No se percató inmediatamente del impacto que la foto había dejado sobre él. Llevaba desde por la mañana ordenando su casa, y se sentía cada vez más desanimado a medida que se iba acercando la tarde. Sin saber exactamente de dónde venía notaba que la sensación había comenzado al medio día, después de sacar un álbum de fotos de su juventud.
¿No lo vas a tirar?, objetaba su hijo cuando veía que su intención era deshacerse de toda una caja vieja de álbumes de retratos.
Su hijo empezaba a abrirla, y al sacar el álbum más voluminoso se le cayeron una serie de fotos en blanco y negro al suelo. Formaban un abanico. Su padre se quedó mirando cada una de ellas como ensimismado. No las reconocía.
―Pero este eres tú, papá ―dijo su hijo de repente apuntando hacia una persona en una de las fotos.
El padre seguía sin reconocerlas, y tampoco se veía a sí mismo en ninguna de ellas, aunque en una parte recóndita de su mente empezaba a vislumbrar que tal vez era él. La brecha que se abría en su mente entre no reconocerse a sí mismo e intuir que era él en la foto le provocaba angustia. Se intentaba calmar. No era nada. De hecho, la serie de fotos no tenía ninguna importancia, y por eso no se acordaba de ella. ¡Una razón más para tirar la caja!
Cuando su hijo se fue, dejó de recoger y decidió salir a correr para airearse y eliminar lo que quedaba de malestar en su cuerpo. ¿Por qué se tenía que sentir mal? Dio una vuelta más larga de lo normal. Cuando volvió, todo sudado, sentía que había puesto punto final a la historia. Una ducha, y se iba a sentir como nuevo.
Ocurrió todo lo contrario. Entrada la tarde, volvió a meter lo que quedaba por recoger en cajas, pero mientras lo hacía se le iba apoderando esa sensación de abatimiento que le dejaba tirado por el suelo. No era por cansancio físico. Seguía levantando cajas y sentía que podía salir a correr otra vez, pero anímicamente estaba hundido.
No iba a desprenderse de esa sensación tan fácilmente, pensaba. Miraba hacia la caja con sus fotos. Eran suyas, pero no las reconocía como suyas. Volvió a pensar en ellas. No significaban nada para él. Tampoco le provocaban miedo o vergüenza, aunque tenía que reconocer que la caja, y especialmente su foto, empezaba a convertirse en algo fantasmagórico.
―Espera ―dijo en voz alta. El abatimiento que sentía le recordaba a algo que había vivido en su juventud. Habría tenido 17 años cuando una noche había experimentado verse a sí mismo dormido en la cama. No se reconocía a sí mismo a la primera, pero cuando se dio cuenta de que estaba fuera de su propio cuerpo viéndose a sí mismo, le entró un miedo que hacía temblar todo su cuerpo y se despertó.
Tras este episodio no había vuelto a vivir nada parecido ―hasta este momento; la sensación de angustia y desánimo era la misma. Además, la foto que había estado mirando con su hijo unas horas antes era de aquella época de cuando tenía 17 años. Su hijo tenía 17 años ahora. ¿De qué iba todo esto?
No era la foto lo que estaba causando tanto malestar, reflexionaba. Era el hecho de no reconocerse a sí mismo, aunque uno se tiene ahí delante. Cerró la caja con los álbumes. La cogió debajo del brazo junto a una guadaña de plástico del pasado Halloween que su hija ya no quería. La caja pesaba más que por la mañana, observó. Salía medio corriendo por la puerta de su casa, la sexta vez hoy, y tiró la caja y la guadaña a la basura. Ya está. De esta manera se quita uno de encima pesos muertos, pensó cuando entró por última vez en su casa.
Así había transcurrido el primer día después de su experiencia de haberse visto sin reconocerse, que le perseguiría como una sombra el resto de su vida.
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