Durante tres madrugadas, y exactamente a las tres de la mañana, se pudieron escuchar en el vecindario, los aullidos de todos los perros que pernoctaban en la calle. La primera madrugada había sido un desagradable acontecimiento, ya que más de cinco familias habían despertado como si hubieran visto al «demonio». La segunda madrugada estuvieron más prevenidos, pero aún asi temblaron en sus camas, tapándose sus rostros; los vecinos y habitantes. La tercera madrugada fue la respuesta a la hipótesis colectiva que combinado con dióxido de carbono y nitrógeno, pasaban por un agregado más del aire. La respuesta que algunos ni se atrevían a repetir ni de manera articulada, ni con señas; la de «Alguien morirá»
La superstición venida de la religión, era una habitante más en el vecindario; desde el «Cuidado con barrerme los pies», pasado por «Que no se te desparrame la sal en los pies», hasta llegar al «No camines por debajo de una escalera». Inclusive, los que decían no profesar ninguna religión, se inmiscuian en ella, sin darse cuenta, por la temida superstición.
Esas tres veces de puro susto, fueron de mucha tensión para Julia; que despertó en cada una de estas, agitada y con poca visión. La primera vez despertó cuando casi terminaba el coro de aullidos, y con poca visión a penas vió la luna llena que caía sobre ella; al pasar por su ventana. El sudor que caminaba por todo su cuerpo le retorcía los huesos, hasta que quedaba completamente dormida.
La segunda vez, el sonido había ingresado por sus oídos y retumbado en sus tímpanos, que la estremecieron e hicieron que se sobresaltara y se quedara sentada sobre su cama. Y de igual manera, luego el frío proseguía a ingresar por sus fosas nasales y a llegar hasta su cerebro, produciéndole caer de nuevo en un profundo sueño.
La tercera madrugada, Julia despertó casi a la mitad de los aullidos, y recordó todo lo que proseguía en aquel rito, pero esta vez abrió mucho más sus ojos y pudo ver por completo la luna. Y antes que el cuento prosiguiera como las otras dos veces, esta vez ella quiso apuntarlo en su pared, de forma improvisada, ganándole al tiempo, ganándole a lo que no entendía y al por qué le perseguía. Escribió: «Mala visión, sudor, frío» y recordó haber escuchado que posiblemente alguién moriría, y también lo escribió: «Descubrir quién es…» pero antes de terminar la oración, el frío la invadió y cayó en un grandioso sueño.
A las seis de la mañana del día cuatro, los vecinos salieron de sus casas a realizar sus quehaceres y a penas se miraban entre ellos; era como una vergüenza pensar que tal vez nuevamente se den los aullidos. A las tres de la tarde, a solo doce horas de los posibles aullidos frecuentes, los vecinos no querían ver sus relojes, pensando que esa era la misma hora pero de claridad, que tenían, a diferencia de la incomprensión que nacía en la madrugada, que por más que intentaban descubrir no podían entender lo que ocurría.
Llegaron las tres de la mañana y los aullidos ahí estaban de nuevo; prolongándose al pasar los minutos. Y Julia despertó casi al comienzo de estos, y con mucha más consciencia se apresuró a levantarse y revisó lo que había escrito; pensando que ahora lograría descubrir el por qué de estas pesadillas y malestares que la dejaban exhausta. Recordando su poca energía, se dirigió hasta la puerta de su casa y como buscando lo que ya sabía en donde encontrar, salió y se encaminó hacia una casa de paredes blancas.
Aquel lugar tenía muchas entradas, pero solo una de estas la llamaba por su nombre y fue por donde ingresó; pensando en acabar con su malestar.
La vida es solo un querer consciente de vivir. Y aceptar que se está muerto, puede abrir la puerta a una posible vida.
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