Hay un silencio incomodo en la habitación, afuera, el perro de la vecina ladra constantemente, mis manos aún cubiertas por un par de guantes, siguen frías, y el resto de mi cuerpo también. Enciendo la estufa y coloco un trasto con agua, la llama ilumina brevemente la habitación, observo a los lados y solo veo mi sombra estampada en las paredes, esas cuatro siluetas me vigilan y la sensación no es del todo agradable, pareciera que están a la espera de algo.
Necesito un poco de aire así que abro la ventana, una capa de nieve lo cubre todo, no hay gente y el perro de la vecina se ha callado porque lo ha metido a su casa, ahora, la habitación y el exterior comparten el silencio, un silencio tan profundo que creo ser capaz de escuchar el leve silbido de alguna tetera en algún lugar.
Un delicado sonido hace eco en mi habitación, es mi teléfono, volteo y lo observo por un momento mientras suena.
«Hace más de un mes que no te veo y al parecer, no soy la única»
No logro reconocer la voz que habla a través del teléfono, pero suena triste y me provoca cierta lástima.
«Entiendo que la muerte de Alejo fue un golpe muy duro para ti, así que déjanos ayudarte, Nat cariño, te extrañamos»
Ha dicho mi nombre, pero no quiero hablar con ella, o más bien, no quiero hablar con nadie, últimamente la voz de las personas me pone muy nerviosa.
El agua que había puesto en el fuego empieza a hervir e interrumpe el silencio que la voz del teléfono dejó, el sonido constante del agua hirviendo golpea mis oídos, es curioso, suenan como lamentos, como almas afligidas. El vapor del agua asciende hacia el cristal de la ventana dejándole una capa húmeda que antagoniza con el vapor frío de fuera, extiendo mi dedo índice hacia el cristal, el tacto es cálido, trazo un nombre que rápidamente se empieza a deformar por la caída de líquido, las letras parecen llorar y siento frío, el mismo frío que Milka percibió cuando todo ocurrió.
Volteo a ver las paredes, efectivamente, las sombras están sonriendo.
La vista cada vez se hace más difícil así que enciendo la luz, una luz nívea cae encima de mí y hace que mi piel se torne aún más blanca, a través del cristal y su reflejo, veo un par de ojos que me observan, y se suman al grupo de vigilantes, tomo un poco de agua caliente y preparo un poco de café instantáneo, le doy un sorbo, el líquido caliente se adhiere a mis labios y a mi lengua, atraviesa mi garganta y antes de llegar a mi estómago, deja una sensación quemante pero agradable en mi pecho, exhalo, y un vapor plateado brota de mis labios, sacó un cigarrillo de mi bolsa y lo enciendo, fumo y bebo mientras observo las calles a través de la ventana, viendo como poco a poco el horizonte desaparece, si él estuviera aquí seguramente me estaría recriminando por fumar dentro de la habitación, pero no, él no está.
Hace mucho tiempo que no se encuentra en este lugar…
«Nat»
Susurra alguien al otro lado de la puerta, pero no hago caso.
Una sirena irrumpe en todo el pueblo, no hace falta mirar el reloj para saber la hora, son las 19:15, la hora exacta del toque de queda, cuando la sirena suena nadie tiene permitido salir de sus casas, y si lo hacen, es bajo su propia responsabilidad.
Antes de cerrar la ventana pude ver como una sombra pasaba velozmente por el patio dejando enormes huellas tras de sí, doy un vistazo a través del cristal y veo como las luces de las casas vecinas, una a una, se extinguen, dejando al pueblo no solo en silencio, sino también en completa oscuridad, cierro la persiana, apago la luz, y la noche ha llegado…
«Nat»
Insiste nuevamente la voz al otro lado de la puerta.
-¿Qué quieres? –digo algo nerviosa.
-A ti –contesta la voz y un escalofrío recorre mi cuerpo, ¡Es la voz de Alejo!
Hace 30 días su piel dejó de ser cálida, y hace 29 días una capa de tierra lo ocultó de mí para siempre, por un momento me invade la sensación de abrir la puerta, y poder verlo otra vez, ver sus ojos cafés, su enorme sonrisa, de tirarme en sus brazos y pedirle que jamás se aleje de mí, pero eso no es posible, porque el hombre, o más bien, la cosa allá fuera ya no es Alejo, en realidad, ya no es nadie, y un dolor inmenso se apodera de mí. Escondo mi rostro en la almohada, como queriendo ocultarlo de la oscuridad, lágrimas caen por mis mejillas, no puedo creer que esto esté sucediendo…
– ¡Vete de aquí! –grito.
-No puedo –me dice la voz y suena demasiado triste, el corazón se me hace trizas.
Me levanto de la cama y antes de llegar al inodoro, una potente arcada me detiene, seguida de un vómito.
-¿Estás bien? –dice la voz y suena preocupada.
– ¡Cállate por favor! –grito nuevamente.
Suelto un golpe al suelo mientras las lágrimas caen, me siento débil, indefensa. Un sonido se escucha en el cristal de la ventana, me acerco lentamente y abro las persianas, la imagen me deja petrificada. El rostro de Alejo está del otro lado, me observa con sus ojos, y me doy cuenta que tienen el mismo color café de siempre, si no fuera porque sé que está muerto, juraría que es él, pero verlo frente a mí, me hace dudar.
-Debes irte –le digo.
-No hay lugar para mí en este mundo, que no sea junto a ti, déjame entrar, hace frío, y quiero protegerte de él.
Acerco lentamente mi mano a la ventana, el cristal está helado, al otro lado, esa cosa con el rostro de Alejo cierra los ojos, sonríe y luego desaparece sin decir nada…
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