UNA CALLE PARA RECORDAR.

UNA CALLE PARA RECORDAR.

Amalia B.C

07/01/2017

En cuestión de segundos me di cuenta de que mi amigo me gustaba. Con tan solo mirarme, sentía que aquellos ojos color caramelo me conquistaban. Su sonrisa, que para mí era perfecta, dejaba ver aquellos hermosos dientes blanquecinos y perfectos que me provocaban un nerviosismo extraño. Unas extrañas palpitaciones en mi corazón se aceleraban con cada mirada, con cada palabra, con cada sonrisa… Todo en él me provocaba hermosas sensaciones que me hacían sentirme feliz.

Me estaba enamorando y a pesar de no querer que eso sucediera, no pude evitarlo.

Aquella tarde que nunca olvidaré, nos encontrábamos solos en un parque. Ninguno de los amigos de nuestra pandilla habían venido,y estábamos los dos sentados en aquel frío banco junto a un árbol caduco de tenues hojas amarillas. Estuvimos hablando y hablando de anécdotas pasadas. A veces nos reíamos y otras veces nos quedamos serios mirándonos fijamente a los ojos.

Pude sentir después de mirarme a los ojos que yo también le gustaba. Esas cosas se saben y se sienten. No tienen explicación alguna, pero cuando las descubres, es un sueño hecho realidad. Un sueño que poco a poco y día tras día se iba despertando.

De pronto bajó la mirada y al volver a mirarme como si realmente necesitara hacerlo de nuevo, sentí la complicidad de aquel sentimiento que crecía dentro de nosotros. Sonreímos a la par y comenzamos a hablar de nuevo.

Sentí muy dentro de mí, aunque seguía escuchando lo que él me contaba, una enorme satisfacción de saber que era correspondida. No cabía en mi gozo.

Después de un largo rato de miradas y sonrisas, miré el reloj. Tenía que irme a casa y no quería hacerlo. Quería quedarme allí con él. Escuchar su voz, mirar sus ojos y sentir aquella felicidad que inundaba todo mi ser. Pero tenía que irme, se me había hecho tarde. Tenía que llegar a mi casa y ayudar a mi madre con la cena.

Le dije que tenía que irme y decidió acompañarme. Nos levantamos del banco y me cogió de la mano. Las tenía heladas y pese a aquel frío que recorrió todo mi cuerpo, le agarré con fuerza y comenzamos a andar.

Subimos por la avenida de la Albufera hasta llegar a la parada del autobús. Sentí como él me frenaba tirando suavemente de mi mano. Me encontré frente a él y no tardó ni un segundo en besarme. Juntamos nuestros labios y sentí como surgían en mí estomago miles de cosquillas que me envolvían y me hacían sentirme bien.

— ¿Quieres salir conmigo?— dijo con una gran sonrisa.

Por supuesto.— contesté, y volvió a besarme.

Pude saber en aquel mismo instante que en aquella hermosa y transitada calle, encontré a mi amor, a mi media naranja y al padre de mis hijas. Un hombre que lleva conmigo veintisiete años y que sigue siendo el amor de mi vida.

Una calle que visito con frecuencia por vivir muy cerca y que significa mucho para mí. Es tan especial que cada vez que transito por su inmensa acera, agradezco el hermoso recuerdo que ella me transmite. Sonrío siempre que estoy allí y por un segundo me siento transportada a aquel hermoso momento que jamás olvidaré.

AVD DE LA ALBUFERA, MADRID

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