Rutilaban las estrellas en la negra cúpula que se extiende por encima de mi cabeza casi de piedra, mis huesos se pusieron duros y el culo se adormeció; miraba el este con ojos de pescador, arrebujándome bajo las pieles de búfalo, frente a las ascuas del fuego. Cuando la mañana se presentó, rosada y fresca, reuní fuerzas para enderezarme y abandonar el calor de los abrigos. Crujieron las rodillas por la falta de costumbres insomnes. No era para menos, después de ¿cuánto? ¿Siete años? Al fin me encontraba a unos pocos kilómetros de la Tierra Numinosa. Al son de mi cayado, con mi cojera intrínseca y mi tos de pulmones fríos, me dirigí al sol y los valles bajo su luz.

Amusgué los ojos, con expresión ceñuda. No puedo referirme a la Tierra Numinosa como la utopía que imaginé durante tanto tiempo, pero no estaba mal, por supuesto que no. Los árboles ancestrales se erguían como ídolos de madera viva y un estrecho camino en declive de tierra prensada me llevó hasta las puertas abiertas.

Fui recibido por un microcosmos desfachatado y precipitado que me registró de pies a cabeza.

—No recibimos muchos Entes por aquí —dijo con aprensión.

—Recorrí toda la Noosfera para ver a Pneuma, solo será un momento.

Poco convencido, el microcosmos me tomó la mano y me condujo por la Tierra Numinosa como un niño llevando a su padre por el parque. Los demás microcosmos y logos lo miraban con extrañeza.

—¡Vuelve a tu caverna! —gritó un microcosmos a mi espalda.

—Descuida, no es su culpa, la mayoría de los Entes suelen ser egoístas, nihilistas y dañinos. Es normal que no los quieran.

—¿Y por qué me has recibido entonces?

—Porque no todos son iguales, debemos juzgarlos uno por uno antes de sacar conclusiones.

—Me parece bien.

Vacilé al decirlo, no creí ser diferente a los demás.

Llegamos hasta una cascada diáfana y refulgente, al pie de la cascada se alzó un logo, de brazos y piernas largas, con características femeninas y una expresión solemne. Se arrodilló frente a mí y aún así me superaba por unas cuantas cabezas, el microcosmos me soltó la mano y se apartó dos pasos a la derecha. Me tomó desprevenido, supuse que el microcosmos me presentaría. Abrí la boca, balbuceé un saludo y me atusé un mechón de cabello.

—Su nombre es Pneuma ¿verdad? —titubeé—.Es un placer,soy Noam.

No sabía si los logos podían leer la mente, esperaba que no, porque aun pensaba en mi culo adormecido y las terribles ganas que la catarata me daba de orinar. Pneuma permaneció silente, escudriñando a su visitante.

—He oído que tiene un don interesante, me dijeron que tiene la habilidad de convertir cosas rotas en cosas nuevas. ¿Cómo funciona eso?

—A veces… —Pneuma se incorporó, invitándome a seguirlo mientras hablaba — encuentro el cuerpo de un ave sin vida y lo convierto en una flor, otras veces, de las cenizas de una fogata hago semillas, en ocasiones tomo una espada y produzco un libro, o tomo basura y la convierto en un hogar. Los pocos entes que han llegado a encontrarme suelen irse decepcionados. Me traen piedras para convertir en oro, troncos para hacer castillos, o cuerpos enfermos y lisiados para hacerlos nuevos. Y yo no puedo hacer nada de eso.

Pneuma volteó y se plantó frente a mí. Como un soldado que no me dejaría continuar sin revelar mis intenciones.

—Espero que no estés decepcionado.

—Estoy roto —confesé.

Pneuma se inclinó hacia mí, sin atisbos de asombro. El microcosmos me miraba, con los brazos detrás de la espalda y el mentoncillo elevado.

—¿Necesitas sanación?

—No estoy enfermo, estoy roto. Y quisiera que me transforme en algo más —esta vez hablé con determinaciones, resuelto a conseguir una respuesta.

—¿Algo más? —esta vez el logo parecía confundido— ¿Quieres ser otra persona? ¿Un rey, un lord, un caballero?

—Nada de eso, quisiera ser un ave, una flor, o un árbol de ser posible.

—Me temo que has viajado en vano —replicó, de cuclillas—. No puedo hacer eso, solo tú puedes. No encontrarás lo que buscas en las Tierras Numinosas, pero puedes buscarlo en otro lugar.

—Por favor —supliqué, lágrima en rabillo y mentón fruncido.

Pero Pneuma me acarició la espalda con sus dedos largos y regresó a la catarata.

Afuera nuevamente, de espaldas al sol, esperando la noche. Me arrebujé con la piel de búfalo y vislumbré las aves, las flores, y los árboles. No tenía las fuerzas para seguir siendo quien soy, ni la esperanza de ser nadie más. Cuando llegué la noche alcé la mirada hasta las ontológicas estrellas que me habían acompañado durante tanto tiempo. Comencé por aceptar que viajé siete años esperando encontrar una solución mágica, exhalé un suspiro, me recosté y cerré los ojos. Quizá no necesitaba a Pneuma, quizá tenía el poder que necesitaba en algún lugar escondido dentro de mí.

Al día siguiente desperté en la noche, siendo una estrella.

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