El perro de la rue de Montmorency

El perro de la rue de Montmorency

Fabienne, usted ha sido tan generosa conmigo. Sin conocerme, me ha permitido pasar unos días en su apartamento de la Rue Montmorency en París. Sin conocerme, se ha animado a vivir donde yo vivo: en una simple cabaña de madera en la isla de Obbolaön. De todo corazón le deseo que tenga suerte con el tiempo y con la pesca.

Si me viese ahora, a las pocas horas de haberme instalado en su pied a terre (perdone si no lo escribo bien, pero mi francés es muy rudimentario)… Todavía me muevo con cierta dificultad (soy un hombre corpulento y peso más de cien kilos) en su salón de espejos bañados en oro, adornado de maderas exóticas y cristal de Bohemia.

Cada objeto en este departamento es un reflejo de sus gustos: su batín de seda que cuelga de un gancho en el baño y que deja adivinar su cuerpo menudo, los paquetes de toallitas perfumadas y húmedas con las que usted debe de limpiar el suelo, la cucharilla de carey dentro del bote de café, los guantes de goma rosa junto al fregadero.

Para no sentirme solo, o mejor dicho como un intruso, he encendido su radio. Esa que usted tiene sobre la barra americana que separa el salón de la cocina. Tenía curiosidad por saber qué emisora escucha usted cuando está aquí. Mientras deshacía la maleta, me he dejado fascinar por la misma voz profunda de locutor de radio que a usted le seduce, por las mismas canciones en francés con ritmos del Magreb que usted tararea cuando se prepara un café.

Tal vez le parezca infantil, pero la música me ha hecho imaginarme que yo soy francés como usted (y no sueco), que vivo en un departamento como éste (y no en una cabaña pintada de rojo) y que cada amanecer despierto bajo unas vigas de madera centenarias cuyas ventanas dan a un patio (en vez de levantarme con los sonidos del bosque).

Querida Fabienne, pienso que a usted esto no tiene que importarle y dos segundos más tarde pienso: pero cómo no le va a importar. Voy a contarle lo ocurrido. Esta mañana, como los días anteriores, a eso de las nueve me he sentado (la verdad es que no se muy bien cómo lo he logrado) en ese banquito estrecho que usted ha colocado junto a la pared delante de la puerta. Allí me he calzado unos zapatos negros que suelo ponerme cuando un político local viene a dar algún discurso al colegio donde trabajo. Son los mejores zapatos que tengo y los había limpiado con betún y abrillantado antes de venir a Paris. Además, quería cumplir con el encargo de un buen amigo (¡una botella de Veuve Cliquot!) y no sabía muy bien si tendría que entrar en algún comercio elegante.

En ese momento, satisfecho con el brillo de mis zapatos, he abierto la puerta. Entonces al dar el primer paso, mi pie ha resbalado sobre algo. Con todo mi peso he estado a punto de caerme por el hueco de la escalera. Pienso en la cara que pondría si le dijera lo que había delante de su puerta: una masa del color del chocolate. Un excremento de perro. Tal vez usted sonreiría y diría: esas cosas ocurren, un despiste así lo tiene cualquiera y más en una ciudad como París.

Allí mismo he tenido que descalzarme. El labio inferior me temblaba a causa de la tensión. He sentido deseos de gritar. Era tan insultante. Rapidamente he sacado sus toallitas del baño y me he puesto sus guantes de goma. He gastado un paquete en limpiar la suela del zapato. Durante todo el día he tenido la desagradable sensación de tener los dedos impregnados de caca. El olor se ha quedado flotando delante de la puerta como una nubecita.

Ahora de vuelta en su departamento con el encargo de mi amigo cumplido, retiro la colcha de terciopelo rojo y me tumbo en su cama ancha. Oigo el ruido de las tuberías que entran en acción en el piso de arriba. Uno de sus vecinos debe de estar duchándose. Me sobresaltan unos pasos en la escalera que enseguida atraviesan el patio, las toses de un hombre, el ruido de una televisión, las conversaciones de una pareja. Mientras escucho estos sonidos me pregunto:¿cuál es el significado de este excremento Fabienne?

Entrecierro los ojos y me imagino al can. Es un caniche negro, afeitado a la última moda, y su collar es una especie de accesorio sadomaso. Está ahí afuera, en algún lugar de la Rue de Montmorency, en un departamento como éste y emite un ladrido porque ha llegado la hora de hacer sus necesidades. Entonces en ese preciso momento siento que me mordisquean los tobillos con desesperación. Me levanto de un salto y miro a mi alrededor. Estoy completamente solo.

Fabienne, tal vez le parezca paranoico, pero pienso que esto del excremento no va a pasar una segunda vez. No, no me van a agarrar descuidado. Voy a buscar a ese perro. Y lo voy a encontrar en algún lugar de la Rue de Montmorency. ¿Acaso no es este un modo muy original de conocer Paris? Deme tiempo Fabienne, deme tiempo. Hasta que no de con él, le ruego que se quede en mi cabaña. Por favor, no ponga esa sonrisa burlona. Usted, que tan generosa ha sido conmigo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS