I

Miércoles, 10 de octubre de 2016:

Hoy hace exactamente un mes que nos mudamos a este barrio de mala muerte, y en todo este tiempo no he sido capaz de encontrar un solo motivo por el que agradecer el cambio. La vida aquí es completamente insípida. Los días transcurren despacio con una monotonía tediosa que flagela mis sueños asfixiados; y las noches, desprovistas de cualquier ensueño, llegan densas y consistentes atrofiando mi mente con la misma insistencia.

Hoy, mi compañero de clase y vecino Fermín, me ha invitado a pasar la tarde con sus amigos. Son gente sin ninguna aspiración, unos necios sin gramo de personalidad. No solo me he aburrido con ellos, sino que me ha resultado muy desagradable su compañía. La gente de este lugar no sabe más que hablar de estupideces y reír groseramente. Cada vez me siento más incapaz de relacionarme con ellos.

Realmente, no albergo ninguna esperanza de que la situación vaya a tornar. Me siento hastiado; abrumado por el peso del futuro; anclado a la vulgaridad. Nada me retiene a este lugar, y solamente espero el momento en el que pueda huir, por fin, de esta cárcel demencial.

II

Andrés: Tú, Fermín, que rule el peta. (Este le da una última calada y estira el brazo por encima de la mesa.)

Fermín: Píllalo.

(Un grupo de unos diez jóvenes permanecen en sillones, situados de manera desordenada, en una especie de círculo deforme. Desde una esquina de la sala suena música de rap.)

Iban: Por cierto ¿Qué os pareció el pavo este que se vino el otro día? El vecino de Fermín. A mí me dejó flipando.

Elías: Sí, el Miguel ese. Es un jambo raro.

Ion: (Acompañando sus palabras de una aguda carcajada.) Lo que es. Está de la hoya ese tío.

Ignacio: Es un rayau ¿os acordáis cuando dije que si ganaba la apuesta de Reta os invitaba a todos al Prívate? Se lo tomó bien de mal.

Andrés: (extrañado.) Así. Se levantó y se piró sin decir nada.

Elías: Sí, sí. Un pavo muy raro.

Juan: Igual es maricón. (Carcajada general.)

(Mientras, Fermín permanece en silencio. Escuchando la conversación con aire pensativo.)

Fermín: (gesticulando nerviosamente.) A ver, es que nuestras madres se han hecho amigas, sabes, y la mía siempre me daba el coñazo con que le invitase.

Andrés: (llevándose una mano a la cara, simulando estar decepcionado.) Que chaval. Pues no le vuelvas a invitar.

Fermín: (dubitativo.) Ya se ya, tranquilo. Nos cortaba todo el rollo en verdad.

(Una nueva canción, en la que el piano marca contundentemente el compás, comienza a sonar en la radio.)

Todos: (al ritmo de la música.) Si yo digo piedra y papel dirás tabaco, que dijeras tijeras sería raro, loco.

Fermín: (sin prestar atención a la música) Yo creo que su problema es que no sabe disfrutar de cosas sencillas.

Ion: (bromeando mientras fuma) Míticas frases de Fermín. Pero tienes razón, por eso se amarga tanto.

(Un ruido los sobresalta: ¡Clin, clin! Todas las miradas se dirigen hacia el lugar del que este proviene. Una botella de cristal yace rota en el suelo en mitad de un charco de cerveza.)

Juan: Tendrás que fregar como una mujer.

Fermín: (recriminando) Sois unos imbeciles.

III

En torno a la media noche, bajo una luna que blanqueaba el firmamento, Miguel alcanzó el estrecho sendero de gravilla que lo conducía, entre la frondosa y oscura arboleda, a la orilla del río. Le gustaba ir allí, pues le producía cierta sensación de sosiego y seguridad.

Aquella vez, sin embargo, no estaba solo. A pocos metros de él, debajo del puente, distinguió una silueta sosteniendo un cigarro que arrojaba algo de luz sobre su rostro. Pronto estuvo convencido de que era Fermín, y a pesar de que no sentía especial afecto por él, aquella soledad lo conmovió, por lo que decidió acercarse a saludar.

-Buenas noches Fermín.- este lo miró sobresaltado.- Espero no haberte asustado.

-No, tranquilo ¿Qué haces aquí?

-Nada especial. En este sitio consigo evadirme.

-Como yo entonces. A veces necesito desconectar de la rutina. Todos los días hago lo mismo: quedar, fumar, ver la tele… me siento un inútil.- contestó melancólico y abstraído.

Súbitamente, el sonido de un coche quebró el silencio nocturno. Quedó parado sobre el puente y cuatro hombres por lo menos bajaron de él conversando apresurados y con tono grave.

-Yo conozco esa voz- susurró Fermín con una expresión de terror- es Luciano. Ese tío controla la ciudad.

Se escucho el golpe seco del maletero. Los gritos de una mujer. Un forcejeo. Lamentos ahogados. Unas suplicas desesperadas. Y de repente, un cuerpo sin vida cayó al agua y de la boca de los muchachos escapó un grito.

-Hay alguien ahí, jefe.

Paralizados, Miguel y Fermín contenían la respiración.

-¡Cogedlos!

Al tiempo que cruzaban una mirada aterrada, ambos salieron despavoridos hacia la arboleda. No miraban atrás, pero sentían la presencia de sus perseguidores muy próxima entre las siniestras sombras de los árboles. Raudos, penetraron en las luces del barrio y siguieron corriendo hasta entrar en su portal, donde pudieron sentirse, al fin, seguros.

-No podemos decir nada ¿lo sabes verdad?- preguntó Fermín con tono autoritario- porque como no lo encierren estamos muertos.

-Ya lo sé.

En la oscuridad del portal, los ecos de sus respiraciones resonaron durante un rato.

-Sabes Miguel, esto me recuerda a un capitulo de Huckleberry Finn.- observó algo más tranquilo.

-Sinceramente, nunca pensé que tú fueses a decirme eso.- contestó esbozando una tímida sonrisa.

Ambos tomaron una profunda bocanada de aire y, pronto, su pulso acabó por calmarse.

-Si lo piensas, la vida no tiene ningún sentido, Fermín- dijo Miguel, consternado por el reciente asesinato.

-Por eso mismo hay que disfrutarla.- concluyó este.

Ambos sintieron muy cierta esta afirmación. Y fue precisamente aquella proximidad de la muerte la que los unió para siempre.

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