Las ventanas se abrieron de par en par por el fuerte viento que soplaba esa noche de otoño. Abrió sus ojos e inclino su cabeza hacia la derecha para ver que había pasado. Se paró a cerrarlas o eso trató, pero no lo logró. No podía moverse. Comenzó a escuchar ruidos extraños que provenían de la calle, su mirada traspasó la puerta, ya que se había aferrado al único lugar que tenía cierta claridad por el farol que dejaban prendido todas las noches, y por unos segundos se tranquilizó.
Con lo que no contaba, era con una tormenta eléctrica que hiciera que se cortara la luz de toda la cuadra y buscando un poco de luminosidad se encontrara con unos ojos rojos mirándola fijo. En pánico como estaba, se tapó la cara con la frazada como si eso la protegiera. Pero se sintió segura, allí abajo nada malo podría pasarle. Espiando entre sus sabanas con la vista fija en la ventana, ve a una persona con capucha queriendo entrar por allí. Sus miradas se cruzaron. El miedo le corría todo el cuerpo.
Cada vez se aceleraba más, estaba al borde del llanto, cuando de repente… Se despierta. Aterrada mira la ventana… Estaba abierta. Sale corriendo al cuarto de sus padres llorando. La tranquilizan, se acuesta en la cama de ellos y le traen una chocolatada caliente. No es una chocolatada común y corriente. Su padre le ha dicho que tiene algo especial y ella lo siente en cada sorbo. Ahora sí, está lista para volver a dormir.
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