Ocupaciones inmundas

Ocupaciones inmundas

carsha

06/02/2019

Lucas Rodríguez se arrodilló frente a la rejilla del patio de la señora. Un terrible olor se elevaba desde las profundidades.

— Tal vez sea una rata muerta, señora. Se habrá atorado y se debe estar pudriendo por algún lado, aunque sin tapar todo el agujero, si usté me dice que el agua corre…

Ya había preparado el equipo, así que sólo tuvo que desatornillar la tapa e introducir la varilla de plástico flexible. Ahora quedaba el lento avance mecánico y homogéneo, a la espera de toparse con algún obstáculo, o de sentir que la punta salía libre por la otra cámara. ¿Qué veríamos si viéramos desde el otro lado de las rejillas? Lucas se perdía en la rutinariedad de su oficio.

Membrana separadora de mundos… Como la estratósfera que nos separa del abismo interestelar, las ratas y alimañas de ese mundo de sombras, ecos y masas fétidas y en descomposición no pueden vivir sin ella, pero tampoco en ella… ¿Por qué lo fétido es asociado con la muerte? Qué ingenuo creer que la descomposición es un viaje a la nada… La vida emerge a borbotones donde un cuerpo ha dejado de moverse, donde los restos digeridos florecen con los perfumes rancios de todo porvenir. ¿Habrá algún perfumista halagado a alguien por sus pedos? ¿Por qué una rosa puede ser coronada reina y servida de los más delicados cuidados, si su servicio más valioso es estallar en efímera inflorescencia para ser, como todos, inevitablemente, irremediablemente, devorada en el devenir fétido y deshecho de alimentar nuevas vidas? Tal vez pueda ser que celebramos esos aromas de florecimientos porque los científicos nos han enseñado a asociar ese desplegar de pétalos y vapores con el galanteo seductor de los jóvenes buscando pareja. ¿Pero puede una flor que se abre compararse con la vida moza de un joven que quiere hacer su propia historia? ¿Por qué deberíamos creer esa comparación? La vida no existe sin la podredumbre, es el destino de todos nosotros. ¡Y gracias al cielo por eso! Es la única manera de que el mundo pueda seguir siendo mundo, las partículas divididas, los compuestos reorganizados en nuevas formas. Incluso el sexo apesta de placer…

La varilla dio con una masa blanda pero resistente.

— ¡Ah! ¡Dimos con algo! Pero a esta distancia, no queda otra que meter la punta ancha y empujar hasta que caiga en la otra cámara. Vamos a tener que abrirla también.

¿Cómo sería el perfume más horrible del mundo? ¿Una mezcla de papas podridas, orines de gato y soretes embotellados? ¿Pero por qué? ¿Por qué un bouquet de hierbas, maderas y flores huele “mejor”? Hemos aprendido a asociar lo que huele “mal” con las enfermedades, nos hemos acostumbrado a sentir asco del aspecto más lleno de vida de nuestras vidas. No son los olores por sí mismos, ni en sí mismos, vehículos de ninguna amenaza, son sólo moléculas que afectan nuestros receptores químicos nasales. Ese asco a los olores, ¿será algo de ver en ellos la amenaza de la muerte? Pero en realidad, los olores no son culpables de nada, solamente acaso de existir adjuntos al conglomerado de insectos, bacterias, hongos y carroñeros que se ocupan de lo que no toleramos ocuparnos. La amenaza peor está en los microorganismos, en esa vida tan minúscula que no hay modo de que al ojo desnudo sepamos si está ahí o no. Paradojas de la humanidad, cuidar tanto un embrión no deseado y, al mismo tiempo, adquirir en el mercado todos los desinfectantes disponibles: aerosol, líquido, en gel. ¿Por qué el asco a los olores? ¿Por qué son unos rechazados, escondidos, disimulados, negados, y otros, en cambio, embotellados por cientos y miles de dólares?

Asco por lo muerto, lo sucio, lo enfermo. ¿Qué significa eso? Parece un cierto miedo al contagio… Pero el asco no es el miedo, es más bien una… repugnancia. ¿Qué es el asco? ¿Cuál es el conjunto de cosas que admiten ser incluidas en el reino del asco? Lo asqueroso puede ser un arte, mejor digamos puede ser artístico, puede hasta ser chistoso, lo explícito, lo escatológico. Ser repulsivo e hipnóticamente atrayente a la vez. ¿Seducción de la muerte? No, le falta adrenalina… ¿O la centelleante fascinación de tontear con aquello desconocido que está -por ahora- en nuestro control pero podría con muy poco, una mutación o una manipulación genética, controlarnos, dominarnos, y aniquilarnos en un plisplás al mínimo descuido? Por eso el asco no es el miedo: porque tenemos lavandina. Peculiar metáfora de nuestra cultura: el asco lleva escondido el dominio de otras formas de vida. El impulso de limpiar, de desinfectar, de acabar con esas manifestaciones de vida que son expresión y reflejo de la fragilidad de la mía. Será éste el espíritu que hace rápidamente de los linyeras del centro de la ciudad unos parias a ser esquivados lo más pronto posible -tapándose la nariz y sin mirar ni tocar nada.

Por el otro lado salía una masa viscosa de pelos, patas y dientes, tibia, vaporosa, deforme, que olía de lo peor. Lucas la sacó con una red, la pusieron en una bolsa adentro de una caja y marchó a la basura.

¿Qué normas culturales operan para que una persona pueda sentir asco de sí misma? Mal de mujeres, sentir de sí mismas que provocan o dan asco. Bondades de la masculinidad occidental, no ser proclives al autorechazo. ¿Cómo pudo la existencia de vellosidades corporales transformarse en un signo de falta de higiene en las féminas? Los olores. Las formas. Los gestos. Asquerosas por tener algunos pelos “fuera de lugar”, por tener olor a transpiración (en vez de a talco de flores), por hablar así, por tener mocos o flemas o cualquier otro rasgo adjudicado a la masculinidad, imaginariamente rústica, torpe, básica. Bondades de la masculinidad occidental, no ser atribuido de asquerosidad por existir e insistir en su ser peludo, oloroso y animálico. Será que las princesas cagan flores y no tienen gruesos y ensortijados vellos púbicos en el culo…

—Son $700 pesos.

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