Pripyat, arbustos de rosas

Pripyat, arbustos de rosas

Paco Jiménez

17/10/2018

Paró justo en la vía que daba acceso al único hotel que se construyó en la zona, el Hotel Polissya, hacia el año 1975, junto al parque de atracciones. La imagen es aterradora, no solo por el hotel, no, todo lo que rodea aquel cementerio de ladrillos, cientos de hogares devastados de forma virulenta el 26 de abril de 1986, todas las edificaciones cubiertas de ramas «envenenadas». Tuvieron que abandonar de forma inmediata sus viviendas y comercios junto a sus familias. Solo tres horas tuvieron.

Las primeras calles fundadas en la ciudad fueron la Avenida de los Entusiastas y Avenida de la Amistad de los Pueblos. Los ojos de Irina Vasiliev se «ensombrecieron» al observar totalmente desolada de lo que a día de hoy eran las calles en las que vivió junto a su marido, en las que paseaban todas las tardes hasta caer el crepúsculo en Pripyat. Apretó la mano de su esposo con rabia aguantando las lágrimas con dolor. Hacia ya 33 años que dejó en el olvido la población que había sido morada de la mayor parte de los trabajadores de la Central Nuclear y dio de comer a todos durante esos años. Se fue del lugar con 47 años, su marido, Sergey Popov, tenía por aquel entonces 54. Ambos trabajaron en la planta, en el reactor 3. El que provocó el accidente nuclear fue el reactor 4 el cual se sobrecalentó implosionando. Provocó 400 veces más radiación que la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. Cientos de compañeros murieron allí mismo.

Irina mira la zona en un giro de 360 grados comprobando que había sido de su hogar, de su vida, sus amigos, sus compañeros. No deja de mirar cada una de las entradas a las casas y edificios totalmente engullidos por los árboles que, en los 33 años del suceso, habían crecido y ocultado todas esas moles de hormigón. Árboles enfermos como el lugar.

Recién llegados desde Kiev a Pripyat en la entrada de su nuevo hogar, al igual que en el resto, se plantaba un arbusto de rosas para dar la bienvenida a los nuevos vecinos. Para 1986 se contaba ya con 50.000 arbustos. Nada queda de ellos.

Disponían de un centro cultural, biblioteca, cine, el único hotel, una escuela de arte provista de una sala para conciertos, varios centros médicos, escuelas, una escuela técnica de ingeniería llamada Kúibyshevsk, de la cual salían formados los nuevos trabajadores de la Central, comedores, cafeterías, tiendas y más de diez guarderías. Allí no queda vida, solo silencio. Sergey no dejó de fotografiar aquel lugar tétrico que había sido años atrás la ciudad soñada. No se movieron del lugar. Sus piernas no lo permitieron del horror que sus ojos estaban viviendo al igual que el resto de personas que bajaron junto a ellos de ese autocar.

– ¡Por favor, vayan subiendo. Marchamos ya para Kiev!- dijo la guía compungida.

Del lugar se llevaron fotografías a cambio de dejar sus últimas pisadas, su definitivo adiós.

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