Giró la Avenida de los Reyes, dejando atrás la Plaza del Mercado, y se adentró por el callejón de Tove. Al fondo, un edificio abandonado que debió haber vivido sus mejores tiempos hace muchos años se erguía envuelto de una espesa niebla que le daba un aire misterioso y fantasmagórico. Hrolleif se detuvo frente a la puerta, se aseguró de que nadie lo había seguido y apoyó su mano sobre las letras rúnicas del portón, pronunciando al mismo tiempo cierto poema élfico ya olvidado en las Tierras del Este de Heidrun. Los símbolos se iluminaron al tiempo que la vieja madera se movía con un crujido dejando la entrada libre al esperado visitante.
La puerta se cerró sola una vez traspasado el umbral. La apariencia del lugar era muy distinta a lo que parecía desde fuera. Las paredes, limpias y decoradas con motivos de oro y plata, sostenían cientos, tal vez miles, de estanterías repletas de libros de todos los tamaños y grosores. También se hallaban volúmenes en los pasillos y salitas, amontonados desde el suelo o abiertos sobre mesas de cristal. El recién llegado ojeó en todas direcciones, deseando descubrir algo diferente en alguno de los conocidos rincones. No vio nada.
De repente, al superar la línea que delimitaba la entrada, todo pareció cobrar vida: los libros saltaron de sus estantes y comenzaron a revolotear, cual pájaros que han hallado, de repente, la libertad. Algunos permanecieron en el suelo, pero se abrieron de par en par para revelar sus más profundos secretos; y otros se escondían, cambiaban de lugar o escupían sus letras e imágenes, llenando el aire de palabras, frases y acontecimientos. Nada de ello sorprendió al visitante, acostumbrado a las extravagancias de los tesoros de la Biblioteca de Agmundr.
Así, Hrolleif pasó junto a las memorias de Arngeir, el Centauro, cuya imagen trotaba alrededor de los versos que componían sus hazañas; con su arco y sus flechas abatía trasgos y trolls, retornando la paz a las tierras de Tesaida. Se acercó a las páginas de la Enciclopedia de los Mares Profundos, transformadas en olas que ocultaban las fauces acechantes del Leviatán, los reinos secretos de las sirenas y los tesoros sumergidos de los piratas del Egeo. Más allá, los Enanos de los Pueblos Olvidados se enfrentaban a los Orcos de Riodhr, durante la Batalla de Asbjom, sobre las letras del libro de las Crónicas de Audhil.
Nada de eso le interesó. Hrolleif se adentró en la biblioteca más y más, explorando cada rincón, abriendo cada puerta y subiendo cada escalera. Aquello que buscaba debía hallarse en algún lugar; el Maestro se lo había asegurado. La Biblioteca de Agmundr encerraba todas las historias, biografías y acontecimientos habidos bajo la cúpula del cielo, desde que el tiempo comenzó su andadura hasta hoy.
En su empeño, esquivaba piedras intangibles catapultadas desde los Tomos de la Guerra de Marte o ignoraba a las Musas de las Entrañas de Ingram, cuyos relatos revelaban sus astucias y engaños para apoderarse de las almas de los hombres. Pero para su creciente frustración, nada de eso revelaba dónde hallar el objeto de su deseo.
Finalmente, hubo de desistir en su empeño. De nuevo se marcharía sin encontrarlo. Pero no tardaría en regresar, en el momento en que sus viajes le permitieran volver a la isla. Y se prometió, una vez más, que no abandonaría el lugar hasta que aquel tomo estuviera, por fin, en sus manos y pudiera, así, destruirlo para siempre.
Mas se preguntaba: ¿Desaparecerían, con el libro, los hechos en él narrados? ¿La ausencia de las palabras desvanecerían las consecuencias de los actos allí descritos? “La magia de Agmundr es insondable y poderosa. No se debe jugar con ella, ni tratar de trastornar lo ya escrito” –dijo el Maestro. ¿Cuánto cambiaría el mundo si se eliminaran solo unas palabras de su historia? Entonces Hrolleif imaginó las tierras de Verden y los confines de Värld muy diferentes, de conseguir su objetivo y encontrar las páginas que revelaban su propia existencia.
Pronunció al revés el poema mágico ante las runas del gran portón y todo volvió a la calma, dándole a la construcción el aspecto de edificio abandonado y derruido. Y se esfumó por las callejuelas como una exhalación, consciente de que la Biblioteca de Agmundr todavía guardaba alguna estancia oculta donde no había buscado.
Mientras tanto, sobre el escritorio de una escondida buhardilla, una pluma solitaria continuaba escribiendo los acontecimientos de su vida, su búsqueda y sus interrogantes. Permanecían en las páginas centrales la codicia, el crimen, la ira, la violencia. Hojas que no estaban dispuestas, por ningún motivo, a ser arrancadas. Pero aquellas que aún permanecían en blanco esperaban nuevas letras que pudieran reescribir la historia del que una vez fue un caballero y héroe de su pueblo llamado Hrolleif.
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