¿Cuándo te vas?

¿Cuándo te vas?

Alexander López

19/10/2018


-Quiero que usted sepa que este es un día normal en mi pueblo. Está, como se ve, abandonado y habitado por estátuas.

-No hay lirios ni fogones de petróleo.

-Quiero saber cómo será el cielo cuando el viaje termine.

-No se si hay palabras en ese último lugar.

El clima ha cambiado y el viento refrescante se fue hace ya bastante tiempo. Los viajeros originales llegaron con el eterno pretexto de buscar un tesoro, pero nadie sabe con certeza si alguna vez lo encontraron. Se sabe que algunos se enriquecieron mientras otros se arruinaron. Es lo que siempre ocurre. Pero el tesoro no era lo único que buscaban, y en verdad no era lo más importante para el asentamiento en este lugar.También prosperaba una atención proverbial por las bulliciosas reuniones en la plaza central. Se escenificaban grandes contiendas protagonizadas por acróbatas vehementes. Frente a sus casas los niños forjaron sus primeras fantasías. En esos recuerdos encuentro el llamado de la memoria; aquí se vivió como en casi todos los pueblos del mundo: la vida, que transcurría en calma, repetía las pequeñas rutinas. Así se alimentaba la cotidianidad. Sin embargo, en su moderación los lugareños cultivaban la esperanza de compartir un destino. Pero eso cambió y lo supe de repente porque mi cuerpo envejeció cien años en un solo día. Fue cuando mi familia se marchó siguiendo el ejemplo de otros descendientes.

Se oyen muchas conjeturas para explicar lo que llevó a la desolación: al respecto he tenido que responder preguntas imposibles, la más repetitiva y dolorosa es ¿cuándo te vas? El vacío inmenso ataca tanto a los que se van como a los que se quedan. Hoy no se habla del tesoro ni de las algarabías en la plaza, y los niños son ancianos. Desde mi montículo quiero renacer al ver que la caravana que se aleja por la vereda es un dardo que desafía la paz de otros lugares, no sólo de ciudades, sino de países y regiones. Paralizado veo esa huida y me doy cuenta de que estoy rodeado de escombros. Me siento como un penitente porque quienes me ven juran que no tengo fuerzas para iniciar la larga caminata. Sin querer me he transformado en el testimonio de lo que el desapego puede hacer y deshacer.

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