Un día cercano a los inicios de noviembre, fueron ocho los astros que se reunieron en un bosque. Con el propósito de dar vida a un roble mezclaron ternura, amabilidad y un corazón enorme, pero con el pasar del tiempo encontraron grietas en el tallo.
Creyendo que no le era suficiente para sobrevivir, le obsequiaron humildad y al año… cada noviembre la situación fue la misma: le sobraba valores y existía un vacío que nadie entendía.
Durante más de veinte primaveras aquel roble siguió de pie sin entender lo fuerte que era gracias a su naturaleza misma y perdía el tiempo sintiendo que hacía bien al aceptar los constantes rellenos de los astros.
Su sueño era convertirse en un ser humano y para ello tenía que blindarse, puesto que la reputación de los hombres mostraba a una humanidad degradada.
Cansado ya de tanta debilidad emocional, logró darse cuenta de que la causa de aquellas grietas se debía a la acumulación de virtudes por parte de seres que no tenían ni idea de lo que era vivir como él deseaba.
Todo lo ocurrido le llevó a tomar la decisión de irse del bosque en que fue creado, donde todo estaba lleno de apariencias e hipocresía. Tuvo que dejar de lado aquel manantial de donde disponía de agua dulce y de aquellos arbustos que crecían a su alrededor, logrando cruzar la frontera de su «límite».
Sin tener que migrar más allá de lo que creía necesario, encontró a otros robles, que a diferencia de él no sólo eran duros por fuera sino también por dentro. No dudó ni un segundo en aprender de ellos. Desde ese día en adelante siempre hubo un roble en especial que le proporcionaba lo que le hacía falta para lograr ser como quería, puesto que ambos compartían el mismo sueño.
En la actualidad a ambos robles se les puede ver siempre juntos en algún bosque oculto de la amazonía y aunque no lograron transformarse en humanos, cada vez están más cerca.
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