- – Hay que ver la de tiempo que ha pasado. ¡Míranos! Parecía que nos íbamos a comer el mundo.
- – A mí el mundo me daba igual. Yo lo que quería era comerte a ti María.
- – ¡Paco por favor!- dijo mirándole con vergüenza.
- – ¿Qué? ¿Pero tú te has visto?
Se miró de arriba abajo. El paso de los años había hecho mella en ella y ya no era aquella jovencita que sonreía enamorada a su recién estrenado esposo.
- – Estoy llena de arrugas. Mira mis manos…
- – Tus manos, tu boca, tus ojos azules siguen siendo los mismos de los que me enamoré. No ha cambiado nada- rozó su mejilla apartando un mechón de pelo.
- – Anda que no. Han pasado miles de cosas desde ese momento- señaló la fotografía- hasta ahora.
- – Ha pasado la vida.
- – Y menuda vida. Quién nos lo iba a decir.
- – ¿El qué? ¿Qué tendríamos una familia preciosa y una casa de huéspedes llena de gente que venía a Madrid?
- – Todavía no entiendo como entrábamos todos en ella.
- – Pues apretados y sin mucha privacidad. Pero la de gente pintoresca que pasó por ahí.
- – Si de eso andábamos bien servidos- recordó con nostalgia- Aún así no sabes cómo echo de menos esa casa. La de buenos momentos que hemos vivido en ella. Recuerdo la cara que pusiste cuando te dije que mi hermana se venía del pueblo para vivir con nosotros.
- – Es que yo quiero mucho a Alejandra, pero por aquel entonces ya se hablaba del carácter de las hermanas Marcos- rio- y tener otra más en casa era correr demasiados riesgos. Antonio y yo teníamos el cielo ganado.
- – No es que nosotras tuviéramos carácter, es que vosotros eráis unos benditos. Pues anda que no me enfadé veces yo porque le consentías todo a las niñas.
- – Es que eran mis cuatro princesas. ¿Cómo no lo iba a hacer?
- – Así pasaba, que los morros me los acababan poniendo a mí.
María recordó todos los momentos pasados con sus hijas. Habían tenido cuatro en total. Cuatro terremotos que llenaban de risas y llantos una casa ya de por si llena. Todas ellas con el mismo carácter que su madre quien siempre se había sentido triste por no haber podido darle un varón a su marido. Aunque este jamás se quejó, amaba a sus hijas. Para él eran su mejor tesoro.
- – Y aun así siempre han acudido a ti cuando han tenido algún problema. Acabaste siendo el padre y la madre al mismo tiempo -apostillo él.
Paco guardó silencio. María sabía por qué lo decía pero no quería que él se sintiera culpable por ello.
- – Menos mal que te tuve noche tras noche al lado para que me ayudaras con ellas. ¿Recuerdas que me daban las tantas hablándote de cómo estaban?
- – Si. Y yo cogía tu mano hasta que te quedabas dormida.
- – ¿Hacías eso?- él asintió con la cabeza- no me daba cuenta.
- – Me encantaba oírte hablar de ellas. De sus matrimonios, de nuestros nietos…
- – Y biznietos no te olvides de ellos- le recordó ella.
- – Como olvidarme. Tenemos diez nietos y cinco biznietos. Los llevo siempre aquí- se tocó la cabeza dándose ligeros golpes.
María le sonrió.
- – ¿Sabes Paco?… Creo que al final sí que acabamos comiéndonos el mundo.
- – ¿Tú crees?
- – No lo creo, lo sé.
- – ¿Y eso?
- – Conseguimos lo más importante en esta vida- él la miro con incredulidad- tuvimos una maravillosa familia.
- – En eso te doy toda la razón.
- – Aunque con los años…
- – Con los años nada María- le cortó él viendo por donde iba a continuar la conversación- el tiempo pasa y pone todo en su sitio, no te preocupes por eso ahora.
- -Ya, pero no me gustaría que se sintieran mal.
- – ¿Mal por qué? No han hecho nada para sentirse mal. Tomaron sus propias decisiones y nosotros no somos nadie para cuestionarlas.
- – Pero sé que se entristecieron cuando me llevaron a la residencia por ejemplo.
- – Y luego sonrieron cuando te vieron feliz en ella- María alzó los hombros-Los cambios no son fáciles al principio y puedes llegar a sentirte desorientado. Pero te aseguro que tengo grabadas sus caras cuando iban a verte y tú sonreías. Quédate con eso. Con los buenos momentos…
- – Con todos los cumpleaños que celebramos juntos…
- – Con los días de Reyes comiendo roscón y cruzando los dedos para que no te tocará la sorpresa…
- – Con los veranos en Punta Umbría…
- – Y los inviernos paseando por la calle Alcalá- él la sonrió.
María bajó los ojos y miró con nostalgia la foto. Sus ojos se humedecieron. Iba a echarles mucho de menos.
- – ¿Qué te pasa?
- – Tengo miedo Paco.
- – Pues no deberías tenerlo.
Guardó silencio. Por su mente pasaban a toda velocidad miles de recuerdos. Algunos felices, otros no tanto.
- – ¿Y si me pierdo en la oscuridad?
- – No lo harás amor.
- – ¿Cómo lo sabes?
Paco se puso frente a ella y extendió las manos.
– Porque yo estaré a tu lado ¿Confías en mí?
Ella le miró a los ojos. Aquellos ojos a los que llevaba tantos años sin mirar cara a cara jamás le habían mentido.
María le sonrió. Todos los miedos desaparecieron de golpe y supo que a su lado nada malo le pasaría. Tomó aire por última vez y agarrándole de las manos dijo:
– Siempre.
Y así con las manos entrelazas volvieron a juntar su camino tras treinta y ocho años separados. Caminando felices hacia la brillante luz.
A mis bisabuelos. Por hacerme brillar con luz propia.
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