El paraíso de su vida.

El paraíso de su vida.

AGustin Villacis

16/02/2019

En el pico de la cima redonda de mi vida el pensamiento penetra sigiloso por la ruta recorrida, rebusca impaciente el espacio de tiempo que me queda sobre la infinidad de rutas abiertas que salen de un nuevo punto de partida. Atrás, en la distancia del camino virtuoso quedan las huellas de cientos de errores, muchos de ellos repetidos, llevados por la pasión fantástica, encarnados por el deseo lujurioso o tan solo errores misteriosos.

¿Qué somos en realidad? un punto estático en medio de dos fechas muertas. Es lo que veo en las cruces blancas enterradas en la tierra negruzca de los muertos. Es una raya débil entre dos números que llenan los nombres escritos sin vida sobre lapidas viejas. Somos eso, una raya de existencia en donde se acumulan multitudes de palabras viejas, de acciones marchitas, de amores dulces perdidos, de odios ahogados, de deseos añejos, de mentiras, de verdades. Todas juntas y agrupadas en una sola raya, la raya de la vida.

Y la vida ¿qué es la vida? ¿Un legado?, ¿un misterio?, ¿una suerte del destino?, una propuesta de Dios para mí o solo una coincidencia cósmica inmersa en la infinidad de las estrellas y de astros moribundos donde mi vida colapsa.

¿Y cuando muera? Quizás pase reencarnado a un nuevo oasis, o tal vez, muera cocinado en el infierno. A lo mejor me salen alas para volar sobre el mundo.

Junto a mí pasa el cortejo, bajo el manto de un cielo gris. Mi amigo guardado en una caja, maquillado y bien vestido, dormido en el silencio absoluto. Hoy es su día, donde un puñado de gente le rinde pleitesía y lloran de pena ante su cuerpo inerte dibujando la raya de su vida. Ya no llenará el espacio de tiempo futuro, se fue, siempre fue bueno. Quizás a él le toquen nuevas alas para su vuelo.

Y, ¿eso es todo lo que queda? Una caja vacía, allí no hay nada más que un cuerpo muerto. Ni siquiera la historia se la lleva consigo, solo se va como arcilla a esperar que se corrompa su cuerpo.

¿Y su alma?

¿Y su risa?

También se guardan en el pensamiento de sus deudos, plasmadas en cientos de fotografías.

¿Qué somos entonces? Será que somos energía con luz en sus ojos y voz en su espíritu. En el misterio de lo conocido ponemos la esperanza y justificamos las respuestas. Le damos sentido al principio y al fin, le damos vida al lugar de la partida y espacio y tiempo al misterio de la muerte.

¿será que existe el infierno?

Sí, yo creo que existe, en la mente criminal de un violador de niños, en el trafico de inocencias forzadas a llorar en los brazos lujuriosos del que compra los placeres. Existe en el templo de la ira, en el tenebroso corredor de los rumores de lenguas viperinas y en el tenebroso teatro de la guerra.

¿Sera que el paraíso existe?

Sí, yo creo que existe. Está escrito en el camino, en el diario recorrer la ruta del destino, en las flores que sembré en cada primavera, en el aire de amaneceres florecidos donde respiré el néctar de la fe. Vive, en la sonrisa de los hijos, en el caminar de las gaviotas compañeras en la playa. Perdura en el diario extender de la mano al buen amigo, en el beso vivo que recorren los labios carnosos del amor. Vive inmerso en el abrazo y las caricias sobre el cuerpo sedoso del amante. Está plasmado en el palpitar del corazón, en las células de mi cuerpo y en el canto alegre de los niños.

Entonces, ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿existe el infierno? ¿Existe el paraíso? La respuesta de la vida está en el paraíso y la respuesta a la muerte esta en el infierno.

Observo el llanto de sus hijos, sus gritos aferrados a esa caja fría, negra sin vida. Lo recuerdo desde que éramos niños, subidos en los árboles, escapados de la escuela, pescando en riachuelos cristalinos donde dibujamos nuestro rostro. Lo recuerdo con su primera copa de vino y su primer cigarro dándole un toque de estatus y dignidad a su presencia en la vida. Tengo fija en mi mente su imagen de miedo en aquel verano donde el amor toco a sus puertas y cruzo el umbral de lo desconocido penetrando a un nuevo mundo lleno de misterios.

Las historias y recuerdos nunca mueren, pues son la vida y allí no existe la muerte. Él vivió su paraíso.

Ha bajado a su sepulcro, ya de allí no saldrá jamás su cuerpo, se quedará esperando o quizás observando desde el mismo árbol que trepamos cuando niños.

Lo dejo, me marcho con el recuerdo del paraíso de su vida.

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