Fui la última de tres hermanos. Todo parecía estar bien en la familia, pero no lo estaba. Como en un buen cuento de terror, todo empezó a oscurecerse. Mucho ruido, demasiado. Los ojos celestes de mi mamá, no brillaban tanto. Después de apenas 5 años, el cáncer, que la había estado rondando todo el tiempo pasó a ser parte de la familia.
Mi papá, dueño de un ingenio azucarero, que nos permitía cierta libertad económica, fue sacudido por una detención que lo aisló de nosotros por cuatro años cuando los militares que gobernaban nuestro país, se lo expropiaron armando una causa penal para poder justificar el hecho. Cuatro años estuvo detenido. Cuatro años que hicieron detonar nuestras vidas. Al salir, solo pudo estar con nosotros 1 año más. Un repentino ataque al corazón se lo llevó sin darle la posibilidad de rearmar nada.
El cáncer de mi mamá, vio la oportunidad de hacerse más fuerte y lo hizo.
La vi llorar de miedo, de desesperación, de incertidumbre y de amor.
La vi a escondidas, frágil y esforzándose por darnos esa mirada brillante que ahora estaba tan ausente.
Doce años tenía yo cuando me dijeron que la enfermedad le había dejado solo 3 meses más de vida. Fueron más. Me dio tiempo a pelear hasta entender que nunca había tenido opción de ganar. Y perdí.
Nunca odié tanto a la muerte y a la vida en el mismo instante.
Mientras mis amigas planeaban su fiesta de quince, yo junto con mis hermanos organizábamos su funeral. Verla ahí, sabiendo que ya no estaba ni iba a estar nunca más, hizo que se transforme el ADN de mi alma. O al menos eso sentí.
Sentir ausencia, desprotección, desesperación, abismo, es realmente lo que agota la mente. No podía entender tantos por qué…
Todavía no sé cómo sobrevivimos 2 años más. Ya con diecisiete creí conocer el amor y me casé. No pude ver a simple vista que estaba encubriendo a la violencia. También la viví, de la mano de las drogas, de abortos, de muerte.
Algo en mí, hizo que reaccione y pude huir de todo eso. De todo.
Sola, pero entera otra vez, arremetí en un nuevo comienzo. Trabajo, aprendizaje, auto sustentarme, confiar…
Conocí a un hombre que me dio una hija. Aprendí a perder el miedo de morirme y evitar repetir la historia. Fue una pausa con cierta tranquilidad que también decayó. Para sostener esa relación, yo debía convertirme en una especie de Barbie. Y ya no podía. Yo estaba esculpida desde adentro con otra madera. Sabía que lo único seguro es la inseguridad.
Abandoné el barco. Tomé las riendas de mi vida, a mi nena y me fui al sur. Volver a empezar. Bariloche se presentó como una hoja en blanco.
Tuve un par de parejas, la última duró 12 años. Otro hijo, otro milagro.
Un motivo mas para seguir confiando. escuchando siempre la misma voz, LA VOZ DE MI ALMA.
Un alma celeste brillante, como sus ojos.
K.
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