¡Ese sonido de rueditas deslizándose por el asfalto me enferma! Antes, cuando lo escuchaba estábamos de vacaciones, era agradable… hoy es sinónimo de huida, de adiós, de desolación, desamparo y abandono.

Es lógico que cuando en un lugar no se puede «vivir», se comience una búsqueda en paisajes que ofrezcan condiciones para ello. Nos lo advirtieron hasta el cansancio, pero muchos prefirieron hacer oidos sordos hasta que la realidad no se pudo obviar; entonces, esa gran mayoría de sordos y no tan sordos se vieron en la necesidad de huir y los que no hemos querido hacerlo vemos con terror que nos estamos quedando solos.

No es exageración, todos los días, unos más otros menos, los oigo pasar de madrugada arrastrando sus maletas con rueditas en dirección a los buses que van hacia Caracas o Guarenas, porque ahora existen diferentes lugares donde tomar un bus que vaya hacia Colombia, Ecuador, Perú…

No se cuántos se habrán ido, pero se observa a simple vista que la población ha disminuido, en las aulas hay muchos pupitres vacíos y si se le pregunta a los estudiantes cuál es su proyecto de vida, hay una respuesta segura «Terminar el bachillerato e irme a otro país profesora, aquí no hay futuro».

El primer día de clases, cuando le daba la bienvenida a los estudiantes que asisten al colegio donde trabajo e intentaba explicar la importancia que tenía para la patria el que se preparasen para ser profesionales exitosos, un jovencito de primer año me preguntó ¿Profe, cómo hace uno cuando odia al país donde nació? mi respuesta surgió sola «Mi amor, tu no odias a tu país, odias lo que está sucediendo en él, Venezuela es hermosa y ofrece muchas riquezas naturales, realmente somos privilegiados, lo que pasa es que no hemos sabido defenderla» Su pregunta me impactó, hasta ese momento no tenía plena conciencia de que esta locura pudiera gestar tan terribles consecuencias.

Este éxodo está provocando un abandono de la familia, de la conciencia y de la voluntad necesaria para rebelarse ante tanta injusticia, lo que predomina es la sumisión y la desesperanza.

Una población que ha sido traicionada deja de creer, entonces unos huyen, otros caen en la aceptación de las migajas que les ofrecen y se resignan, unos cuantos más nos negamos a abandonar la esencia de nuestras vidas, los logros, nuestros muertos, nuestra identidad, aunque nos hayan robado el futuro por el cual trabajamos una vida entera.

La verdad es que nos estafaron, a nosotros los mayores nos negaron la tan ansiada tranquilidad de la vejez, todo aquello que construimos durante nuestra juventud, con la vista puesta en el futuro, ha sido destruido y a los jóvenes les han arrebatado la posibilidad de pertenecer a una patria grande y próspera que ofrezca algo mejor que escasez, mentiras y corrupción.

Ese sonido que escucho por las madrugadas, una veces más que otras, me produce pánico, pues es un presagio de despedida, de adiós, de un afecto menos, abandono, tristeza, vacío, despoblación.

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