¿Por qué? Volvió a preguntarse, y recordó.
¡Camilo! coja a su hermana y métanse debajo de la cama. Ahí vienen, desde hace rato los vi rondando en el pueblo. ¡Corra hermano!, hágame caso. Mija, haga como si nada, cualquier pregunta yo respondo, usted, callada. Yo le hice caso a papá; me metí con mi hermana debajo de la cama, y obviamente llegaron, patearon la puerta y con muchas groserías se dirigieron a mi padre diciéndole, en pocas palabras, que se lo iban a llevar. Él accedió con tal de que no quemaran la casa con nosotros dentro. Nuca más le volví a ver; nunca más supe de él. ¿Por qué se lo llevaron? No sé. Pero antes de irse, me dijo que yo sería el hombre de la casa ahora, y que por tanto, debía cuidar a mamá y a mi hermana.
Apenas salieron de la casa con papá, me asomé a la puerta, y vi cómo se alejaban, vi cómo se llevaban al hombre que aunque estuviese cansado, siempre tenía tiempo para estar conmigo; se llevaban lo más hermoso que había tenido hasta el momento, vi cuando giró su rostro por última vez hacia nosotros con lágrimas en sus ojos, y no pude evitar sentir mucha rabia. Rabia que llenaba hasta lo más profundo de mi alma; justo ahí supe lo que era el odio.
Desde ese momento empecé a tomar decisiones a favor de mi familia y del bienestar de las dos mujeres más importantes en mi vida, cada día me despertaba esperando que papá estuviese en casa; que estuviese nuevamente con nosotros. Sin embargo, dicha esperanza fue acabándose con cada día que pasaba. Me acostumbré a no verle; me acostumbré al vacío que él había dejado. En ocasiones, cuando llegaba a casa, veía a mi madre llorando y aunque trataba de ocultarse de mí, eran muy evidentes sus lagrimas. Mi hermana, por su parte, a duras penas le recordaba.
Cuando se lo llevaron, yo estaba en quinto grado, intenté terminar el año, pero me fue imposible, dado que en la casa se necesitaban muchas cosas que, económicamente mi madre no alcanzaba a suplir. El señor Delio, me dio trabajo en su finca; con lo que él me pagaba tuvimos suficiente para vivir.
-Mijo ¿por qué está así, tan pensativo? Me dijo mi madre cuando llegue a casa y me senté en el comedor sin decir palabra alguna.
-Nada ma’, no se preocupe, más bien, qué hay de comida que tengo como hambre. Le contesté inmediatamente.
-Pues yo no hice mucho, ahí hay arroz y lentejas que quedaron del almuerzo ¿le frito un huevo o quiere otra cosa?
-Sí madre, sírvame lo que haya.
Mientras comía mamá me contaba que la señora Miriam le había dicho que le iba a subir al arriendo, por una norma que habían sacado o algo así, pero no le podía poner mucha atención; seguía pensando en la frustración que sentía con todo. Solo le respondí que tocaba mirar cómo hacíamos. Terminé de comer y me fui al cuarto.
Estaba cansado, estaba ido y no tarde en dormirme.
Están golpeando Stefany, vaya y abre.
– Buenas tardes.
– Buenas tardes…
– ¿Stefany?
– Sí… ¿En qué le puedo ayudar señor?
– ¡Stefany! Como has cambiado — dijo el señor con voz de asombro y al mismo tiempo lloriqueando.
– Perdón ¿lo conozco?
La voz se me hizo muy familiar, fui a ver qué pasaba y quién era, entonces, vi a papá, era él, no lo podía creer, corrí a abrazarlo, obvio, Stefany no se acordaba de él, pero yo sí, no había cambiado nada, lo veía igual, con el mismo bigote, con la misma cara, no había envejecido para nada. Lloramos juntos, mientras Stefany nos veía con estupefacción.
Luego me dijo:
-Hijo, cómo has cambiado, ya eres todo un hombre.
Yo lo miraba con gran amor y admiración, tanta era mi felicidad que sólo podía llorar, pero no entendía lo que decía.
-Ya es hora, ya es hora de que me busques. Es hora de que volvamos a vernos.
– ¿es hora de que te busque? ¿Cómo así? ya estás aquí ¿por qué tendría que buscarte? Y ¿volvernos a ver? pero te estoy viendo. No entiendo…
Entonces, sólo se desvaneció, se fue entre mis brazos, lo intente retener, pero me sucedió como a quien intenta agarrar el agua con las manos y se le va entre los dedos. Así se fue. Sin entender nada, vi alrededor y entonces, desperté.
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