En un mundo que prohíbe soñar, él ya ha perdido la cuenta de la cantidad de veces que le han dicho «no puedes», ella está harta del «sé realista», otros están cansados de que los hagan callar. Algunos deciden callar y se apagan, ahogan sus palabras hasta que no hay más que ideas muertas, en un charco de olvidada esperanza. Otros gritan tan fuerte como pueden e incendian todo a su paso, sí, pisando fuerte, que no hay otra forma de hacer historia, que es el único camino hacia la verdad. Unos olvidan sus sueños, haciendo caso a las voces que les dicen que es imposible, que no es más que un sueño, que nunca lo alcanzarán. Otros, los persiguen, olvidan al que dijo que un hombre jamás podría volar. Hay quienes se dicen a sí mismos que no hay solución, para evitar articular palabra, para evitar los dedos que señalan y quedarse así, metidos dentro su burbuja de confort, sin si quiera atreverse a pensar que las cosas pueden cambiar, que podríamos hacerlo mejor. Otros, en cambio, luchan cada día por construir un lugar mejor, por hacer posible lo imposible, a pesar de los dedos, a pesar de las críticas, a pesar de las etiquetas, a pesar de todo. Porque esos otros, están convencidos que pueden hacerlo, que ser realista es mirar las cosas desde una nueva perspectiva, desde arriba, que hay que elevarse alto muy alto y una vez arriba observar la realidad para buscar el camino a casa.

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