El barrio donde crecí era un lugar especial donde todo podía suceder. Entre los muros de sus edificios, que daban a un patio interior guardado por una gran verja de hierro forjado podías sentir un mundo completo y mágico.

En él, los niños del lugar, recorríamos tierras y aventuras inimaginables a diario, pasando de una a otra con la simple fuerza de una imaginación desbordante que se expandía ante nuestros ojos. Salvando grandes peligros, corriendo hazañas bélicas o viajando al pasado en busca de algún tesoro.

Al levantar la mirada ya no estaba frente a una escalera que llevaba a los bloques superiores, sino que me encontraba en la falda del Everest. Imponente y amenazante. Mis ropas habían cambiado y ahora estaba perfectamente equipado para soportar la gran aventura que estaba por llegar. El frío arreciaba todo mi cuerpo y una ventisca nos llegaba desde un lateral. Clavé un crampón en la nieve y comencé a subir con la decisión irrefutable de que había nacido para realizar aquella gesta. Un paso tras otro, ayudándome con los bastones, subía y subía hasta que cada vez el acceso era más difícil. Mi Compañero, tras de mí, seguía mis pasos vigilando que no cometiéramos ningún error que en aquel inhóspito lugar podría ser fatal. Los bastones dieron paso a los piolets y cada metro de ascenso suponía un esfuerzo titánico cuando las fuerzas y el oxígeno empezaban a escasear. El frío gélido adormecía todas aquellas partes que no cubrían bien las ropas. La nariz y los oídos dolían a rabiar y los dedos se entumecían. Llegamos a un estrecho borde de hielo que debíamos cruzar para dejar atrás una zona demasiado escarpada para continuar, cuando, en un mal movimiento resbale y sin que los crampones pudieran evitarlo comencé a deslizarme por la ladera. Logré clavar ligeramente un piolet justo antes de que mi compañero llegase a mi lugar y me agarrara de este. Nos miramos un segundo y con el terror en sus ojos comprendí que no había solución posible. Nuestras fuerzas estaban ya demasiado mermadas para soportar ese esfuerzo y fue primero mi mano la que no pudo continuar sujetando la herramienta y se soltó. En una fracción de segundo desaparecí en la ventisca, cayendo en un abismo blanco y perdiéndome para siempre en ese vasto territorio.

Con un pequeño chichón en la cabeza, de caer realmente de un metro de altura y tras el escozor inicial y las risas posteriores continuamos con la siguiente aventura que ya nos estaba esperando en aquel mágico lugar.

Unas grandes motos clásicas estaban siempre aparcadas quedando medio abandonadas para nuestro disfrute infantil.

Arranque mi derbi antorcha 125cc y espere a que mis dos compañeros (ahora se había unido uno más montado en una montesa impala) estuviésemos listos para lo que sucedería a continuación. Teníamos que tenerlo todo organizado, ya que cualquier error nos podría llevar a la muerte, o peor, la cárcel. Pues, no era fácil atracar un banco y salir de allí sin que la policía nos diera alcance. Por suerte, nuestras maquinas rugían dándonos la seguridad de que al menos no pondríamos las cosas fáciles.

¡Ya estaba hecho! El atraco había salido perfecto y esperando a que mi viejo amigo montara en la parte trasera de mí derbi pude oír las sirenas del banco resonando por toda la calle y como las gentes asustadas se apartaban del lugar. Introduje la primera marcha y la bestia mecánica salió chirriando rueda calle abajo siguiéndonos de cerca la montesa de mi otro compañero. Pero no todo iba a ser tan fácil. En el siguiente cruce ya teníamos dos patrullas de la policía siguiéndonos la estela. ¡Maldita sea! Les habían mejorado los coches y resultaba más difícil darles esquinazo. Mi amigo coloco las dos bolsas blancas con el dinero en las alforjas de la moto que habíamos preparado para el golpe y una vez con las manos liberadas, extrajo de su cinturón dos pistolas que hizo cantar al unísono. La policía también conocía ese juego y le respondió con el mismo proceso. Casi no podía esquivar los coches que venían de frente, de lado y de todas partes, con la moto cargada, y mi amigo moviéndose y gritando como un loco mientras disparaba. Con uno de los disparos, una bala impacto contra una rueda del primer coche policial y le hizo perder el control lo suficiente para que chocara contra una farola quedando inmovilizado. El que venía detrás tuvo que dar la vuelta irremediablemente dejándonos tiempo suficiente para escapar.

Al parar el motor ya en el escondite pude respirar tranquilo, disfrutando de la satisfacción de haber conseguido nuestro objetivo. Éramos ricos y todo había salido bien.

La cosa podía haber terminado ahí, pero el destino nos tenía otra sorpresa. Nuestro escondite era una fábrica metalúrgica recreada por la zona de contadores de varios de los bloques que le conferían un aspecto industrial apabullante a nuestros jóvenes ojos. Avanzábamos con calma pensando en demasiadas cosas serias cuando de pronto una tubería exploto y en un segundo todo el lugar era un mar de fogonazos, explosiones y calor. Teníamos que abandonar aquel lugar si no queríamos convertirnos en carne chamuscada. El suelo estaba totalmente en llamas por todos los líquidos altamente inflamables que anegaban toda la zona. La única opción era agarrarnos a las diferentes tuberías para ir sorteando cada obstáculo, con toda la precaución posible. Un solo paso en falso podría ser nuestro final. Vapores y llamaradas nos atacaban sin darnos un solo segundo de respiro. Teníamos poco tiempo antes de que todo aquello colapsara y quedáramos allí para siempre. Y en eso, algo de suerte. Un conducto de ventilación apareció ante nosotros justo al tiempo en que el techo del lugar cedía y todo se venía abajo. De nuevo, habíamos sorteado el gran peligro y ahora, solo cabía esperar lo que nos depararía el futuro.

Estábamos preparados para lo que nuestro barrio tenía que ofrecernos y allí lo esperamos. Un lugar especial en una mirada especial.

FIN

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS