Llorar parecía el consuelo más próximo, Elena volvía a leer el papel. “Compatible con malignidad”. Padecía cáncer de mama, se acababa de enterar. Sentada en el cordón de la callecita interna que unía los servicios de oncología con hematología. El pasaje de la infelicidad, donde transitaban otros tantos enfermos de la misma mierda en distintos lugares. No era como en las películas ni en los libros. El cielo no había dignado a compadecerse por ella, a oscurecer y diluviar. Por el contrario, había un sol increíble, hermoso, lleno de vida, que le daba envidia. Recordó fugazmente la playa, la bikini que no se había animado a estrenar, y que guardó musitando “la próxima”.
¿Cuál próxima? ¿Habría una próxima? No sabía si estaría viva para el siguiente verano, o si lo estaría con un pecho amputado. Miró a su hermana que pateaba como loca una pared. Natalia no aceptaba la realidad de su hermana. Elena se enjuagó las lágrimas y con determinación dijo que ese mismo día comenzaría con todos los estudios médicos.
Por fin, terminaba el día. En su casa, tras las lágrimas de su madre, se fue a dormir. Aferrada a la almohada, quería dormirse para despertar y confirmar que todo había sido un mal sueño, pero no lo era.
Al día siguiente el doctor recibió fríamente a Elena, instalándola en la sala de quimioterapia. Ella sintió el pinchazo en el brazo y miró cómo comenzaba a drenar el suero. Su cuerpo estaba siendo invadido por la sustancia que le daría vida, y aun así, se sentía profundamente triste. Miraba con disimulo a su alrededor. Eran unas quince personas luchando por vivir, cada una con sus dioses y demonios, esperándolas a la salida.
Como efecto de la quimio, Elena en su casa no paraba de vomitar. Puro intento de levantarse de la cama, pero no podía. Para la próxima sesión Elena encontró otro médico: un Patch Adams que decididamente, había nacido para eso. El nuevo profesional le explicó todo el tratamiento: dieta, gotas que tomaría para los vómitos, y que todo eso era para que luego pudiera seguir con su vida normal. Las palabras, tan potentes de vida o muerte, habían anclado en el alma de Elena salvándole el ánimo.
Impensadamente, Elena comprobó a pese la enfermedad, mantenía intacta su capacidad de reír. Sí, como un tesoro bien guardado, comprobó que sonreía, que se veía linda a pesar de haber perdido su cabello, y llevaba un pañuelo en la cabeza. Debió también someterse a terapia de rayos.
La operación fue un éxito. Las posteriores sesiones de quimio, pan comido. Elena, disciplinadamente, comenzó a tomar la droga Tamoxifeno por cinco años. Con mucha fe sintió que la vida le brindaba una segunda oportunidad. Se anotó en la universidad para estudiar abogacía. Consiguió un novio estupendo. Y para sorpresa suya y de todos, se compró una nueva bikini que lució heroicamente en la playa.
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