Los vaivenes de un sol.

Los vaivenes de un sol.

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08/12/2018

¡Qué rápido pasa la vida! Ahí estaba yo con mis padres. Mi mamá empezaba a hacer un poco el duelo, enfrentándose al vacío que dejé cuando me fui de su vientre y yo sin entender nada vivía la inseguridad, a esa que llaman el primer trauma. Vengo de ser uno con el líquido amniótico, donde los latidos de dos corazones se sincronizaban, dándome la primera idea del mundo, todo tenía un orden, un ritmo, una predictibilidad. Cuando nací la inseguridad reinaba, mis sentidos tuvieron que calibrarse al ambiente, no estaban acostumbrados a él. La verdad no la pasé muy bien.

Mi madre era una mujer fuerte y responsable, que en el momento que atrapo esta foto, se estaría haciendo muchas preguntas. ¿Quién sería este desconocido que salió de su vientre? ¿Qué o por qué razón la vida nos juntaba? ¿Sería una buena madre? ¿Cómo se cría un bebé? ¿Y ahora qué hago?

La naturaleza es sabía y ya en el momento del parto, desde la valentía que escapaba de su sangre a la plenitud que en el rostro de una madre brilla cuando acaba de parir, estaba anunciando que ella tenía el instinto para defenderme y darme la seguridad que yo necesitaba.

Dicen que los humanos tenemos capacidades que otros animales no tienen como la de simbolizar y la de planeamiento, pero somos muchos más indefensos cuando nacemos, por eso necesitamos que otros nos cuiden. Cuidar es ayudar a nivelar los sentidos, a asimilar la realidad, a entender eso de simbolizar y darnos un refugio que nos permita tener la dosis necesaria de estrés para enfrentarnos a los desafíos de la vida, pero a no estar nerviosos todo el tiempo por sentirnos inseguros.

Yo estoy convencido de que todo lo que pasa está bien, y es por algo, no creo que Dios juegue a los dados, y si juega a los dados, es porque eso es lo que había que hacer. Es cierto que mis padres nos fueron los mejores padres, con la parte del instinto fueron los mejores, pero con eso de los límites y la contención, y el cansancio y los aparatos electrónicos para distraerme, fallaron un poco, pero yo ya vine fallado, si ni comer solo sabía.

Aquí estábamos nosotros empezando a vivir una historia juntos, yo con mi pequeño bosquejo de vida, que trataba de sobrevivir en algo mucho más grande y poderosa que era la historia de vida de mis padres.

Había abuelos, tíos, primos y mascotas. Tantas historias y yo que no entendía nada de nada. Me abrazaban, jugaban, se reían conmigo, y a mi cada día me daba más curiosidad todo, empecé a caminar y me llevaba todo a la boca, estaba inspeccionando como se sentía esta dimensión, y para que servía cada cosa. Si bien ya no vivía en ese mundo de líquido amniótico, este nuevo lugar llamado hogar era confortable, y tenía límites y reglas, y yo había aprendido a entender que si lloraba me iban a abrazar, a ver que me hacía falta o cosas así.

Y empecé a imitar, era mi manera de aprender, claro que imité las cosas buenas y las cosas malas. Iba aprendiendo que camino era seguro o inseguro de acuerdo a lo que hacía mi familia, si ella no hacía algo que parecía tentador yo acataba. Sinceramente a veces me daba más miedo los gestos que ponían por ejemplo cuando se acercaba un perro grande, que el perro mismo. Yo no entendía de peligrosidad, aprendí que era peligroso y que no a través de ellos.

En toda vida de un niño llega el momento en que cortamos ese cordón umbilical imaginario, y nos damos cuentas que no estamos alienados al todo, y cada miembro de nuestra familia es otra persona y piensa diferente a los otros. Es decir que tengo una individualidad, pero que se hace con una de esas. Lo que hacen los adultos es afirmarla, hablan mucho y siempre entienden de todo así que así busque mi seguridad.

Cuando llegué a mi adolescencia mis padres eran culpables de todo. Necesitaba reconocimiento a toda costa, yo era dueño de mi historia, mi historia no era una apéndice de las de mis padres, me juntaba con mis amigos, y aunque decía que tenía claro quien era, en realidad solo era un buscador que procuraba reconocimiento, pero anda a saber de qué, porque la verdad no tenía idea de quien era.

Ahí conocí a Claudia, fuimos novios durante todo ese largo periodo de adolecer. Dicen que el primer amor es el más importante, pero yo no creo que sea cierto, de todas maneras, le tenía que haber dado más importancia. En ese momento la elegí porque me divertía, y era linda, me hacía quedar bien. Cuando la vida pasa te das cuenta que todas las relaciones dicen algo más trascendente de vos.

Llega un momento en la vida que tienes que ser adulto, enfrentar las responsabilidades, irse a vivir solo, tener un trabajo y tal vez casarse. Y ahí empieza a jugar lo que dice la sociedad, tu familia y el desconocido que eres.

Vieron cuando los hombres ponen esa mirada de niños perdidos, bueno esa era la mirada que yo tenía en ese momento. Empecé a enfrentar la vida, porque tenía que hacerlo, sin saber cómo, como un hombre que nunca se había curado de adolecer.

Los vaivenes de la vida te van revoloteando como piedra en el mar, y te van entre haciéndote conocer y puliéndote, y así es como empiezas a iluminarte, cuando ya pasaste por todo, con una vida hecha, por intuición sabes que así tenía que ser, ya que sin todas las equivocaciones, nunca te hubieses conocido.

Acá termina esta historia de vida, sin miedo a la muerte, porque sin muerte no habría vida y como este último suspiro, todo muere cada día. Fui sol que con mis rayos creó nuevas historias, de hijos y nietos que me abrazan en este hospital, y que me dan vida en mi muerte.

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