La rebelión de María «La Gorda»

La rebelión de María «La Gorda»

Acá estoy después de los funerales, con la exquisita lucidez que la soledad otorga en momentos tristes. Álvaro muerto, me entregó una tregua, con sus cosas desperdigadas en el espacio. Despedí hace un par de años a mis hijos. El país se jodió. Los socialistas, ingenios de miseria lograron su objetivo. Los muchachos hicieron la promesa de llevarme.

  • – Aún puedo sobrevivir – les dije.

Insistieron compasivos, me negué. No sabía ser estorbo y el exilio era una mierda a mi edad.

Me quedé inerme un tiempo. Mesa, cama, televisión. Tenía mi jubilación de la escuela y la remesa de los muchachos. Apenas hacia colas en el banco, por necesidad me permitía ese abuso alienante del régimen para cobrar lo que me pertenecía. Mi despensa la llenaba con artículos del mercado negro.

Comencé a percibir diferencias con mis conciudadanos. El exceso de peso que robustecìa mi silueta cincuentona, incomodaba a conocidos que adelgazaban, pese a mi compasión. Sin embargo, yo que patee en protesta las calles de Caracas a diferencia de muchos. Que fui golpeada por la guardia y tragué bastante gas lacrimogeno. Que acompañaba a la resistencia en protesta o voto, esteril o no, tenía intacta mi dignidad y planeaba conservarla. Así, pasee mi gordura victoriosa ante la inmunda dictadura, sintiendo una satisfacción perversa sobre los infelices que la mantenían, reptando por un bocado de comida.

Pronto, la resistencia entregó la calle. Error. Ingrima y aburrida maldije a Álvaro, tenía el mal hábito de dejarme sola en los momentos graves. Me esforcé en esto para olvidarlo, hasta sentir un rencor amable por su ausencia, eso bastaba. Aunque la incertidumbre amenazaba mi cordura.

  • – Andate con mi tía – reprendía mi hija en Argentino.
  • – No iré a ninguna parte.
  • – No es sano estar sola –
  • – Yo no me fui – le disparé con sarcasmo a su conciencia
  • – Buscate novio –
  • – Pareces loca, no quiero pegostes y menopausica menos.

Me dediqué a cocinarme recetas con lo que encontraba. Me sentía divina siendo autora y comensal de mi cocina, sin importar la envidia que mi robustez producía en el vecindario. Hasta que el régimen comenzó a cercarme, la inflación y la escases fueron más poderosas que mis recursos para nutrirme. Ingresos devaluados, remesa controlada para quitarnos divisas. Con terror abracé la realidad, estaba en riesgo mi peso.

Días enteros medité seriamente en la posibilidad de dejarlo todo. Busqué opìniones. Conocidos que justificaran su permanencia y luchaban por sobrevivir sin quebrarse. De esos encuentros me quedé con estas frases.

– “Gente inteligente sobrevive en cualquier régimen. Hay un final para todo y la primera necesidad del ser humano es comer. Ocupate”.

Me ocupé, los canallas no ganarían. No perdería ni una libra. No me someterían. Elegí de mis recetas la comida rapida. Ofrecí mis sabores con éxito inmediato a quien pudiera comprarlos. Así, gorda y divina pude ejercer mi acto de rebelión que otorga la necesidad de sentirse libre, en medio del verde amado que teníamos por carcel.

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