Madrid, 1963.

—¿Ale, has escuchado a Don Teodoro en clase, cuando ha dicho que Madrid estaba rodeada de una muralla árabe? —pregunta Julita, mientras salen del colegio y bajan por la calle Colegiata.

—Ya, me gustaría poder verla pero ya no existe, la han utilizado para construir casas.

—Pues mi madre me dijo el otro día que en el patio de la casa de la señora Rufina había un trozo de muralla. ¿Quieres que vayamos a verla? —le pregunta Julita muy animada.

—La señora Rufina no nos dejará pasar, esa portera es una bruja. En la calle cuando jugamos a la pelota siempre nos está regañando —dice Ale, mientras cruzan Toledo enfrente de la Catedral de San Isidro y se meten por San Bruno es muy estrecha, oscura y sucia, casi los vecinos se tocan de balcón a balcón.

—¿Vamos después de merendar? ¿Te atreves?

—Si tú quieres. ¿Sabes cómo es? —pregunta Ale.

—No, se lo preguntaré a mi madre como si lo necesitara para hacer unos deberes del cole. —Julita le está picando, tiene espíritu de aventura y quiere verla. Ale no está muy convencido pero quiere estar con ella. Al llegar a la esquina del Chotis se separan, quedando para después de merendar.

—Hola, ¡Ya lo sé! —dice Julita, cuando ve a Alejandro sentado en el bordillo de la acera esperándola.

—¿Le has dicho que vamos a verla?

—No, le he dicho que hoy el profe nos ha hablado de la muralla, y me ha dicho que se lo pidamos a la señora Rufina.

La calle Almendro es pequeña y tortuosa, solo le queda un almendro. Entre los coches y los perros van acabando con los pobres árboles, aunque ahora los coches solo aparcan en un lado de la calle, da aspecto de sucia pues las fachadas de las casas tienen el yeso envejecido, con los balcones de hierro oxidados y requetepintados. La calle es de adoquines que en algunos sitios están jugando al escondite. Comienza en la Cava Baja y acaba en la plaza de Humilladero, haciendo un quiebro. Tiene muchas tiendas de artesanos, una botillería donde se venden botas para llevar el vino, lecherías donde van los vecinos con su cántaro, otra que vende tripas secas para embutidos, peluquería de señoras y no pueden faltar las bodegas y un garaje.

Van hacia el tres de la calle Almendro, su portera la señora Rufina está sentada en el chiscón tejiendo un jersey.

—Buenas tardes, ¿Podemos entrar en el patio? —dice Ale.

—No, ¿Que queréis hacer en el patio? —La señora Rufina les mira de arriba abajo, torciendo un poco la boca. Julita se esconde detrás de Ale.

—Ver la muralla, es un trabajo del cole. —Ale intenta aparentar calma.

—Pasar, pero solo cinco minutos. Os voy a estar vigilando —dice la portera.

Entran, huele a humedad. Por las escaleras se oyen bajar risas. Al fondo del portal a la derecha hay una ventana, se acercan en silencio.

—¡Vamos, sígueme! —dice Julita, muy valiente cogiéndole de la mano y tirando de él. Entran y se ponen a dar vueltas, buscando la muralla.

—¡Está lloviendo! ¡Joder! —dice Ale, tocándose la cabeza y notando que la tiene mojada.

—Tonto, es ropa tendida que chorrea —dice en voz baja Julita, mientras busca. Por fin descubre que la pared de la derecha es la famosa muralla —. Mira la construyeron los moros hace más de mil años.

—Pues no me gusta, unas cuantas piedras mal puestas. Me había creído que sería como la muralla de Ávila, toda de piedra, pero esta es de tierra con cantos —Ale, se pone serio, se para y la mira.

—¿Julita, quieres-ser-mi-novia? —dice muy deprisa, poniéndose colorado.

—Bueno… vale —dice Julita pensándoselo unos segundos, luego continua acariciando la muralla, no está muy limpia, los terrones de arena se caen.

—¿Me das un beso, ahora que somos novios?

—Otro día, nos puede pillar la señora Rufina —responde Julita con una sonrisa. Le deja al pobre Alejandro confuso, reponiéndose de su primera calabaza.

Salen a la calle, está anocheciendo y ven con sorpresa que en medio de la calle Almendro esquina con la Cava Baja hay unos gitanos y gente a su alrededor: una gitana con un perro y una mona, un gitano con una escalera de madera, una vieja trompeta y una cabra atada con una cuerda, se prepara y toca un pasodoble para que los vecinos se asomen, la mona comienza a viajar por los balcones con una hucha por mochila. La gitana abre la escalera de madera y pone un bote arriba. La pobre cabra empieza a subir los peldaños perezosamente como si fuera una vedette de La Latina entrada en años. Al llegar arriba hace equilibrio sobre el bote y baja. A los balcones se asoman algunos vecinos atraídos por el ruido de la trompeta y echan algunas monedas, que va recogiendo la gitana del suelo, la mona baja con la hucha sonando. El viejo gitano con su boina,patillas largas y pelo largo y canoso, les regala otro pasodoble, esta vez haciendo bailar a la mona en la calle.

—¡Julita! ¡Julita!

—¡Mi madre, vamos! —Aceleran el paso.

—Buenas tardes, señora Esperanza —dice Ale a la madre de Julita.

—Hola Alejandro. Julita, acércate a la calle Cuchilleros a casa del tío Bonifacio para que te dé unas hebras de azafrán. ¡Anda date prisa, que las necesito para el guiso!

—Ale, nos vemos mañana —dice Julita, guiñándole un ojo y saliendo disparada al recado.

—Hasta mañana Julita. —Se despide Alejandro muy feliz y colorado del todo.

Nota:

2015 El Mundo: “El solar de la calle Almendro se abre a los vecinos, tapiado en la actualidad, que conserva un tramo de la muralla árabe que rodeó la ciudad”

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