Despliego la sábana en el suelo. Agarro las piezas sueltas y monto el rifle en unos escasos minutos. El objetivo aún no puede saber que es un objetivo, así que me tumbo y apunto sin prisa. Cuando aparece en mi mirilla apunto a su rodilla y tiro con el dedo. Silencio, pero la bala surca el cielo con rapidez hasta golpearle. Sé que no he fallado, que la bala ha impactado, pero el objetivo no cede.

Molesto, apunto a su pecho y disparo dos veces más. Los golpes lo echan hacia atrás, pero poco después sigue caminando. Sigo disparando. Lo golpeo por todas partes, y harto de fallar, lanzo la ultima bala a su cabeza.

Pero la bala no impacta.

Llega hasta su cuerpo y entonces me doy cuenta de que vuelve a hacerlo.

Asiente.

Asiente a cada herida, cada ataque, cada dolor que recibe. Asiente, acepta, y da otro paso. No sabe que es un objetivo, y por tanto, no puedo alcanzarle. Porque no es alguien que tema estas balas, sino que espera, hueco, a que sigan su camino.

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