MI MONTAÑA DE LADRILLO

MI MONTAÑA DE LADRILLO

Dani R. Cauhé

16/11/2018

Me levanto, un día más, para seguir ascendiendo mi montaña particular. Preparo un zumo de naranja y me lío un porro, primero es lo primero. Tengo la casa revuelta, papeles, ropa, los cacharros de dos días me esperan en la pila.

Mi montaña de ladrillo: ni nadie lo hará por mi, ni a nadie le puede molestar, vivo sola. Fue una elección. Elegí vivir sola hace más de veinte años y es lo mejor que he decidido en mi vida. Nadie me molesta, no molesto a nadie. O quizás sólo es una coraza que me he colocado para que nadie me haga daño, no lo sé. Escasas veces traigo invitados a casa, sólo dan problemas y nunca saben cuándo deben irse. Fumo tranquilamente mientras me bebo la naranjada y recuerdo que hoy es mi cumpleaños, no he preparado nada, no haré nada especial. Cumplo cincuenta. Ladrillo.

Me incorporo, empezaré por la cocina ya que estoy aquí. Ladrillo. Mientras lavo los platos, los cacharros, me sorprendo en mi cumpleaños de hace casi treinta años en esta misma casa. A estas horas ya habría llegado Cai, o quizás se quedó a dormir y tuvimos sexo apasionado. Estaríamos cocinando o duchándonos, o cantando y bailando mientras hacíamos los preparativos antes de que llegaran las demás. En esa época esta casa siempre tenía vida, entraba y salía gente constantemente, amigos, amigas, familiares, desconocidas, se organizaban toda clase de eventos, venían las amigas con hijos, hacíamos reuniones clandestinas, fiestas descontroladas, sesiones de cine, juegos de videoconsola, fines de año, cumpleaños de no sé quién, todo se hacía aquí.

Ladrillo. Recojo la ropa del suelo de mi habitación y la meto en la lavadora. Ahora no, ahora todo ha cambiado. Ahora estas paredes sólo escuchan el poco ruido que pueda hacer yo: cuando bailo con la música alta, grito en el balcón como una loca, o en mi habitación, cuando, de muy vez en cuando, acierto a traer a casa un tipo que me excite de verdad. De esos días queda poco, algún recuerdo, alguna foto con agujeros en las esquinas de las chinchetas que las sostuvieron cuando había razones para que estuvieran a la vista. Ahora las guardo en una caja llena de polvo que sólo miro, y no toco, cuando abro el cajón donde guardo la marihuana.

Ladrillo.

Ordeno los papeles y suspiro, parezco nueva. Me he visto bebiendo y bailando, soplando cincuenta velas, riéndome a carcajadas mientras Cai me desnuda en el baño y nadie, allá en el comedor, se da cuenta que estamos en otra fiesta, abriendo regalos, despidiendo a la gente, levantarme al día siguiente y preparar un zumo natural y liarme un porro, lavar los cacharros de la pila, recoger la ropa y ordenar papeles. Pero esta vez con sentido.

Me paro, me seco una lágrima, esto no va conmigo. Hace casi tres décadas que no sucede, ni sucederá. Ladrillo. Debo salir a comprar, agua, pan, verduras. Ladrillo. Me visto con lo primero que encuentro en el armario, cojo las llaves y abro la puerta de la calle. Noto algo al dar el primer paso, he pisado un sobre marrón donde hay escrito a mano “ADA”, soy yo.

Vuelvo a entrar a casa. No me lo esperaba, hace una eternidad que no recibo ninguna carta que no sea del banco. Ladrillo. Abro el sobre con las manos temblorosas imaginando que es Cai, que ha vuelto, como antes. Ladrillo. Respiro hondo antes de leer:

CAI FERRÁEZ BENAÍN

Falleció el pasado miércoles en su casa.

Los familiares os invitamos al velatorio en el tanatorio San Juan.

HORARIO: Viernes de 9h a 14h y de 16h a 21h.

El papel se me cae al suelo. El día de mis cincuenta, se ha hecho aún más grande mi montaña de ladrillo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS