Por amor

  • ¿Cómo has hecho para convertir una luciérnaga en un elefante? –me preguntó el terapeuta mientras quitaba las piedras que un rato antes había instalado a lo largo de todo mi cuerpo.
  • ¿A qué te refieres? –dije sin entender nada.
  • Bueno, eso es lo que dice tu cuerpo, que has logrado convertir una grácil y luminiscente luciérnaga en un pesado y responsable elefante.
  • ¿Que mi cuerpo dice qué? ¿Que era una luciérnaga y ahora soy un elefante? Ni que fuera Lady Gaga, si yo venía por lo de mi estómago –respondí mientras me daba cuenta de que la imagen tan opuesta de ambos animales no era descabellada refiriéndose a mí persona, y de repente tampoco la de Lady Gaga y sus múltiples personajes.
  • Ah, pues ahora que lo pienso tiene sentido –añadí comprendiendo un poco más—. ¿Que cómo lo hice? Pues supongo que como todo el mundo, eligiendo aquellos papeles en la vida con los que pensé que me querrían más. Vamos, que lo hice para que me quisieran.
  • ¿Y qué papeles eran esos? –preguntó el terapeuta interesado.
  • Bueno, primero fue el de hermana mayor. No tenía ni un año cuando cogí el título de “la mayor”, la hermana ejemplar y responsable. Con esto, seguramente, acabé con las alas de la luciérnaga, ¿no crees? –continué sin esperar respuesta—. Luego vino el de mujer trabajadora en multinacional cementera, y eso que yo quería trabajar en una revista femenina –le expliqué mientras me daba cuenta de que esto era lo que probablemente había apagado su luz—. Y, por si la elefanta no tenía bastante con pasar sus días entre cemento y hormigón, eso sí, vestida como si trabajara en Vogue; al final pillé el título de tutora de mis mayores para que no se me escapara ningún miembro de la manada. Vamos, que de la luciérnaga no quedó gran cosa –dije a modo de conclusión.
  • Bueno, ¿y entonces conseguiste que te quisieran? –dijo él.

Me ha llevado siete años responder a esta pregunta. Los mismos que he tardado en reconocer y quitar el piloto automático al elefante, que no quería salir de su zona de confort ni soltar ninguna de sus responsabilidades. Los mismos que tardé en domesticar a la luciérnaga para que no saliera volando y se perdiera en el horizonte; pero, sobre todo, los que me llevó reconciliarme con mis dos lados: el denso, preservador, responsable; y el otro ligero, creativo e iluminador. Porque al fin he comprendido que ambos soy yo, que los dos me sirven si los integro para un propósito mayor, y que a los dos les gustan las patatas bravas y la cerveza.

Así que claro que conseguí que me quisieran; pero hasta que no conecté conmigo, con mis debilidades y fortalezas, y me amé incondicionalmente sin juicio ni justificación, no entendí que era eso del amor.

El amor, como la luz de las luciérnagas, sale de dentro y solo entonces ilumina fuera.

Hoy empieza mi nueva existencia.

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