Todo está oscuro y en silencio, floto en la nada más absoluta.
Desde lo más hondo, comienzo a oír una suerte de risas mezcladas con el ruido de copas al chocar, de vez en cuando la música remonta por encima del murmullo de la multitud para volver a ahogarse entre las carcajadas. Abro lentamente los ojos. Entre el denso humo se aprecian varias siluetas, parlotean y bailan en lo que parece una fiesta que se ha alargado más de la cuenta. Giro la cabeza, al otro lado del sofá en el que estoy sentado veo una pareja de desconocidos, el chico se dirige a mí:
—¡Vaya! ya estás aquí, bienvenido a la fiesta —dice con una sonrisa un tanto exagerada.
—Pareces cansado cariño, voy a traerte algo para beber —me dice ella y se dirige hacia una mesa en la que hay comida y bebida en abundancia.
—¿No recuerdas nada? Estabas en el bar Void cuando decidimos invitarte a la fiesta, estabas tan perdido en la noche que alguien tenía que cuidar de ti —dice con un tono empalagoso.
Pruebo la bebida que la chica me ofrece y miro a mi alrededor, parece que estoy en la sala de estar de una casa enorme. No me apetece seguir conversando con la parejita feliz, así que me decanto por sumergirme entre la multitud. En mi deambular observo que al fondo de la sala hay estancias llenas de gente, resulta imposible calcular cuantas personas hay ya que la vista se pierde en la oscuridad. Conforme avanzo el ambiente se vuelve cada vez más decadente, ya apenas hay luz ni se escucha la música. Busco algo de beber, pero las pocas botellas que veo están dispersas por el suelo y su contenido no tiene buena pinta, prefiero girarme y volver hacia la zona iluminada a picar algo. Al regresar a la mesa veo a un tipo gordo que no para de zampar canapés, me acerco y le digo amablemente:
—¿Cuál me recomiendas?
—Estos de gambas están riquísimos, come cuantos quieras, si se acaban ya volveremos a poner dinero para comprar más.
—Sí, claro —mientras elijo un canapé, me palpo disimuladamente los bolsillos, están completamente vacíos. Espero que tarde en llegar el momento de volver a poner fondo.
—He visto que vienes de allá –dice el tipo señalando hacia el fondo de la sala—. Estamos mejor aquí, esa gente puede llegar a ser peligrosa, pero tranquilo que no se acercan por esta zona.
—¿Y eso?
—¿Ves esos tipos vestidos de negro? Son vigilantes que se encargan de mantener el orden, tuvimos que contratarlos para evitar que la cosa se desmadrara. Digamos que había individuos que no aportaban dinero y luego no paraban de comer y beber, si alguien les llamaba la atención, la pelea estaba servida. Por esto tuvimos que recurrir a dividir la casa por zonas y contratar los vigilantes para que cada uno se quede donde debe —se come otro canapé antes de retomar su monólogo—. Eres nuevo ¿verdad? Yo soy uno de los maestros de ceremonias, este evento se celebra desde hace muchísimo tiempo. Y, dime ¿quién te ha invitado?
—Están sentados en aquel sofá ¿los conoces?
—¡Claro! yo conozco a todo el mundo —hace una pausa para tragar—. Has tenido suerte, son buena gente. Todo el mundo entra mediante invitación, lo malo es que los del fondo no paran de traer gentuza —se me acerca y me dice susurrando al oído—. Necesitamos más gente como tú.
Me fijo en las paredes, hay muchas puertas, algunas de ellas se abren para dar paso a nuevos invitados, en la zona más oscura están cada vez más hacinados. Entonces escuchamos gritos al fondo de la sala, parece que hay una pelea entre dos vigilantes y un borracho que intenta abrir una ventana.
—¡Mira, lo están pateando!, pero si simplemente iba a abrir la ventana.
—¿Estás seguro? No sería la primera vez que alguno de esos pordioseros intenta acceder a esta zona saltando de una a otra ventana. Están locos, más de uno se ha caído intentándolo. He visto de todo, algunos reúnen algo de calderilla y tratan de sobornar a los vigilantes para que les dejen pasar a esta zona, si no tienen dinero incluso les llegan a ofrecer drogas, mercancías robadas, o cualquier otro servicio que puedas llegar a imaginar.
No me gusta lo que estoy escuchando, me excuso y me alejo de la mesa, necesito salir a la calle. Me acerco a una puerta junto al sofá, está cerrada, un vigilante me ha visto y me hace un gesto de negación con la cabeza. Me dirijo al sofá donde está la pareja charlando.
—Chicos, gracias por todo, pero me tengo que ir.
—¿Cómo? —dice ella con tono triste— ¿justo ahora que empieza lo mejor?
—No puedes hacernos esto, hay mucha gente que mataría por estar aquí ¿así nos lo agradeces? —El parece defraudado conmigo.
—Pero ¿por qué os importa lo que haga? apenas me conocéis, además ¿acaso os pedí yo que me trajerais?
—No esperábamos que te comportaras de esta forma.
—Mirad, simplemente me voy —digo con tono tajante—, no me interesa saber nada más de esta fiesta.
—¿Irte? —dice él riéndose, entonces se levanta y comienza a gritarme— ¡Eres un desagradecido! Sí que te vas a ir, pero con tus amiguitos los borrachos del fondo. En cuanto se entere el gordo que no tienes dinero te llevará ahí a que te pudras.
Al escuchar los gritos, las personas que nos rodean se giran y me señalan, ríen alocadamente dejando ver todos sus dientes. Observo que dos guardas de seguridad se dirigen hacia mí acariciando sus porras. Necesito huir, entonces me fijo en que una de las ventanas está abierta. En mi frenética carrera esquivo a uno de los vigilantes, al tipo de los canapés que sigue señalándome, y finalmente salto al vacío cerrando los ojos con todas mis fuerzas.
Vuelvo a la oscuridad, a mi añorada eternidad de noches entrelazadas, sin recuerdos.
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