Aquel lugar había sido la biblioteca del Pueblo. Hoy sus grandes habitaciones estaban habitadas por cajas con libros llenos de polvo. Eran libros antiguos, que no eran muy relevantes para la familia a la que se le había asignado como vivienda dicho establecimiento.

En el fondo, frente a la cortina larga, pesada y roja Jasmine mecía a su bebé mientras hacía ritmo con sus pies. Es que Germán no dejaba de hablar de su gran invento con Raúl. Estaba emocionado con la idea de que el río seco, sin necesidad de lluvias, y sin necesidad de desviar otro río a su caudal, pudiera como por arte de magia crear agua. Era algo de las nubes. Un hechizo raro, es que eran como diosas maternales estos entes, que con un clic decidían verter agua a los necesitados como las mamás vierten amor. Y así Jasmine calmó con su pecho a Marcos, hasta que pudo más el sueño que el ruido del ambiente. Raúl no entendía, aunque en realidad no podía pensar mucho, de reojo miraba a Ernestina y a Alberto besarse, tratando de disimular sus celos. Asentía con una sonrisa forzada todo lo que decía Germán mientras su alma hacía zancadillas a los besos de la enamorada pareja.

Llegó Federico y los peones con algo de la cosecha. La pasta la Habían amasado temprano, y todos estaba prontos para festejar que hoy se reabría la Biblioteca.

Daniela por favor pon la mesa -dijo su mamá Beatriz-

Daniela salió del cuarto del fondo dejando a todos sus muñecos descansar, la fiesta de reapertura de la Biblioteca tendrá que hacerse mañana.

El padre propuso salir al otro día, a recorrer las praderas y a andar a caballo, el cielo estaba despejado y era un buen día para disfrutar de la naturaleza.

No se va a abrir más la biblioteca -pensó Daniela-.

Beatriz contó sobre los nuevos chismes, habían llegado familias nuevas, con costumbres raras.

– ¿Habrán cambiado tanto las cosas en la ciudad?

Ellos habían dejado la ciudad cuando el bar en el que trabajaba Federico cerró, y solo volvieron a la ciudad por controles del embarazo y por el parto. En el pueblo eran pocos pero buenos, nadie se quedaba sin trabajo porque entre los vecinos, que eran más hermanos que vecinos, siempre se ayudaban.

– Daniela, ellos tienen un niño, no vayas a jugar con él.

Miró con cara de nada, para la niña era muy difícil entender que era jugar con otro niño.

Se levantó de la mesa, lavó su plato y fue a buscar unos libros para la reapertura de la Biblioteca. Ojeo alguno, pero no sabía con cual quedarse, no sabía leer.

Por fin llegó la fiesta. Habían llegado niños a jugar.

La nueva vecina rara, era la nueva maestra del pueblo. La escuela tenía solo tres alumnos. Daniela siempre se distraía pensando en lo que iban a hacer con los libros, sus muñecos, ahora que ya sabía las letras.

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