ¿Y de qué manera?; al preguntarme por primera vez me enfrento a encontrar una respuesta y siento que al aceptar mis errores y comprenderme a mismo estoy preparado para asumir mi camino.

Se va acercando la parada.

Me doy cuenta de que debo desbrozar todo los pensamientos preconcebidos que de alguna manera se metieron en mi cabeza sin yo si quiera elegirlos. ¿Quién soy?

Descubriéndome en este viaje no parece pasar el tiempo pero sin embargo las manecillas del reloj han ido más rápido que toda mi vida y ni siquiera siento cansancio de haber estado de pie todo el viaje. Me siento con energía e ilusión.

La única manera de ser feliz es aprender uno mismo que quiere y saber dónde ir, pues sin meta no eres tú quien se mueve sino lo demás quienes te dicen dónde ir.

Queda un minuto para llegar y empiezo a preguntarme que debo hacer. Después del entusiasmo y euforia llega el miedo. Tengo que elegir.

¿Si sigo haciendo lo mismo conseguiré cambios? Por supuesto que no, es imposible. Todos los días son espejo del anterior y en parte es por sumisión al todo.

El metro empieza a desacelerar y veo la parada de siempre. Con decisión y miedo espero a que se cierren esas puertas que nunca volverán a abrirse. Ha llegado el momento de avanzar.

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