Sol de junio, julio o agosto ¿qué más da el mes? Reconozco tu intensidad en mi piel, noto tu calor en mi cuerpo. ¡Ah! das vigor y fuerza a estas venas mías para trabajar la tierra y amarla; tierra extremeña llena de frutos y tan desagradecida a la vez, que encorva mi espalda y tulle mis huesos. Pero este sol, este sol da la vida, respiro hondo antes de seguir con la faena. El olor a tierra y polvo, a hierba recién arrancada con mis manos reconoce la labor que estoy haciendo hoy, la labor que repetiré mañana. Unas gotas de sudor perlan mi frente, miro al cielo y deslizo mi mano sobre ella para apartarlas. Ahora te miro fijo, gran esfera, eres testigo de mi mundo, sigue dándome tu calor.
Sintiendo aún ese calor sobre mi cuerpo entreabro mis legañosos ojos. Cual gato asustado miro alrededor para comprobar de nuevo que la maldita estufa está ya preparada. Que un día más está dispuesto mi baño, ese en el que compruebo cada mañana que soy un incapaz, que dependo de ti, de todos. Te acercas a mí sonriendo con las mejores intenciones, con el afán de empezar el trabajo un día más y la certeza de que cuanto antes comiences, antes acabas. Pero yo hoy no te esperaba en esta cama, sino que vuelvo de mi ayer, he podido sentir sus olores y el calor de mi sol, aquel que me daba vigor para sacar adelante mis arados campos, aquel que se mantiene, imperecedero, en mi piel, esta que tiene tanta memoria como yo. Vuelvo de un viaje que me hace comparar mi estado con el de ayer y no soy bueno mintiendo, nunca lo fui; así que, no te devuelvo el gesto, porque no puedo corresponder a tu sonrisa, no después de saborear la amarga comparación de mi estado actual con el yo de un tiempo pasado, ausente ya, como mi sol. Aunque, es cierto, sería más fácil resignarme, sí, sé a qué llegaría haciéndolo, qué sería de mí, lo he visto en el rostro de otros como yo, cuando me sacáis a pasear al parque, cual mascota bien enseñada; podría admitir que soy un viejo que ha soñado de nuevo con su juventud y conformarme, ser paciente hasta que Ella llegue, esperarla con la seguridad de que es infalible, que está a la vuelta y sonreírte; sonreír, a pesar de sentir en mis posaderas el húmedo pañal lleno de meados de toda una noche, son desechos como yo, a pesar de no poder elegir la ropa que visto cada día o de no poder corresponder a tu trabajo diario con mi ayuda (nunca dejé que me hicieran nada). Sí, podría sonreír…
Podría ofrecerte mi sonrisa, en vez de reconocer que estoy cansado de vivir y de esta forma, volver a la postura cómoda del observador, de aquel que todo ve y todo reconoce como que sintió alguna vez. Al final, es lo que se nos presupone a los ancianos, pero yo no quiero eso, quiero sentir la curiosidad del niño, quiero volver a no saber nada, a ser un folio en blanco en el que está todo por escribir , quiero lo imposible. Así te hablo cada «mañana de estufa» con mi mirada, con mi no gesto amable, mientras tú sonríes, porque haces un trabajo con el que cuidas mi ajado cuerpo y con el que cualquiera podría encontrarse mejor, pero yo pienso: ¿para qué? ¿para evitar qué? Es que no ves que estoy cansado de vivir y que, sin embargo, esta puta vida se resiste a dejarme. Si tuviera algo de valor, quizás una oportunidad en la que te descuides, pero no, no tengo más opciones que ahogarme en la palangana de agua con jabón neutro; otro imposible más. Así que, comenzamos nuestra rutina: jabón, esponja suave y crema, mi cuerpo pringado de suave y olorosa crema hidratante; uno de estos días encontrarán un cadáver con hermoso aroma. Lo que me lleva a pensar: ¿Será hoy? ¿Ahora? ¿En un instante? ¿Dentro de unas horas? Dudas e incertidumbre se suman a mi miedo y es que, con mi edad, uno ya ve el futuro con acotación, es decir, una gran barrera imaginaria diciéndote: » ¡De aquí no pasas!» Recuerdo empezar ya a los ochenta y tantos a contar mi vida por días y me decía ¿aguantaré otro?. Ahora, con noventa y siete, la cosa va por horas. Si lo piensas fríamente es incluso emocionante. ¿Qué harías en tu vida si sólo te quedaran horas como a mí? ¡Qué pena que me falten las fuerzas! Mi mente es lúcida, como siempre fue, pero mi cuerpo soporta una losa de mármol de toneladas de peso y estos fustes estriados que un día fueron mis piernas, ya ni tan siquiera sostienen mi peso.
– Hoy sonríes, Aureliano- me has dicho.
Has notado algo diferente en mí y es que al final lo hice, la mueca, el gesto que estabas esperando hace tiempo; pero no fue por resignación, no por costumbre o dejadez, si no porque reconozco tu buen hacer y eso, todo trabajador sabe, que debe ser reconocido. De modo, que hoy te pago con mi sonrisa, en el fondo guardo mi dignidad intacta, con ella te digo gracias y te veo ir feliz, pensando que has hecho algo más de mí, que has conseguido un avance. Y se lo dirás a mis hijos y ellos te creerán, pero en realidad, yo solo estoy rezando para que mañana me despierte el sol de julio o agosto, ¡qué más da el mes!, y no el calor de tu estufa para el aseo.
Son noventa siete años y estoy cansado de vivir . Acaso ¿se me puede culpar por ello?
MÓNICA FLORES
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