Miré las cosas que me quedaban de él, como piezas de un rompecabezas que ya nunca podría completar. Destacaba el carnet de estudiante de medicina en España, los poemas sobre Palestina, un telegrama y una de las pocas fotos que teníamos juntos. Tal y como yo lo veía (o como yo lo quería ver), el carnet de estudiante evocaba la voluntad racional de un nuevo comienzo, mientras que los poemas apelaban al amor visceral por una tierra que les estaba siendo arrebatada. Qué poética coincidencia que su nombre se traduzca en algunos sitios como justicia. Porque eso es lo que Hatem debía querer, hacer justicia. Fue una pena que, para ello, todos tuviéramos que pagar un precio tan alto.

Hacía sólo unos días que el más pequeño de sus otros hijos me había mandado un whatsapp para avisarme de la pérdida, our father passed away last night (nuestro padre falleció anoche). No dejaba de sorprenderme el nuestro. El nosotros, que me incluía en un colectivo, del que yo me había querido mantener siempre excluida. Aun así, sentí la necesidad de aferrarme a sus cosas. Fui a casa de mi madre y desde la más extraña clandestinidad, justificada por la voluntad de no herir a una mujer, que ya está bastante herida de por vida, escondí en mi bolso la que ahora era mi herencia paterna. Nada de valor material y mucho de cuestionable valor emocional. A parte de lo ya mencionado, había heredado una kufiyya, un corán, un tasbih, su pasaporte, un diccionario árabe-inglés, cartas que nos escribíamos antes de que el correo electrónico lo invadiera todo, un libro de medicina, un frasco con lo que debía ser kohl, casetes de música tradicional árabe, un vestido, también tradicional y poco más.

Todavía delante de aquella peculiar herencia, recordé la primera llamada después de diecinueve años de ausencia. Diecinueve años de darle por muerto, o por vivo, según el día. Una larga etapa de confusión en la que fui tejiendo su historia con los retales inventados, que iba robando a quienes habían podido compartir con él, lo que a mí me había sido negado. Una etapa en la que, a la vez, fui elaborando preguntas. Preguntas que empezaron siendo tímidos susurros, no compartidos con nadie y que, aunque acabaron saliendo con voz alta y clara, nunca fueron respondidas. Quizá por eso escribo, quizá sigo buscando respuestas, pero ya no me atrevo a pronunciarlas más en voz alta.

Releí parte de uno de los poemas y no pude evitar conmoverme:

Un beso para ti y … saludos

¿qué más debo decir?

¿por dónde empezar y por dónde terminar?

El tiempo es ilimitado

y todo lo que tengo en el exilio como provisión es:

un pan duro

anhelo

y un cuaderno lleno de mis frustraciones

¿Por dónde debería empezar?

.

Todo lo que se ha dicho

o se dirá

no me llevará a casa

no hará caer la lluvia

ni hará crecer plumas en este pájaro perdido y cansado.

Pero no fue todo tan poético en nuestra historia. Después de esos diecinueve años de ausencia, tuve su presencia durante otros diez años aproximadamente. Bueno, toda la presencia que se puede tener, que se puede dar, cuando te separan miles de kilómetros de distancia, la unión la sella una línea telefónica o el correo analógico, tu padre ya no recuerda cómo hablar tu propia lengua materna y tú has olvidado lo que te había enseñado de la suya. Diez años de rodeos. Al final creo que optó por dejar que fueran sus otros hijos los que mantuvieran las comunicaciones.

En el momento de su muerte, la mayor preocupación de estos otros cinco hijos fue que yo perdonara a nuestro padre, para que Allah no viera ningún impedimento en dejarle entrar a formar parte de su paraíso. Pero yo no me consideraba quien para condenar o absolver a nadie, que eso es trabajo de los dioses (cada cual con el suyo) y yo, desde mi más profundo rechazo a todas las religiones conocidas, no quiero quitarle el trabajo a nadie. Sin embargo, esta explicación no pareció convencerlos y yo me vi incapaz de decirles lo que querían oír, aunque fuera para que dejaran de atormentarme cada día con la misma historia. No estaba preparada y tampoco quería estarlo. Quizá porque aquélla era una forma de no dejarle marchar. Hoy, que yo misma ya soy madre, creo que sí puedo darle la despedida definitiva:

Innalilahi wa inna ilaihi rayiun.

De Allah somos y a él hemos de volver.


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