¿Ayuda? Lo que necesitamos es paz

¿Ayuda? Lo que necesitamos es paz

Lolo Viejo

13/11/2018

¿AYUDA? LO QUE NECESITAMOS ES PAZ

Cuando Jameela me enseñó la foto de su familia no imaginaba por lo que habían tenido que pasar. Habían pasado la guerra. Guerra, una palabra que para los adolescentes españoles solo nos recuerda a algunas referencias de los libros de texto, novelas o inconcretas referencias de las noticias y películas antiguas. Ella la había sufrido con toda su intensidad ; ella y toda su familia. Esta es la historia de Jameela y de cómo cambió mi vida.

Jameela vive en España desde hace más de un año. Llegó junto con su familia en un programa de acogida de la Unión Europea para refugiados sirios. Aún la recuerdo cuando el profesor la presentó a la clase, allí de pie, con un horrible faldón estampado, una camisa negra y un pañuelo en la cabeza que le cubría todo el pelo. Se sentó a mi lado y rápidamente nos hicimos buenas amigas.

Así me contó cómo fue su triste aventura:

“Mi pesadilla empezó una noche de invierno en mi casa de un pueblecito cerca de Oms. Mi padre entró sigilosamente en el dormitorio donde dormía con mis hermanos Ayra de 10 años y Amal de 7 y nos dió un beso en la mejilla a cada uno. Me desperté y le pregunté ¿Qué pasa papá? Me contestó “Jameela me tengo que ir. Voy con otros hombres del pueblo a Alepo. Tenemos que hacer algo importante allí. No te preocupes. Volveremos pronto. Cuida de tus hermanos pequeños”. No me dió tiempo a decirle nada aunque una horrible sensación de amargura me dio a entender que no lo iba a volver a ver. Unas semanas después tuvimos que abandonar nuestra casa y nuestro pueblo. La guerra se acercaba. Se oían las bombas cada vez más cerca y la gente huía en los pocos coches disponibles que había. De mi padre no sabíamos nada”

Lo que pasó después Jameela no me lo ha querido explicar bien. Solo dice que estuvieron más de seis meses por varios países: Turquía, Grecia, Bulgaria… ; lo quiere olvidar ya que cree que son historias de sufrimiento y miseria. A veces, me contaba que aquello le sirvió para perder 15 kilos. “Yo antes estaba gordita” decía mientras se reía a carcajadas.

A pesar de que Jameela parecía encontrase bien con la gente de la clase, no quería, quedar con nadie, venir a mi casa o asistir a actividades extraescolares. Ante mi insistencia en que me explicara el motivo, un día, en un rincón del patio, me contó cuál era su problema:

“Andrea mi vida en España no es fácil. Mi madre era médica en Siria pero no tiene la documentación suficiente para validar su título en España y lo único que encontró fue un trabajo de cuidadora de una mujer mayor, de 86 años, que tiene Alzheimer. La lleva a un centro especializado por las mañanas pero a las tres tiene que recogerla e irse con ella a su casa; y está allí cuidándola hasta el día siguiente. Solo vemos a mi madre algunos domingos cuando una hija de la señora la sustituye. Así que cuando salgo del Instituto tengo que recoger a mis hermanos y encargarme de ellos toda la tarde y toda la noche. Cuando se acuestan tengo que hacer mis tareas escolares pero estoy tan cansada que la mayoría de las noches me quedo dormida antes de acabar. También algunas noches le escribo cartas a mi padre”

Me quedé mirándola como una boba; enmudecida. No sabía que decir. Por fin reaccioné pero lo único que acerté a preguntarle es:

-¿Pero sabes dónde está tu padre? Ella me contestó:

-No. Mando las cartas a la embajada de mi país y ellos las envían al jefe de la unidad militar donde estaba.

Entonces dejó de hablar , vi que su expresión se volvió triste y empezaron a caerle dos gruesas lágrimas por sus mejillas. Yo me sentía angustiada también. Le cogí las manos e intenté animarla y aconsejarle:

-Bueno no te preocupes. Seguro que lo encuentran pronto. Pero tú no puedes seguir así Jameela. Solo tienes 15 años. Necesitáis ayuda. Ve al Ayuntamiento para que os manden a alguien. No sé. Una persona mayor que se encargue de los niños.

Ella me contestó con la determinación que le caracterizaba:

-¿Ayuda? Lo que necesitamos es paz. Y aquí la tenemos. Además, ya nos dan suficiente ayuda dejándonos vivir en este piso. Nos dieron un dinero para vivir cuando llegamos aquí. ¿Qué más podemos pedir? A mí no me importa cuidar de mis hermanos. Prometí a mi padre que lo haría.

Y así es como muchas tardes, en lugar de irme con mis amigas, voy a casa de Jameela a ayudarle. Nos pasamos la tarde haciendo la merienda y la cena. Jugando con sus hermanos. A mí me gusta encargarme de Amal, el menor. Algunos días le doy de cenar y después recogemos todo. Mientras lo hago, pienso que si mi madre me viera, que dice que no hago nada en casa, alucinaba

Hace unos días Jameela me ha contado que la guerra está acabando y que pronto volverán a Siria. Comprendí que pronto iba a perderla y le pregunté:

-¿Y por qué no os quedáis aquí? Tu madre podría encontrar otro trabajo.

Me contestó con la dulzura propia de ella:

-Andrea, tenemos que volver a buscar a mi padre. Y allí está nuestra tierra, nuestra casa, la familia, nuestros animales,.. Además, he decidido estudiar Medicina allí en Siria. Quiero ser médica como mi madre. Pero vendré muchas veces a verte. Tú eres ya mi hermana, la única que tengo.

Por un momento me avergoncé por no querer que se acabara la guerra en su país. Pero pronto comprendí que era lo mejor para ella y su familia. Ahora, cuando me cruzo con alguna mujer inmigrante, la miro y me pregunto cuál habrá sido su historia, posiblemente dura, difícil, triste que la ha traído hasta aquí.

Sí. Tenemos paz. Ya imagino lo que Jameela valora tanto

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