¡Pongan atención! la siguiente historia tuvo lugar en algún edificio, hace apenas un par de años. Yo pude ser testigo de los sucesos, escondido cada día en la azotea de los tres departamentos en un rinconcito del cuartucho de triques. Ninguno de quienes vivían aquí se tomó la molestia siquiera de verme. Salía durante las noches, sigiloso, invisible bajo el abrazo de las sombras, esperando paciente, que unos durmieran mientras otros se embriagaban. Disfrutando de su ignorancia hacía mi persona, o lo que quiera que sea, aprendiendo todo de ellos. La basura me dice quiénes son, sus gustos, sus manías, incluso sus culpas. He sido invisible a sus ojos, al principio podría decir que sentían mi presencia, pero como todo se acostumbraron rápido a la sensación de ser observados.
Quienes saben, dicen que la justicia es directamente proporcional al poder. Los que de alguna manera tienen o han accedido a la dominación tienen pase directo al lobby de la bonanza, aquellos desafortunados a quienes les toca el rol de servir, bajo cualquier circunstancia, la justicia no les da la cara, siendo los primeros bienaventurados en la mayoría de los casos, los segundos por su parte, desarrollan capacidades para albergar la esperanza en sus corazones. Quede bien entendida la existencia de las excepciones en este mundo, además que lo dicho anteriormente únicamente se pueden dar cuenta quienes han estado en ambos lados de la realidad, aquellos quienes han sido verdugos y sentenciados.
En vísperas de la decadencia de los habitantes del edificio, los del tres, dueños del lugar, pidieron al joven estudiante del uno dejar el departamento, con varios meses de atraso no tenía manera de pagar, buscó empleos nocturnos para poder cubrir la renta, desafortunadamente los problemas seguían llegando, perdió la beca escolar por la cual luchó tanto al ausentarse de clases, trabajar más resultó insuficiente, lo ganado con tanto trabajo sólo cubría los intereses impuestos por los dueños. Para poder tener días de gracia comenzaron a pedirle trabajos de mantenimiento, de limpieza, de recolección de basura, se convirtió en conserje sin recibir un centavo, todo era para cubrir los atrasos. La infame familia además lo tenía como sirviente personal, los dos hijos holgazanes perdían la vida en las tabletas, en sus teléfonos, en el ordenador, cada vez más inútiles para moverse por sí mismos, respiraban conectados a la red.
Por otro lado, los del dos, una pareja joven de profesionales, pernoctaban en bacanales decadentes, el patio del inquilino del piso inferior era su basurero, tirando colillas de cigarro, papeles, botellas, condones, incluso fluidos corporales de todo tipo llovían por las noches. La única vez que el del uno trató de hacerles frente, estos le hicieron ver su inferioridad, bastaba pedir a los del tres que lo echaran para que así fuera, por lo que tenía que tragarse su enojo.
La noche del inminente desalojo, con sus trabajos y escuela perdidos, el del uno decidió, con mi ayuda, visitar la muestra temporal “Máscaras Prehispánicas, las diferentes caras del hombre a través de los siglos”. Ahí estaba frente a él, la majestuosa mascara de jade, viéndolo fijamente, inexpresiva, vacía, pero por alguna razón cautivadora, llena de misticismo, fue fácil perderse en ella, se miraba con la careta puesta, lo hacía sentirse poderoso, eterno como si el tiempo no existiera.
En el departamento sin muebles después de vender lo que le quedaba para mal comer, encontró lugar a la máscara de jade que robó, el nicho de la sala fue perfecto. Sentado en una esquina con las tinieblas acompañándolo prestaba absoluta atención, asentía cada indicación que la careta le daba, propuestas de poder y riqueza, a cambio de un poco de locura, la vieja máscara de jade, representaba la infamia, se alimentaba de almas de aquellos quienes perdían la razón.
Con todo que ganar, el del uno se dispuso a cambiar los roles. Esa noche trabó las puertas de ambos departamentos, dejando dentro a sus habitantes, cortó la luz y todo tipo de comunicación.
Los del tres fueron presa fácil, al amanecer el silencio se perdió con el terrible grito de “¡No hay Internet!”, ni luz, ni teléfono pensé con una sonrisa en la cara; los primeros minutos fueron esperanzadores, marcaba una nueva oportunidad para conocerse, retomar comunicación entre ellos, sin embargo habían perdido la capacidad para comunicarse sin necesidad de un aparato o red social, pero como todo proceso de desintoxicación la ansiedad hizo preso de ellos más rápido de lo pensado, en cuestión de horas la locura los arropó como suyos, dejando que se destruyeran entre ellos. Sentado en la misma esquina el del uno veía como la máscara sonreía mientras su color verde se hacía más intenso.
La pareja del dos fueron más resistentes, de alguna manera podían tolerarse sin tener los teléfonos cerca; por lo que les hizo una visita personal, tocando a su puerta, recargado en el barandal desde afuera les dijo que se despedía, llevándose el auto y el dinero que escondían tan celosamente en una caja fuerte, además las joyas de ella servirían para pagar su universidad sin necesidad de una beca. Al darse cuenta de lo anterior la pareja cayó en desesperación, no les parecía justo que se llevara lo que ellos se habían ganado con su trabajo, trataron inútilmente de tirar la puerta, de salir por las ventanas, pero olvidaron que mandaron poner protecciones por todo el lugar, para cuidar su riqueza. En días la demencia los consumió, el saber que ya no tenían nada, que un conserje tenía todo lo que ellos trabajaron no les parecía justo.
El del uno nunca salió, murió de hambre en la esquina donde permaneció reflejando su grandeza en la máscara de jade.
Por mi parte, me cambio a otro edificio uno más grande, con más gente que me ignore, pues necesito más almas, más desesperación, locura, y eso sobra en esta demente ciudad. La máscara una extensión mía esperara paciente quien la lleve a casa. Yo, necesito pasar desapercibido. Ser invisible. Esperar paciente oculto. Mirándote.
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