Se acabó el café

Se acabó el café

Agostina Bessone

17/10/2018

Esta tarde charlamos mucho com Diego. Cuando le pregunté, por la casa que compartía antes con Antonia, me dijo que no sabía cuál fue el momento exacto en que él decidió marcharse. Quizás fue la mañana del 17 de Septiembre, cuando el café estaba frío y lo dejó a la mitad, sin decir nada, y tomó su maletín para ir enseguida a la parada del colectivo, porque si lo perdía no podía marcar tarjeta en el trabajo. O quizás fue en una de esas tantas veces, en que el silencio entre los dos no estaba poblado de sentido, sino vacío de toda posibilidad de charla, como si ninguna palabra pudiera decirse, sin ocasionar luego el estruendo de una torre derrumbada. La torre de la confianza o del buen humor.

Aquí no puedo ser -sintió- Era como se sentía de niño cuando las zapatillas le quedaban chicas, y lo que él suponía que le pasaba a su pez adentro de la pecera, que será siempre cuadrada y con las mismas dimensiones por más que aumenten las ganas de nadar del pobre y silencioso animalito. Lo invadió la sensación de que todos, pero todos, hasta el más insignificante de los espíritus que están sobre la tierra, habrían sentido esa sensación alguna vez, pero que pocos reflexionaban sobre ella seriamente. Pocos se dejaban invadir por aquella intranquilidad hasta imaginarse en otro lugar o en otra situación posible.

-¿preparo más café? – me dijo después de contarme todo aquello, como si nada hubiera de trascendente en su historia.

– Si, ¡Gracias!- dije- observando nuestras tazas. Y no supe si le agradecía la sinceridad o la cortesía

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