Mi pequeño holocausto

Mi pequeño holocausto

Aga Antczak

27/10/2018

Nos conocimos el día de la muerte.

6 de Agosto. Madrid. Me miraste a los ojos y me besaste. Dijiste que no me abandonarías hasta que la muerte nos separase. La primera mentira de todos los matrimonios. El mismo día, cinco años después, me abandonaste. Te fuiste con una maleta y un piano. No eres cínico, simplemente no recordabas esta fecha. La muerte no nos separó. Era una chica de tu orquesta. Tocaba el violoncelo. Instrumento de violación. Violó nuestro amor.

6 de Agosto. Hiroshima. Un joven ingeniero miró a los ojos de su mujer, la besó y desapareció. Sin maleta, sin piano. Con un pequeño cuenco de arroz y trozos de pescado crudo. Les separó la muerte. La luz azul, radioactiva, bella y mortal.

6 de Agosto. Un pueblo de Polonia. Un oficial alemán sacó un piano al porche de una mansión saqueada. Se sentó en el taburete como tú, levantado ligeramente el faldón de su uniforme. Igual que tú, alzó las manos antes de dejarlas caer en el teclado. Estaba tocando. Clásicos alemanes. Al lado, en un establo encerraron a cuarenta personas y le prendieron fuego. Un coro bestial. Clásico judío. Los niños del pueblo fueron el público mudo de ese concierto. No aplaudieron.

Miro nuestras fotos. Tus manos tocando el piano. Tu traje negro y camisas blancas impecables. Las planchaba por la noche mientras tú ensayabas en el teatro. El perfil de la violoncelista delante de tus ojos. La mirabas cada noche y te la follabas antes de volver a casa. Te parecía sexy. Sus piernas abiertas rodeando el instrumento. Violoncelo. Mi cielo violado. Lluvias negras. Radioactivas.

Enciendo un mechero. Lo olvidaste. O ella te prohibió fumar. El ingeniero japonés también fumaba. El día de su muerte iba al banco. Abrían a las ocho treinta. Se sentó en la escalera esperando. Sacó un cigarrillo. Una pequeña luz iluminó su cara. Diez minutos más tarde una llama de quince kilómetros iluminó el mundo. Quedó su sombra en la escalera. Una sombra radioactiva.

El fuego repta por tu foto. Desaparece tu cara, tus manos y las camisas que planchaba. Desapareces tú. No gritas. No te duele. El ingeniero japonés tampoco gritó. Gritaba su mujer con la piel colgando de su cuerpo y por debajo la carne cruda como el pescado en el cuenco de su marido. Gritaban las cuarenta personas encerradas en el establo mientras el alemán tocaba el piano. Grito yo mientras tú tocas con ella. Vuestro concierto íntimo.

Recojo los trozos quemados de tus fotos y las echo al fuego. Caen como cuerpos en los hornos de los crematorios. Si pudiera te quemaría vivo. El amor es cruel.

Estás completamente quemado. Mi pequeño holocausto. Ya no existes.

No plancho más. No tropiezo contra tu piano.

Dicen que una nueva vida empieza con el último cigarrillo fumado. He fumado por primera vez. Un cigarrillo que habías dejado. Te hubieras sorprendido.

Empiezo una nueva vida. Sin ti. Me sorprendo.

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