La maratón urbana

La maratón urbana

Llevaba años compitiendo como maratonista, muchos trofeos adornan los estantes de mi casa, y esta vez llegar entre los diez primeros significaba ganarle a mis amigos. Un gran aliciente, quizá pura vanidad.

Se asombraron al verme aparecer, creían que no me había restablecido del accidente sufrido.

Con el disparo de “Largada”, dejé que me sacaran cien metros de ventaja, quedándome entre el pelotón. Al llegar al marcador que identificaba el segundo kilómetro, inicié el ritmo para lograr mi propósito.

Al cuarto kilómetro Pedro y Alberto estaban muy fatigados, gastaron mucha energía queriendo despegarse. A Tomás y Sebastián los pasé en la marca siguiente y me despreocupé. Ya disfrutaba de la cena que pagarían, la prenda habitual. Avanzaba dejando atrás a competidores de mi propia categoría y de otras menores, cuyos desafíos eran por menos distancia pero con la misma meta.

Faltando dos kilómetros, delante mío con pasos desajustados, corre un niño y al pasarlo me llama.

– ¡Señor…!- Lo miré intrigado.

– ¿Puede ayudarme? Si no llego mi equipo será descalificado y mis compañeros ……Me sonreí por su ingenuidad. Pero a los pocos metros, mi perspectiva cambió. Nunca nadie me respaldó en las metas que me proponía, abandoné muchas veces. Con ocho años perdí a mi padre y mis hermanos mayores, demasiado exigidos, no estaban para contemplarme. Pertenecíamos a generaciones diferentes, pero siempre anhelé sus apoyos, los admiraba y quería igualarlos, fuertes y resueltos. Con los años supe que no eran como los imaginaba. Posiblemente ese vacío formó mi carácter, pero sufrí mucho por ello.

Esa criatura corriendo era la imagen de mí propia niñez. Su autoestima era más importante que mi ego. En ese momento yo era el hermano mayor. Reduje el ritmo y lo acompasé al suyo.

– ¿Cómo te llamas?

– Beto.

– Beto, no hables ni mires el suelo, solo la meta. Haz como yo. – Sus cortas piernas no mantenían el ritmo.

– Cuenta conmigo mentalmente, y en cada número das un paso. Vamos… un, dos, tres. Otra vez, un, dos, …. Sigue así.

Nos alcanzó Sebastián y segundos después Tomás, ambos se manifestaron.

-¡Tano…! Te pasamos.

Ya no me importaba perder ante mis amigos, ese niño era yo, y debía llegar a la meta aunque fuera el último de su clase. Era una cuestión de amor propio, para él y para mí a los diez años.

El público de padres alentaba a Beto en los metros finales. Cruzamos la línea y sus compañeros lo rodearon abrazándolo y vitoreando la clasificación del grupo. Luego se apartó y vino hacia mí, extendiéndome su pequeña mano.

– Gracias señor. Muchísimas gracias.- Me recosté en el piso a descansar, cuando Sebastián me dice.

– Lo siento Tano. Esta vez te gané, llegué entre los diez primeros lugares.

Estaba feliz, había logrado el verdadero triunfo. De maneras diferentes permití el crecimiento de ese niño, el de mis amigos y el mío propio. Ya no era yo, eran los demás los que me importaban.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS