Es de noche. Siempre es de noche. Ese manto negro que cubre y opaca una visibilidad más allá de mis narices.

Mi vida se resume a “ser de noche”. Amanezco a las cinco de la tarde.

–Oye, Almendra, dame fuego.

Almendra, nunca me acostumbré a ese maldito nombre.

–Aquí tienes Rosita.

–¡No me llames Rosita!. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Mi nombre es Estrella.

Siempre es de noche. Hace frío. Siempre hace frío.

El pobre foco que alumbraba toda la esquina se rompió hace ya varias semanas, o sea que solamente tenemos la luz de mitad de la cuadra y la luminiscencia que sale del bar de al lado.

Típico barsucho de “bajo fondo”, con sus almas en pena gastando lo que no tienen para que el alcohol mitigue el fracaso de sus vidas diarias, pasado presente y futuro.

Desde mi posición veo todo. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad.

Ya hice un año.

Cuando tienes un hijo en silla de ruedas y tu algo parecido a una pareja se fue con otra, las opciones de manutención son muy escasas, principalmente para una mujer en mi condición.

No quería, pero finalmente la genética le ganó al hambre. Seguí con el negocio familiar que me dejó mi madre.

Sucumbí.

El hijo de un compañero de trabajo de mi padre fue el primero. Luego un par de “parroquianos” del bar a cambio de un “cambio” para propiciar un cambio.

Así pude conseguir la medicación para mi niño.

Quizá sea morboso, pero tengo una foto de él en la mesa de luz de mi habitación. En todas las ocasiones la doy vuelta, mirando la pared. En todas.

Aquella noche, comenzó como cualquier noche.

Esquina sin luz, un cigarro en la boca, frío, poca ropa. Un coche que se estaciona delante de mí, deja el motor encendido y baja apenas un poco el vidrio polarizado del acompañante.

–Hola lindo, ¿querés fiestita? Dejame verte papi.

La puerta se abre. Me subo sin preguntar, un gran error en mi profesión, me siento y prendo un cigarro antes de dirigirme hacia mi “cliente”.

–Nunca dudé que ibas a seguir los pasos de la puta de tu madre.

Por dos segundos quedé totalmente inmóvil, con el encendedor en mi mano derecha, prendido, una mueca en la boca, la mirada fija hacia la nada.

–¡Vos! ¡Dejame bajar hijo de puta!

Me sujetó con su mano derecha, muy fuerte, me hizo acordar varios episodios familiares, después venía el golpe y el intento de violación, la mayoría de las veces consumado.

Y vino.

Primero el golpe detrás de mi oreja, un zumbido y la sangre que emanaba por mi oído.

Sin pensarlo tomé un cuchillo de cocina que siempre llevo en mi bolso y sin mirar para atrás atiné a tratar de defenderme. Se lo clavé en la mano, gritó, me agarró del pelo con la mano sana, acto seguido inserté el cuchillo en su pierna, lo saqué y se lo clavé en la garganta.

Balbuceo un algo parecido a “puta”, con los ojos fijos hacia la nada, y cayó sobre el volante haciendo sonar el claxon.

No intenté huir. Sólo lo miré, mientras que la gente se aglomeraba alrededor del auto, algunos husmeando, otros protestando.

Tomé mis cosas y salí del auto, me arreglé el pelo, prendí un “pucho” y me fui hasta la estación de Policía más cercana.

–… y eso es todo. Por eso hace dos años que estoy acá, presa. Mi hijo está en buenas manos, el estado lo mandó a un hogar para niños abandonados con problemas físicos. Está bien. Por lo pronto yo estoy en paz. No me arrepiento de lo que hice, por más que dejé sin padre a mi hijo, pero es que en realidad nuca tuvo un padre.

­­–¿Y cuando salga? ¿Qué va a hacer?

­­Pienso. Tomo un sorbo de agua, prendo un cigarro.

Pienso.

–Mi hijo va a precisar esa medicación toda su vida. No tengo más remedio que volver a la calle. Es lo único que sé hacer. Es para lo único que soy buena.

–Es un ambiente hostil.

–Es mi ambiente. Es donde crecí. Es de noche, siempre es de noche. Llevo mi cuchillo, no tengo problemas. Todo por mi niño ¿sabe? Tengo que volver a la calle.

–Bien. Voy a elevar el informe a mis superiores, hablaremos el mes que viene.

–Gracias señora. ¿Ahora me puedo ir? Si no me apuro alguna otra va a ocupar mi esquina.

–Todavía no… Almendra.

Cierra la puerta y se retira, me quedo mirando al vacío. Prendo un cigarro.

Informe Técnico: «Paciente número cuarenta y tres. Continúan las alucinaciones sobre ser prostituta. La personalidad “Almendra” ha tomado por completo a la paciente, no reconociendo sus actos anteriores los que desencadenaron su situación actual. Su conciencia bloqueó la muerte de su hijo al nacer hace 2 años y medio, y el posterior asesinato de su propio padre con un cuchillo de cocina, sujeto el cual estaba en silla de ruedas. Pericias físicas y psiquiátricas confirman que tal paciente posee signo de violaciones corporales varias, todo indica que fueron producidas por su progenitor. No posee conciencia de su edad, ni de sus acciones. No tiene recursos físicos ni psicológicos como para afrontar la vida «en el exterior». De su madre no tenemos información, sólo un nombre: Estrella. El padre de la criatura desapareció cuando ella quedó embarazada».

Recomendaciones: «No hablar de su padre; abrir las cortinas de su habitación, ya que la misma queda como en penumbras, como si fuera de noche. Por favor retirar el dibujo, a mano, de un niño en silla de ruedas que tiene en la mesita de luz».

-Hola Rosita. Acá traigo tu cena, debes comer algo.

-Llámame Almendra lindo, dame quinientos y soy tuya, ¿querés fiestita?.

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