Familia
Mi familia no es convencional, nada convencional. Seguro estoy que, si alguien llega a leer esto, cuando menos sonreirá. ¿Por qué no hacerlo? Si hasta yo a veces dudo de mi realidad y si hablamos de tiempo, se produce un salto cuántico que me lleva a miles de años en el pasado.
No tiene sentido decir mi nombre, solo hablaré de mis antepasados, la gloria de mi vida está sumergida en el tiempo o a la espera de tiempos venideros. Mi presente es aciago. Descubrí la verdad mediante extraños sueños y esta historia ya es prehistoria y comienza ya.
Fue una extraña voz tras el accidente, una mano sujetando mi nuca, una tristeza poderosa y millones de recuerdos. No puedo hablar de tatarabuelos, de hecho, creo que no existe palabra alguna para asociarme con un parentesco tan antiguo. Algo así como 3000 años de silencio, hay muchas fechas importantes hasta llegar a mí, no tengo ni tiempo ni ganas de enumerarlas todas, solo os situaré con nombres y denominaciones que casi seguro reconoceréis: Piedra Rosetta, Champollion, Valle de los Reyes y Howard Carter. Para empezar, creo que ya os habréis situado.
No siento que sea justo y no me complace en absoluto la vida que ahora llevo; he intentado informar a mi familia actual, la más cercana en el tiempo y solo algunos de los más pequeños han creído parte de la historia, nuestra historia. Sé que envejecerán y dejarán de creer, no son los primeros, y si ahora no lo hago público, puede que yo sea el último. Pero haré lo que debo.
Como decía, fue tras el accidente cuando empecé a ver y oír cosas, y a tener una terrible necesidad de viajar a Londres, Berlín y El Cairo, y exactamente por ese orden. La verdad es que me mareo en coche y como fumador que soy, no me hace mucha gracia volar, pero, en fin, no era la primera locura que se me ocurría.
En mis viajes por Londres y Berlín, y tras visitar los correspondientes museos con colecciones egipcias de estas ciudades, ya sentía una extraña familiaridad, eso sí mezclada con rabia e impotencia, por la brutal sensación de profanación.
Decidí visitar a médicos especialistas. Empecé con neurólogos, psiquiatras, psicólogos, hasta recurrí a la fe. Nada, aparentemente estaba bien. Me hablaron de alucinaciones postraumáticas, como mucho algo leve, normal y sin importancia. Las voces seguían allí.¿Y por qué no? pensé, al dirigirme hacia Midan El Tahrir, donde se encuentra el Museo egipcio de El Cairo y entonces, lo supe. Con una voz clara oí el lamento completo de mi ancestro:
El viento del Nilo me sacó del sueño. Mi compañero de tiempo, el silencio, se desvaneció en cuanto profanaron el sello real.
Serán figuraciones mías, pero noto como el sudario de resina y lino que cubre mi cuerpo se estremece. La maldición de mi tumba, no parece haber soportado el paso del tiempo. Sólo permanece alerta, la hiedra venenosa que acompaña mi sueño, insuficiente defensa ante tanta blasfemia.
Me retiran la máscara de oro y turquesas que suponía la imagen de mi memoria, y con el movimiento se ha deshecho la guirnalda de loto y mandrágora, ultimo recuerdo de mi amada.
Hace tanto tiempo que me alejé de la sombra del sicómoro donde nos amábamos, que daría el tiempo de mi reencarnación por verte de nuevo.
Quizá, no fue suficiente castigo mi asesinato, ni tampoco, el que durante 70 días rellenaran vasos canopos con lo mejor de mí.
¿Por qué no llega la muerte con alas ligeras en busca de los que se han atrevido a violar mi descanso?
Una poderosa luz mezcla mis recuerdos de otra época con la realidad. Me trasladan. De un momento a otro voy a contemplar de nuevo el río, a sentir la brisa del norte en mis mejillas. Como hace mucho tiempo, una bandada de pájaros acompañará mi paso rindiéndome homenaje: soy el Gran halcón del Nilo.
Aunque algo falla, esa extraña luz reaparece, y me encuentro en un sarcófago transparente, con la apariencia miserable de lo que fue mi condición humana. Me han despojado de todo lo que me permitía emprender el camino final, no veo por ninguna parte mi cetro real, ni la máscara dorada. Si sólo pudiera apretar el escarabajo de lapislázuli que hasta hace poco me acompañaba.
Ya ha pasado lo peor, han destruido mi nombre y con él mi camino a la reencarnación. No voy a encontrarme a la derecha de Osiris con mi amada.
Demasiados ojos observan lo que permanece de mí, y no hay nada glorioso en esta muerte. Ay, Sumo sacerdote y amigo, como te equivocaste en todo. Me encomiendo a la Señora del Mal Apofis, solo ella en esta hora puede compensarme.
Ahora lo sé yo y vosotros, él es parte de mi familia y velo sus días y sus noches en esta nueva tumba de Luxor. Me llaman el loco de Tutankamon.
Hay más de la familia, pero no los he encontrado y cada día junto a mis voces y un escarabajo de lapislázuli, repaso esta extraña fotografía de mi pasado.
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