Había quedado con Julia en el café de siempre. Hacía meses que no nos veíamos, pues seguía demasiado ocupada con una agenda a rebosar de ideas inconclusas. Tenías más planes que días el calendario. Por eso, nunca llegaba puntual a las citas. Hoy, sin embargo, me perseguía un mal presentimiento. Lo había notado desde el momento en el que observé cómo me esperaba apoyada en un banco, cinco minutos antes de la hora prevista.

Cuando la saludé desde el paso de cebra, comprobé que había vuelto a fumar. El día que la conocí me dijo que quería dejarlo, y con cada propuesta de año nuevo se iban consumiendo los buenos propósitos a la vez que los cigarrillos. Estaba nerviosa, como los niños que aguardan grandes regalos por navidad. Sonreía de manera forzada, ansiosa porque llegara hasta su zona de influencia, donde podría cogerme del brazo y arrastrarme a la cafetería. Nada más sentarnos, pidió un par de capuchinos, sin tan siquiera preguntarme.

– Lo de siempre, ¿no? – inquirió cuando el camarero andaba ya lejos.

No me dio tiempo a contestar. Sus grandes uñas de porcelana recién arregladas componían un repiqueteo de música mal combinada. El móvil no paraba de iluminarse, y emitía molestos sonidos que Julia se empeñaba en seguir ignorando.

– Ya sé lo que ha pasado, Teresa. Ahora lo entiendo todo.

Guardó silencio por más tiempo del que era recomendable para su salud, a la espera de que yo dijera algo, cualquier cosa, que le permitiera continuar con el discurso que ya había preparado.

– ¿A qué te refieres? – Un joven aspirante a maître dejó las tazas a rebosar del contenido caliente y amargo, con ademanes de gran profesional. Tardaba demasiado para la escasa paciencia de sus clientes.

Cuando por fin nos dejaron solas, Julia me agarró fuertemente la mano.

– He conseguido comprender por qué se ha marchado. Ha pasado un tiempo, pero he armado el rompecabezas.

Me habría gustado poder mostrar la perplejidad que me inundaba por momentos, pero estaba demasiado cansada en realidad. Hacía más de 5 meses que Pablo se había ido de la casa que apenas un año antes compraron juntos, y ella todavía no había salido del trance. Recordaba perfectamente la mañana siguiente a la fuga, cuando recibí una llamada antes incluso de que sonara el despertador. La conversación fue bastante común, como en todas las rupturas de las que había sido confidente. La única diferencia es que Julia no entendía por qué había ocurrido, y eso la mataba por dentro.

Desde entonces, se había dedicado a convencer al mundo de que estaba pasando página. Se apuntó a clases de salsa, empezó a quedar con un compañero de trabajo y centró el resto de sus energías en la nueva tienda de flores que había creado de la nada. Todo parecía remontar; nuevos vientos llevaban su barco a mejores puertos. Pero la mente no entiende de atajos, y el duelo ignorado estaba a punto de jugarle una mala pasada.

– Vaya – no se me ocurría nada más que añadir. No obstante, Julia estaba preparada para mi falta de interés.

– Verás, tú ya has visto todas mis fases. Primero, le eché la culpa a él, pero no parecía lógico. Al fin y al cabo, Pablo solía dar más que yo en la relación, aguantando siempre que le pedía espacio. Después, acabé pensando que quizá había sido todo cosa mía. Me volqué demasiado en mis proyectos, y dejé de lado el único que compartíamos los dos. Aunque esto tampoco era cierto, porque nunca había parado de comunicarme con él, de incluirle en todos los planes que surgían. Y bueno, tras eso, llegué a un punto de inflexión.

Entre sorbos de café, supuse que se refería al momento en que decidió cerrar su necesitado negocio para marcharse de retiro espiritual con otra amiga. Según Julia, había sido todo un éxito: se sentía con renovadas fuerzas para continuar con su vida. Ahora entendía que ella era lo más importante, y se mostraba dispuesta a amarse y respetarse profundamente antes de volver a enamorarse. Según su acompañante, el fin de semana en la naturaleza se parecía más a una película interminable en la que su protagonista no había oído hablar del cine mudo. En realidad, Julia no había aprendido a meditar.

– Tras mi experiencia en el monasterio, comencé a notar que estaba en contacto con una energía superior. Era como si pudiera comunicarme directamente con ella, a pesar de que al principio no sabía muy bien que era lo que quería decirme. Al volver a casa, notaba continuamente el runrún de una nueva voz dentro de mí – Tuve que ocultar el horror en mi cara al imaginar un coro compuesto por múltiples Julias – Asique le hice caso. Una noche, me quedé despierta hasta tarde mirando por la ventana. Estaba lloviendo, y las gotas dejaban huellas en los cristales que mi asistenta acababa de limpiar. Y en ese momento, vi una luz. Literalmente. Una bombilla se encendió dentro de mi cabeza, y me señaló la respuesta.

Comprendí que quería incluir unos segundos de suspense, puesta hasta las uñas habían dejado de sonar sobre la mesa.

– Era el destino, Tere.

Mientras la veía asentir con firmeza, recordé que tenía que pasar por la tintorería de camino a la oficina. La dependienta era una chica bastante mística que solía advertirme de mi sucio karma.

– Figúrate, cómo las piezas del puzle encajaron de golpe – con un ligero movimiento, sonó un palmada en todo el restaurante – Tanto tiempo perdido imaginando posibles explicaciones, cuando en realidad todo era mucho más sencillo: Pablo y yo no estábamos destinados a estar juntos. Y ahora, lo sé. Ahí fuera hay alguien esperándome con los brazos abiertos, ya no tengo de qué preocuparme.

Después de felicitarla por su nuevo descubrimiento, me fui con la sensación de no saber quién estaba más perdida. Ella por haber descubierto la última verdad, o yo por seguir creyendo sus mentiras.

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