Cuando el Alba iluminó los rostros

Cuando el Alba iluminó los rostros

Ana Núñez

28/11/2018

Mientras duermen me gusta observarlas, ver sus caritas dulces, esa tranquilidad que solo llega en sus sueños, porque despiertas son un caos, energía pura y ruido. No encuentro palabra en este idioma para describir lo que siento al tenerlas, es una especie de simbiosis o más bien de mutualidad.

Cuando niña creí que Dios me había mandado a este mundo porque yo elegí en el cielo a mi madre, mientras pasaban los años mis ganas de no haber nacido allí aumentaban, me culpaba por haber querido a esa familia; tan violenta, tan borracha. Mis sueños fueron frustraciones, las cuales se convirtieron en marcas que llevo en mi cuerpo hasta el día de hoy. Frustraciones que solo yo entiendo, y que al pasar el tiempo comprendo más. Decidí lidiar con eso y enfocarme en mi vida, en lo que iba a elegir en este mundo, no en el cielo, porque seguramente era muy pequeña para haber escogido a mi madre. Ahora tengo experiencia, pues mi vida ha caído por varios barrancos, muchas veces caí en quebradas, las de los cerros más altos, como el Miguel Ángel.

En uno de esos tropiezos me encontré conmigo esperando al final de la quebrada, por donde pasa el agua de las vertientes naturales que se forman entre los cerros, justo donde se hacen pozas, ahí estaba yo, esperándome, me sentí aliviada y a la vez triste…me puse a llorar. Mi llanto aumentó el aire en mi pecho, en un momento lo sentí en la garganta y fue cuando lancé un grito que se escuchó hasta las nubes, fue muy parecido al rugido de un Puma, tan así que las gaviotas quedaron enajenadas y se dispersaron. Toqué fondo, aún era de día, tuve miedo de no recordar cómo subir, había mucha maleza a mi alrededor, pero yo seguía ahí, mirándome. Comprendí que era momento de hablar, había llorado lo suficiente, entonces lo hice; ¿Hasta cuándo pretendía seguir así?, Fue la primera pregunta que me hice, no hubo respuesta, como siempre. Comencé mi viaje de regreso, esta vez lo hice junto a mí, una leve sonrisa se hizo en mi cara, mis ojos se calentaron, querían expulsar «penitas», así le dicen mis hijas a las lágrimas, pero no eran de pena esta vez. Fue un momento de bonanza plena. Estaba conmigo y eso me daba seguridad, porque de tantas caídas por diferentes cerros, encontrarme allí, era algo asombroso. Cuando llegué a la cima del cerro, me di cuenta que el Sol ya se había escondido en el Pacífico, no lo vería hasta el día siguiente, por lo que me quedaba toda la noche para bajar al plan y devolverme a casa.

Mientras bajaba por la toma Violeta Parra, muchos perros me ladraron, podían olfatear que no iba sola, por lo que pesqué del suelo unas piedras en caso de que quisieran morderme. En ese instante me di cuenta que venían siguiéndome, no lograba ver quiénes eran, porque arriba en las lomas no llega la luz eléctrica, no habían ni postes de alumbrado. Llegué dónde termina el asfalto, el último paradero de los colectivos, ahí había una pequeña ampolleta que los vecinos pusieron para iluminar. Entonces, esperé sentada en la vereda y fue cuando llegaron a mi lado dos niñas, una era más grande que la otra, me seguían quizás hace cuánto tiempo, me miraban y se reían. La más chica se escondía detrás de la otra, por lo que me costó reconocerlas. No me hablaban, pero me abrazaban y me hacían cariño, cada vez que me tocaban sentía un amor profundo hacia ellas, algo inexplicable, como que iban llenando un vacío dentro de mí, así lo percibí. Empezamos a jugar al pillar, no nos dimos ni cuenta y ya estábamos en los pies del cerro, en el plan. El Antü aparecía por la Cordillera, los primeros rayos del Alba dibujaron de forma tenue nuestros rostros. Ahí estábamos, las tres, desde hace bastantes años.

Desde que creí elegir mal a la que me tuvo en su vientre durante 9 meses, hasta que refuté todo lo que pensaba, mientras veía crecer a mis hijas, todas las situaciones de inmadurez cambiaron. Ha sido un proceso de aceptación, de amor propio. La familia, para mí, es la que una crea, la que elegimos cuando aprendemos a decidir, a respetar y por sobre todo a entender.

Naieli y Libertad, quiénes me seguían desde que yo volví a nacer junto a ellas, me hablaron de cómo habían querido que yo fuera su madre, del amor que se tienen y de lo importante que es no separarnos por mucho tiempo, pues juntas somos y seremos invencibles. Agradecimos a la vida que nos hayamos encontrado en este camino, lleno de tropiezos y múltiples caídas, en donde el saber ha sido importante para volver a empezar.

Nos fuimos juntas hasta el muelle Barón. Sentadas en las rocas mirabámos a los lobos marinos intentar subir al muelle. Justo zarpó un Crucero, lleno de banderas de diferentes colores, despidiéndose con el mayor ruido posible, despertando a todas las porteñas. Nos quedamos hasta que se perdió en el horizonte, mientras nos abrazabámos con toda la ternura que nos permite el alma.


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