Arundina, nacida en una familia “gitana” pero, no gitanos de raza sino de miseria e incultura. La cuarta de una serie de ocho criaturas a las cuales traían al mundo en medio del campo y crecían atados a la espalda de una madre que de madre sólo tenía el haberlos traído ai mundo. En cuanto caminaban ya tenían una misión que cumplir: coger caracolas junto al mar, que se vendían no se sabe a quién ni para qué, o ayudar en el campo en cualquier tarea que pudieran. ¿Comer? Una vez al día comían todos de una sartén con cucharas hechas de patatas a las que se les daba forma cóncava. El resto del tiempo, lo que pillaban. ¿Dormir? Todos juntos sobre un colchón, padres e hijos. Esta es la vida que llevaba esta familia del levante español en los años de la posguerra.

A los trece años Arundina se quiso marchar con una familia de Barcelona que se ofreció a llevársela para servir. Nunca había pisado un colegio y no sabía ni leer ni escribir aunque contar no se le daba tan mal. Tuvo que aprender a limpiar y a estar limpia y, aunque la trataban mal, algo de provecho sacó. Cambió varias veces de casa hasta que a los veinte años entró en una compañía de baile flamenco donde le enseñaron a bailar encarrilando sus dotes naturales. La compañía conoció un cierto éxito y viajaron por gran parte del mundo.

Un único deseo la animaba: cada vez que cobraban llevar el máximo de dinero al banco. No se interesaba siquiera por saber cuánto tenía. Cuando a los treinta y cuatro años tuvo que dejar la compañía porque había llegado a la edad de la jubilación, se encontró que no sabía hacer nada y se puso de nuevo a servir.

Pasaron los años, tuvo una relación con un viudo con haberes con quien compartió viajes pero sin interesarse verdaderamente por lo que veía y éste finalmente falleció dejándole una buena herencia.

Hela aquí a sus setenta años, dueña de una fortuna más que importante que gestiona con mano de hierro contra los embates de los bancos que quieren sacar provecho, preocupada únicamente en no gastar un céntimo, viviendo con una pensión mínima y en la misma ciudad que su familia (hermanos) con la que no se entiende

Ha decidido empezar a aprender a leer y escribir porque no quiere depender de los otros para todo. Ha alcanzado un grado de egoísmo y tacañería imposibles y se niega a cualquier placer diciendo que son cosas que no le van. No le va asistir a espectáculos, no le va aceptar una invitación, no le va celebrar Navidad, no le va ir a la peluquería, no le va viajar, no le va… Su pregunta más frecuente es: ¿Cuánto cuesta? Nunca ¿Cuánto lo disfruta o lo va a disfrutar?

Parafraseando el título de cierta película de 1978 de Patrick Schulmann : Et la tendresse?… Bordel! Diría yo: Et la vie?… Bordel!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS