Y se encontraba allí, mirando la stephanotis floribunda del jardín del colegio a través de la reja, con su flor aún cerrada, también conocida como jazmín de Madagascar. Eso le había explicado el jardinero. Muchos turistas, incluso ella, pensaban que la bellota era un fruto.

María se hace preguntas acerca del destino de los niños cuando las oportunidades de estudio se acaben en el pueblo y tengan que trasladarse y, si regresarán algún día.

Hermigua es un pueblo con pocos habitantes, de presente dormido con mucha ave de paso. Casi hay más turistas que gomeros y en enero, aún más, que es temporada alta. Algunos de ellos, terminan afincándose allí por la tranquilidad y la paz que se respira en el lugar.

El colegio se encuentra al lado de la panadería, donde María trabaja desde hace tres meses. La planta alta es su domicilio actual. Lleva casi tres días sin salir a la calle. Ha consumido su tiempo entre la tienda y, por libre albedrío, la lectura y escritura.

De repente, una serie de piropos incandescentes le interrumpe su estado de observación. Era el repartidor de las golosinas con su especial saludo que, en el fondo, le animaba.

María comienza su paseo de sábado por la Ctra. Gral. marcada por el Valle. Esa tarde su destino era el Restaurante el Faro, cerca de la playa. Tenía un objetivo: conseguir un libro, el que por la mañana, en la tienda, le había recomendado la propia pareja de Günter Finger, un escritor alemán. Ésta le preguntó si podía dejar unas tarjetitas publicitarias en el mostrador. Como buena lectora, María se interesó por los libros y pidió más información. –Tratan de historias narradas en La Gomera. Pero eso sí, sólo están escritos en alemán-, le dijo la señora. Eso no era problema. Al contrario, así podía practicar aún más con el idioma y conocer a la vez “El Valle Encantado” que va desde Garajonay hasta la Costa de El Pescante, a través de la visión de un extranjero.

María empieza a conectarse con la energía de la calle, tantas veces transitada en sus quehaceres diarios. Con cada paso, cada respiración y la belleza del paisaje, se va recargando. Entra en un escenario nuevo, que le reconforta. En su memoria auditiva suena vagamente el comentario de los clientes: -Existe una excesiva tranquilidad en el pueblo de Hermigua, especialmente, los sábados por la tarde-. Mientras su memoria visual le superpone el texto de aquel escritor ruso: “Las montañas son Cáliz derramado”. Sintió como si el texto se le escapara y abrazara a todo el Valle completo. Se gira, para contemplarlo.

Bajo un cielo nublado, continúa su travesía valle abajo y se pregunta cuál será el trasfondo de todo esto. El hecho de estar en la isla colombina y, en concreto, en la Ciudad libre y hanseática de Hermigua. Este es su nombre completo. Había leído que Cristóbal Colón tuvo un percance justo en el muelle olvidado.

Antes de llegar al hotelito, María eleva la mirada. Comprueba que sigue estando allí ese misterioso cordón uniendo los dos cables de la luz. La verdad, es que da un aspecto fatídico al lugar. Y viniendo a cuento o no, recuerda los comentarios de los clientes. –Mira lo que le pasó al hijo de Pedro. Quién lo iba a decir… El año pasado fueron dos muchachos. Aquí en La Gomera se está bien si tienes trabajo– María se siente afortunada por tener trabajo y, el tiempo de ocio para ella siempre es poco para cubrir todas sus ocupaciones.

Una voz la saca de su estado ensimismado con el saludo típico gomero, con un: –Uy (tan rápido casi como un wí), qué tal, cómo te va? Yo pensaba que te habías ido a Tenerife. Ya sabes aquí no aguanta nadie-. Era Moisés el cabrero. De sus ojos emanaba una preciosa luz –Para llegar al espíritu, los caminos son infinitos– pensó. María le respondió con la misma pregunta, a la cual él no contestó. En todas las fiestas navideñas no se pasó por la pastelería y nunca lo vio por la calle. Ambos irradiaron una alegría correspondida. Luego, cada quien siguió su camino.

María cruza al otro lado de la calle. Pasa por la parada de Taxis que está vacía. Y eso que hay cuatro “taxistas”. Ella conoció a la primera taxista que hubo en el pueblo. Fue un sábado, día en el que el transporte público reduce sus servicios.

En fin, nadie a quien saludar en la parada. Sigue caminando y se topa de frente con la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. María se pregunta si será en Hermigua donde encarnarán sus sueños. Dos pasos más abajo, una entidad emite un mensaje.

María continúa su andadura y al final de la carretera, toma el camino que va hacia la playa. Llega a la primera curva, donde está El Faro.

Al entrar, haciendo esquina con la barra, ve el stand con los cinco libros. Justo al lado, dos señores hablan en alemán sobre ellos.

Como el día está nublado han cerrado la terraza de la azotea. Esa tarde se quedó sin contemplar el paisaje. Desde allí se divisa Tenerife en los días despejados.

Pero ella vino por el libro, así que se queda en la zona de comedor y pide su capuchino preferido. Sin más dilación se dirige hacia el expositor y coge los ejemplares. Influenciada por la portada más atractiva, toma el primer libro. Tenía una imagen de la zona de El Pescante. Pero antes de ojearlo, mira la parte de atrás y se sorprende. El autor es el señor medio rubio canoso que algunas mañanas acompañaba a un cliente habitual de la panadería en su hora del café. Juntos pasaban largas horas conversando y mirando el portátil.

Finalmente, María se decanta por el cuarto libro. Éste trata de la vida de un cabrero en el pueblo de Hermigua. Quizá pudiera tratarse de Moisés… ¿Quién sabe? Esa misma noche comenzó a leerlo.

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