Lágrimas del desierto

Lágrimas del desierto

Al sur de Buenos Aires, en un pueblo en ruinas, abandonado de la mano de Dios y de los hombres, vive sólo Pablo Novack, el longevo más solitario del planeta, custodiando escombros y el salitre de una laguna que tiene la mayor salinidad del mundo después del Mar Muerto.

La tierra que habita fue el territorio sagrado de los Pampas, originarios moradores de la llanura pampena, en cuya matriz se escribió con sangre la historia de poblados y despoblados sucesivos,que dejaron sus huellas en mitos y leyendas repetidas en contra del olvido.

Aquí persiste en la memoria, la mayor despoblación y el genocidio cometido con la “conquista del desierto”, que despobló este territorio de más de 500.000 kilómetros cuadrados, para entregarlos a la oligarquía terrateniente argentina a un precio irrisorio.

La población autóctona fue casi exterminada. Hicieron prisioneros a los pocos que quedaron; separó a los hombres de las mujeres y a las madres de sus hijos y los repartió como esclavos para que trabajaran en las haciendas de la clase dominante. Al resto los condenó a vivir en lugares inhóspitos, sin recursos para sobrevivir.

Sobre la base de este genocidio, despojo y explotación, se fundó Villa Epecuén, un turístico balneario termal, que naufragó en 1985 bajo las lágrimas derramadas de la india que le dio su nombre, disfrazadas tras el viento y la lluvia de una sudestada.

Esas lágrimas fueron el origen de la laguna y el fin de esta villa. Sus 1500 habitantes tuvieron que abandonarla, empujados por las aguas que terminaron sepultándola. No quedó nadie, ni siquiera los muertos del cementerio que salieron flotando de sus nichos.

Veinte años después, emergieron los restos del naufragio, pero nadie volvió. Pablo Novack se quedó solo, envuelto en los recuerdos de otros tiempos, en medio de espectros blanquecinos de casas derrumbadas y árboles muertos.

Al final de sus días, en su solitaria espera, ha encontrado su lugar en el mundo. Comprendió que la tierra es ancha y ajena y no pertenece a nadie, que son los hombres los que pertenecen a la tierra.

Paradójicamente ahora está menos solo que antes, cuando en medio del gentío, servía de peón o mandadero por una propina que le daban los acomodados veraneantes.

También es más rico porque necesita muy poco para vivir: un rancho de ladrillos sin revoque ni título de propiedad,un sol de noche, una cocina de leña, una bicicleta herrumbrada, algunas gallinas , el perro que adoptó al que llamó Chozno y una pava y un mate.

Al echar la vista atrás, en medio de la extensa nada de cascotes y herrumbre, Pablo Novack, sube cansino y fatigado las empinadas escaleras de cemento que no llevan a ninguna parte.Desde ese mangrullo del último fortín imaginario del desierto,avizora a lo lejos el tropel de malones que avanzan aguerridos a buscar su querencia, procurando una inútil revancha sin justa reparación. Sólo quedan las estatuas de sal como testigos: “Así termina la vida y comienza la supervivencia…”

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