La Manoli está cansá. Son más de setenta primaveras con sus veranos las que tiene encima, y después de criar a los hijos como pollitos, estos echaron a volar, se casaron, y tuvieron otros hijos que no comen nada, según ella.

En un pueblo lleno de viejos blancos, tienen un médico negro. Es bueno el negro, dice la Manoli.

El lunes entra en la consulta del doctor Sasso, así se llama el negro, pero a él le gusta que le llamen Soso. El Doctor se asusta al verla cada día más gorda. No sirven de nada las dietas con ella. A Manoli le asusta un poco el Soso, o Sasso. Dice que es como un conguito en el aire.

—¡A ver señora! Tiene que comer más fruta y menos carne! ¡Toda la familia tienen que comer más fruta y menos carne!

—¿Más fruta?

—¡Sí!

—¿Y menos carne?

—¡Sí!

—¿Lo apunto Doctorcito?

—¡Apunte!… ¡Menos fruta y más carne!

—… A ver… Carne mucha y fruta poca…

—¡Vamos que se me pasa la mañana entre recetas para yayos blanquitos! ¡Dele, dele!!

—Voy, voy… Ya lo tengo..

—¡Y la miel de las mañanas y las frituras ni probarlas!

—¿Las frituras?

—¡Sí! ¡Por las mañanas! ¡Mucha, mucha!

—¿Y la miel?

—¡Ni probarla! ¡Es veneno para los colesteroles! ¡Apunte, apunte!

—Voy, voy.

—¡Y los fines de semana hay que hacer paseos a punta pala y nada de sofá y tele ,que dejan las arterias taponás!

—¿Fines de semana a punta pala?

—¡Sí! ¡De eso, nada!

—¿De qué?

—¡Nada de paseos!

—¿No? ¿Y el sofá y la tele?

— ¡A punta pala! ¡Mucho de eso! ¡Y muchas frituras!

— Gracias Sasso.

— ¡Llámeme Soso!

— Pues si es muy salao

—¡Soso!

— Vale Soso. Está revenío hoy. Deme receta para el paracetamol.

—¿Condemol?

—¡Paracetamol!

—¿Para qué?

—Para los dolores.

—Si Dolores quiere recetas que venga ella. Le daré una para usted de paracetamol. ¿Le vale?

—Me vale. Gracias, Sasso.

—¡Soso!!… ¡Siguiente!

Las voces que pega el doctor se oyen en la calle. A veces pasa al lado del ambulatorio y escucha las voces del Soso y de los pacientes tapiocas…

—¡Enséñeme el culo Sebastián!

—¿El culo?

—¡La próstata! ¡Tengo que tocarla!

—¡Vengo de cagar!

—¡Al lío! ¡Claro que se lo tiene que bajar! ¡El pantalón abajo! ¡Que voyyy!

—¡¡Ahhhhhhhhh!!

Había corrillos escuchando al Soso por las mañanas. Era entretenido. Todos sabían los males de cada uno sin que lo hubieran contado a nadie más que al Soso. El Mariano ve doble y se asusta porque ahora tiene dos parientas en casa, y a él con una le vale. El Tomasino tiene las tripas revueltas y depresión. Le ha dejado la mujer y se ha ido con otro que tiene más cuartos; eso dice él. Y así…todos.

Lo que no entiende Manoli es porqué están cada día más gordos ella y su marido Pepe, el del taller. La Manoli piensa que eso de adelgazar es para las famosas de la tele. Esas que salen en el Sálvame. Eso pasa porque les falta un buen cocido; eso dice la Manoli a sus hijos. Los hijos se ríen y comen y comen. Están también de buena matanza. Y los nietos llevan camino de ello. Ya son pequeñas pelotas ambulantes que corretean por la casa de Manoli los domingos…

La siesta es sagrada en casa de la Manoli. Bueno, para Pepe. Manoli no se echa la siesta. Ella mira los programas de la tele con un café bien cargado; de esos de calcetín. El Pepe duerme como un lirón. No le despierta nada. Ni aunque la casa se hunda. ¿Qué fue lo que pasó (o casi) hace dos años?

Resulta que hacían obra en la casa de al lado. Realmente la estaban tirando abajo con una grúa. Y se ve que el operario se encanó (se vino arriba) y siguió tirando paredes como si no hubiera un mañana. Pero no solo las de la casa que tenía que tirar, sino la de la Manoli también. Se vino el muro abajo, justo el que daba a la habitación de Pepe que seguía dormido. No se despertó, y gracias a Dios no le pasó nada ni le cayeron ladrillos encima.

Desde la calle se veía la casa sin pared y al Pepe sobando en gayumbos con un huevo fuera de su sitio. La gente pasaba y veían la casa de la Manoli empantaná, y el huevo de Pepe al aire. Los niños, que son muy duchos en la puntería, tiraban piedrecitas al huevo de Pepe a ver si hacían tortilla o qué. No pasaba nada y no se despertaba.

Cuando se levantó ya estaban recogiendo los escombros. Le dolía un huevo el huevo (literalmente) y tenía la cama llena de piedras pequeñas. Los de la empresa fueron buenos y le arreglaron el muro. En fin, todo quedó en nada.

Las vecinas de la Manoli le decían en el mercao que si el Pepe tenía los huevos como de mono peludo, y a la otra la dieron sudores cuando vio esa cosa fuera de su sitio. A ella le daba apuro escuchar esas intimidades y al Pepe le daba igual todo menos que perdiera el Athlétic.

Es domingo y vienen los dos hijos a comer. Manoli lleva desde bien temprano cocinando para un regimiento militar.

Hoy está triste Manoli. La ha llamado su hijo, el pequeño, que dice que se ha separao de la Yolanda. La Manoli piensa que mejor solo que mal arrejuntao. La pena son los niños; ahora a ver dónde se quedan y qué comidas van a tener si su hijo no sabe hacer ni un huevo frito. Tendrá que aumentar las raciones semanales de cocido para las criaturas, no sea que se queden en un suspiro al ver al padre deprimío.

Llaman a la puerta, es el pequeño. No parece triste pero la Manoli le abraza. Es hora de comer….

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