Llego a la hora acordada. El lugar no había cambiado, el Café-Bar-Restaurant, no envejecía, siempre había estado allí; era un espacio turístico de este barrio pituco de la ciudad, en el que se había cometido un atentado terrorista que tuvo resonancia internacional. Vladimir ya se encontraba sentado, desde la mesa que escogió se podía apreciar a través de un gran ventanal el parque inmenso rodeado de bellas flores y arboles gigantes que se encontraba al frente.

No había cambiado su forma de ser, era jefe de su grupo político y actuaba en cada circunstancia como tal. No debía extrañarme. Tome asiento y dejé debajo de la mesa mi mochila. Le hable sin muchos preámbulos:

–Pasó mucho tiempo ¡no! ¿Desde cuándo no nos vemos?

–Mira Amanda, sabes que he querido hablar contigo. Te envié mensajes ¿Tus compañeros no te avisaron?

–Sí, si me avisaron, pero, sabes lo difícil que es quedarse en la ciudad.

–Estamos aquí. ¿Qué vas a pedir?

–No sé porque este lugar –dijo ella– pero en fin; para mí una cerveza bien helada. Seguro que para ti un café cortadito acompañado de galletitas de chocolate ¡Cierto!

–Que comes que adivinas, ¡No!, no te me hagas la dura. Que conozco, tu lado débil. ¿Sigues escribiendo poesía?

–Seguro habrás leído mis últimos trabajos. Siempre aparecen en los volantes que repartimos.

Llamó al mozo –él–, ordenó una cerveza bien helada y una butifarra para la señorita y un café cortado con galletas de chocolate. Observó a su acompañante, una mujer relativamente joven, muy atractiva y recordó su fama de audaz y temeraria. Misión que le encomendaban la cumplía, no importaban los medios. Era una pieza clave dentro de su organización, se había ganado el respeto de todos, más aún de su líder. Confiaban en ella. Sin embargo la curiosidad hizo que le preguntara:

– ¿Señorita o señora?

–No me importa esos epítetos. ¿Quieres saber si salgo con alguién?¿Si tengo marido? y ¿Si vivo con una mujer? Vamos hombre. A lo nuestro.

–Tú siempre al grano. Cuanto tiempo te han dado de permiso. Quince minutos, media hora, o una hora. Son más tolerantes: ¿una hora?

–Sólo el tiempo necesario. Esta cita es importante para nosotros; no debemos quedarnos mucho tiempo en un solo lugar, el reglaje que nos hacen no se detiene.

–Ustedes siempre apurados, les gusta los resultados inmediatos, no me canso de repetirte de que si quieres cambiar algo, se tiene que cocinar lentamente, cada ingrediente te dirá cuando esté listo. Escuché que muchas de sus acciones han abortado. Han detenido a tu líder y a los principales cabecillas. Se están moviendo con mucha rapidez. Poco a poco se han alejado del campo y están en las ciudades, principalmente en la capital. Pero han perdido apoyo y no se mueven como pez en el agua. Creo que deben entender que primero se debe tener la idea racional. El marco teórico es importante, sino a que apuntas, adonde vas, como haces que tu organización responda al cambio. Sabes que hay que ganarse a la gente. Aterrorizándolas no les harás entender que tienes la razón, no te seguirán. Claro, para ti ellos están equivocados, se contentan con lo que tienen, son unos alienados, no desarrollan su propia cultura, siguen las culturas dominantes y se copian de ellas, y según ustedes se copian mal.

–Caramba que buen rollo, hace varios periodos que eres parlamentario y sabes que ese parloteo tuyo no tiene sustancia, es para la tribuna y yo no soy tu tribuna.

– ¡Ya! ¿Cómo está tu chela?

–Bien heladita, pero el jamón de la butifarra es muy delgadito y tiene poco ají. Necesito algo consistente, no me puedo entretener en comiditas.

– ¡Vladimir! –exclamo Amanda– ¡Esos volantes!, los tirábamos cuando nos movilizábamos. Recuerdo aquel que recogí del suelo y antes de levantarlo, una mano también lo sujetaba, al jalar cada uno su parte se rompió en dos, te quedaste con la mitad.

–Sí, si me acuerdo, ese medio volante me permitió conocerte. Después me enteré que caminábamos por veredas separadas.

–Claro esa mirada de sorpresa nunca la voy a olvidar; veías a otro militante más, en jean, zapatillas, sin aretes con un gorro negro y una mochila. En medio de los gases de las bombas lacrimógenas, no distinguiste el género.

–Yo no hago distinciones de género. Todo militante es un militante y no me pareció extraño que una mujer joven y bonita como tú estuviera en esa movilización.

–Siempre has dicho que conoces mi lado débil, la poesía me acompaña en mis ratos de soledad. En mi organización no se puede expresar signos de debilidad; sabes perfectamente que nuestro accionar tiene un norte, que los cambios profundos los concebimos como derivación de actos violentos. <<La revolución es la partera de la historia>> <<Salvo el poder todo es ilusión>>.

–Bueno Amanda, suelta, suelta: ¿Sobre qué quieren que conversemos tus compañeros? ¿Cuál es el acuerdo al que debemos llegar?

–Está bien Vladimir, al grano, fuera la cursilería: ¿van a apoyar el pronunciamiento por la libertad de nuestro líder? Dejen ya de ser revolucionarios de café, pequeños burgueses. Juéguensela. En este mismo lugar hemos visto cómo te reúnes con tus “compañeros”, y pasan mucho tiempo; imaginamos que al levantarse se van tranquilitos a sus casas donde sus espositas y sus hijitos los esperan. Claro: ya resolvieron todos los problemas del país. En sus grandes teorías ya calzó la realidad. ¡Te hice una pregunta!

Vladimir sonrió y no contestó, pidió otro café esta vez sin galletas de chocolate. Ella entendió la respuesta, se levantó de la silla, cogió su mochila, lo miró por última vez y se marchó sin despedirse. Cruzó el bonito parque, pensando en las siguientes aventuras con olor a cataclismo que le faltaba vivir.

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