Don Joaquín es un personaje de la vida diaria, común. Un ser regordete, bonachón y re harto feliz. Su mirada más transparente que las aguas que recorren su fluir buscando nuevo horizonte. Desde que lo recuerdo jamás habla mal de nadie, ¿será acaso la sabiduría que le han otorgado los años? ¿O los mismos aporreos en que la vida le sorrajo en sus narices problemas y avenencias haciéndolo cada vez más fuerte? Solo sé que es mi amigo, como otro de tantos que sus edades fluctúan más allá de la senectud, en esos que busco la sabiduría y empaparme de sus historias y vacilaciones, en los que veo a través del alma y me quedo con lo mejor para irlo conformando en mi colección muy particular de conocimiento tal como me gusta a mí. Tal vez no encuentre más preguntas, pero si la mayor de las respuestas. las que se dan en el intrínseco sentir de un ser que comulga con la solidaridad y ama vivir. Conozco mucho de él, aprendo, viajamos sin acaso salir de nuestro lugar, recorremos el Xalapa de antaño y nos mojamos en el chipi chipi que dejó grandes estelas de llantos y sonrisas. Nos volvemos uno, y más cuando lo comenta y me dice, y yo atento lo miro y me nutro de su sabiduría, de sus anécdotas, y las revivimos una y otra vez. Tal pareciera que él es el director de la orquesta y cada articulación es un movimiento en mi instrumento, le ponemos magia y ritmo, sabor y vida. Si acaso medirá poco más allá de un metro y quizás poco más , pero es grande, no en la estatura, pero si en su forma de compartir y apreciar el don divino de la vida, el milagro que a todos nos ha sido obsequiado para compartir y ser vecinos de esta vida. Tal como lo dicta la melodía. Su forma de vestir dice mucho de él, siempre sencillo, ah pero muy importante y sobre todo agradable, en más de una ocasión le he comentado que cambie de lentes, que se renueve, me ve, sonríe; me da unas palmaditas en mi espalda y me dice en voz baja, -ya para que, si con estos lentes elaborados a base de pasta y una pata del otro lado sujetada con cinta de aislar veo mucho muy bien-.. Eso lo hace aún más importante, se llena con lo sencillo, con lo que realmente le agrada sin molestar jamás a nadie; solo el simple hecho de agradecer que aun con esos lentes que asemejan fondo de botella ve más allá de lo cotidiano. ve vida y se aferra a ella. Don joaqui como amigablemente le digo, es un ser que a veces pienso no es de este planeta, tendrá un aproximado de 24 años que lo conozco, cuando joven, el conoció a mi padre, eran amigos, mi padre aún mayor y don Joaquín un adolescente. Cuenta que, en sus años mozos, aquellos donde la inocencia florece y redunda en lo mágico, sus compañeros le apodaban “el tabique”, porque siempre se caracterizó por ser pequeño. Fue ayudante en una tintorería, sólo era el mandadero que siempre andaba corriendo tratando de cubrir sus horarios y con la responsabilidad a cuestas de ser puntual. Quizás su infancia no fue de opulencia ni mucho menos, pero si una en que la vida le sonreía de diferente manera y a si la vivió. Han sido tantos los momentos en los que compartimos y sonreímos al por mayor, y más cuando se siente solo y busca el consuelo en mis palabras. Algo que jamás olvidaré y siempre llevaré en mi corazón, fue aquél día en que llegó a verme, su rostro totalmente desencajado, diferente; a punto del llanto. No esbocé palabra alguna, solo lo abracé como lo hacen los amigos, sin comentar nada, solo con el simple hecho de manifestarle que estaba ahí para escucharlo, para brindarle el confort de un abrazo sincero en donde van puestas todas las fuerzas y el sentimiento. Fueron si acaso 5 minutos que se quedó inerte, extraviado, su corazón latía aprisa, como caballo desbocado sin saber a dónde ir, sin más destino que sus propios latidos. Después de ese breve lapso, me miró, una ligera sonrisa le salió de los entresijos de su ser, y empezó el relato: Joel era su hijo el mayor, desafortunadamente le dio la mal llamada diabetes, enfermedad que se lleva y arrastra todo a su paso volviéndose en dolor y angustias cuando están en fases muy avanzadas, tal como le sucedió a él, adelgazando cada vez más, y perdiendo las fuerzas para valerse por sí mismo. Y tenía varios años luchando contra ella, hasta aquel día en que no pudo más y se quedó como un pajarito. En los brazos de su padre, sintiendo el cobijo del amor fraternal, con la esperanza aquella de que algún día se volverían a ver y en diferentes condiciones. Me cuenta don Joaqui, que aún le dijo a su vástago, que descansara, que nada malo iba a suceder, lo apretó fuertemente hacia su pecho y le canto la melodía que tanto le gustaba cuando era apenas un niño. Poco a poco su corazón fue dejando de latir, mas no las esperanzas de mi amigo por volverlo a tener entre sus brazos….

Edgar Landa Hernández.

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